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Boxeo

El aizkolari al que agasajó Al Capone

El capo, admirado tras el triunfo de Paulino Uzcudun sobre Christner el 22 de febrero de 1931, invitó al boxeador vasco a su mansión de Florida

Paulino Uzcudun, durante un pesaje
Paulino Uzcudun, durante un pesajeFirma foto Vidal Romero, MartínFirma foto Vidal Romero, Martín

Hoy presume España de un puñado de deportistas conocidos y reconocidos en todos los confines del planeta, pero el pionero fue sólo uno: Paulino Uzcudun Eizmendi. Antes de que Severiano Ballesteros cambiase para siempre la historia del golf y, por supuesto, de que los Indurain, Alonso, Nadal o Gasol se convirtiesen gracias a sus victorias en auténticos fenómenos globales, este leñador nacido entre dos siglos en un caserío del municipio guipuzcoano de Régil había concitado multitudes a ambos lados del Atlántico para verlo boxear y recibía honores de jefe de estado cuando visitaba las grandes capitales europeas. En Nueva York, era tan famoso como Babe Ruth, el beisbolista estrella de los Yankees.

Hasta el inicio de los años veinte, Uzcudun fue leñador de profesión y aizkolari –cortador de troncos en los festivales de deporte rural– para ganarse un sobresueldo, ya que era el menor de diez hermanos en un hogar donde, desde la muerte de su padre en 1919, nada sobraba. Artillero en San Sebastián durante el servicio militar, un amigo lo convenció para que probara con el boxeo con un argumento irrebatible: «Te dan dos mil pesetas por aguantar una hora. Cortando troncos, ganas con suerte mil quinientas en ocho meses». No hizo falta más para convencerlo. En febrero de 1923, pisó por primera vez un gimnasio, el que regentaba Monsieur Casalonge en la donostiarra calle Goñi.

El preparador francés había dirigido en su momento al campeón del mundo Georges Carpentier y se dio cuenta enseguida de que tenía entre manos algo muy importante. Aconsejó a Uzcudun que marchase a París, la meca de boxeo europeo por aquel entonces, donde su carrera despegó de manera fulgurante. El 24 de junio de 1923, el morrosko de Régil desembarcó del tren en la capital francesa, menos de un año después se proclamaba campeón de España de los pesos pesados y en mayo del 26, ante 40.000 espectadores que atestaban la Monumental de Barcelona, le arrebataba la corona continental al italiano Erminio Spalla.

Cien mil paisanos se apiñaron en los márgenes de las carreteras de todo el País Vasco para recibir al Uzcudun rey de Europa, que llegó a San Sebastián conduciendo un flamante Hispano-Suiza descapotable que se había comprado con sus primeras bolsas sustanciosas. En verano, la corte de Alfonso XIII se trasladó al Palacio de Miramar, como era tradición, y el monarca fue hasta el caserío de doña Joaquina a felicitarla por haber “criado a un luchador tan fuerte como Paulino”. La madre del púgil, euskalduna que no hablaba una palabra de español, necesitó que su hijo le tradujese el mensaje real. Fue su última comparecencia en Europa antes de viajar a Estados Unidos.

Sus promotores prepararon el desembarco del fenómeno, anunciado como «un leñador que cortaba árboles descalzo sobre la nieve de los Pirineos», «un hombre que no estuvo en la ciudad hasta los 25 años» e incluso «un experto torero». Después de varias victorias prestigiosas y de sufrir algún que otro tongo, el campeón retó al boxeador de moda, Myers «KO» Christner, de quien el “New York Times” había escrito: «El hombre que se olvide de esquivar su derecha, puede que viva o puede que no».

Al cabo de diez extenuantes asaltos, durante los que ambos púgiles encajaron golpes terribles, Uzcudun logró una clara victoria a los puntos, resumida así por su madre en una entrevista concedida a la revista Estampa: «Parece que el otro le dio muchos puñetazos a mi Paulino, que tiene muy mal genio y, claro, se los devolvió». Al Capone, que estaba esa noche en la primera fila del Madison Square Garden, lo invitó a pasar unos días en su mansión de Florida. «Puede que sea un gánster terrible, pero a mí me cayó la mar de simpático. Es gordo y alegre», dijo sobre el mafioso.

También Mussolini y Goebbels lo recibieron a lo largo de una carrera que se prolongó hasta 1935, cuando sufrió el único KO de su vida en el último combate que disputó. Nada menos que frente a Joe Louis.