Fútbol
De cómo el voleón de Nayim se convirtió en leyenda
El segundo título continental del Real Zaragoza llegó gracias a un inverosímil gol del centrocampista contra el Arsenal en París
En la primavera de 1995, París era la capital del deporte español. Miguel Indurain se disponía a conquistar su quinto Tour y Sergi Bruguera venía de hacer doblete en Roland Garros los dos años anteriores, con una inédita final entre compatriotas, frente a Alberto Berasategui, en el 94. A menos de un kilómetro del complejo tenístico, en el Bosque de Boulogne, se erguía y se yergue aún el Parque de los Príncipes, donde el Real Madrid ganó la primera Copa de Europa (1956), perdió una final contra el Liverpool (1981) y España no pudo impedir el triunfo de la Francia de Platini en la Eurocopa de 1984.
Aquella Europa finisecular no vivía todavía bajo la tiranía del fútbol español. Se disputaban tres competiciones continentales por temporada y la Liga, de treinta títulos posibles en el decenio anterior, había ganado sólo tres: la UEFA del Real Madrid en 1986 y los dos entorchados internacionales que logró Cruyff para el Barcelona, la Recopa del 89 y la Copa de Europa del 92. Los equipos italianos presumían de doce copas en el mismo periodo. Así que era necesario invocar a todos los hados que acompañaban en París a los deportistas españoles para ayudar al Zaragoza en la final contra el Arsenal, vigente campeón.
Seaman, Tony Adams, Schwarz, Parlour, Ian Wright… la alineación de los Gunners no era nada del otro mundo, pese a que defendía el título conquistado un año antes frente al Parma de Nevio Scala, Zola y Asprilla. La del Zaragoza, a pocos meses de promulgarse la Ley Bosman, la compuso un joven entrenador de la casa –Víctor Fernández, 34 años entonces– un honesto núcleo de jugadores nacionales reforzado por tres suramericanos: Cedrún, Belsué, Aguado, Cáceres, Solana, Nayim, Aragón, Poyet, Pardeza, Higuera y Esnáider. ¿Fue bonito el partido? En absoluto. Fue una final fea y tensa, como tantas, en la que el gol de Esnáider (67′) lo conjuró enseguida Hartson (75′) para mandar el duelo a la prórroga y de ahí, irremisiblemente, a los penaltis.
El Zaragoza no temía a la tanda, suerte mediante la que había ganado la Copa la temporada anterior. Estaba en la Recopa porque Cedrún le detuvo al celtiña Alejo el lanzamiento decisivo y también la memoria del Arsenal podía retrotraerse a la final de este mismo torneo en 1980, en Bruselas, perdida en los penaltis frente al Valencia. No era la idea que tenía Mohamed Alí Amar, Nayim en los carteles, centrocampista ceutí formado en la cantera del Barcelona y madurado en el Tottenham londinense, rival encarnizado de los Gunners. En la última jugada de la prórroga, casi en la intersección de las líneas del mediocampo y lateral derecha, pegó el voleón más famoso de la historia.
La parábola que describió el balón tras el derechazo de Nayim fue diabólica para David Seaman, el portero internacional inglés que quedaría para siempre marcado por aquella jugada. El jugador norteafricano lo hizo adrede: le pegó hacia arriba con todas sus fuerzas para que el misil cayese a pique sobre la portería, en cuyas mallas acabaron enredados pelota y guardameta. Ni siquiera se sacó de centro. Veinte mil maños cantaron bajo el cielo de París el estribillo «esta copica es pa’ la Pilarica», aquella patrona de la tropa aragonesa que no quiso ser francesa durante el sitio napoleónico de Zaragoza… ni tampoco inglesa en aquella noche de primavera.
Trasmoz fue el primer pueblo del mundo que dedicaba una calle a una gesta deportiva concreta, ya que su ayuntamiento rotuló «Gol de Nayim» una de las vías de un barrio de nueva construcción a los pocos meses de la final. El centrocampista también tiene, desde 2009, una calle con su nombre en Zaragoza, donde los aficionados al fútbol viven duros tiempos en los que da más satisfacciones rememorar glorias pasadas que seguir el día a día de los blanquillos. El club lleva ocho temporadas en Segunda y aún puede ser peor porque la amenaza del descenso no está del todo conjurada.
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