Entrevista

Gervasio Deferr: “Bebía para detener la locura de mi cabeza”

Ganó tres medallas olímpicas. Entró en una espiral de adicciones de la que ha salido tras pedir ayuda y ha escrito un libro, “El gran salto” (Península), para contar que no todo es tan bonito

Gervasio Deferr
Gervasio DeferrEnrique CidonchaLa Razón

Gervasio Deferr (Premiá de Mar, 41 años) es el personaje que Gervi creó para transformar al chico hipersensible que era en un competidor capaz de ganar tres medallas olímpicas en gimnasia (oro en salto en Sidney 2000 y Atenas 2004 y plata en suelo en Pekín 2008), pero también quien estuvo a punto de hacer que acabara consigo mismo. En el libro “El Gran Salto” (Península), escrito en colaboración con el periodista Roger Pascual, el gimnasta cuenta sus triunfos, pero también habla del palo de las lesiones y de su positivo por marihuana, que le dejó «señalado»; y de cómo fue entrando en una espiral de adicciones, sobre todo al alcohol, después del vacío de la retirada. Ahora Gervi ha tomado el control de nuevo y ha encontrado la paz en La Mina, un barrio marginal de Barcelona en el que enseña a niños en un gimnasio.

Portada del libro "El gran salto"
Portada del libro "El gran salto"La Razón

¿Tuvo una infancia feliz?

En general yo creo que sí. Además, mucha gente cree que por haber vivido desde pequeño tan metido en la gimnasia me he perdido muchas cosas, y yo siempre digo que las he vivido diferentes. Que los cumpleaños en casa de los amigos los hacíamos en el gimnasio saltando, en vez de en un parque, pero perderme, no me he perdido cosas.

Insiste en el libro en que viene de orígenes humildes...

Venimos y es así y eso no hay que omitirlo, pero vamos que eso no me ha marcado en exceso, simplemente me hacía ver que éramos un poco diferentes al resto. Mis padres eran de fuera, recién llegados [de Argentina] con pocas cosas y acababa de terminar una dictadura aquí, así que, bueno, lo de “sudaca” era muy fácil soltarlo y lo sufrimos durante un tiempo. Pero vamos, que una vez entraba en mi casa entraba en mi burbuja y éramos felices y estaba bien.

¿Qué era la gimnasia para usted en ese momento?

La gimnasia desde muy pronto fue muy importante porque yo nada más entrar con cinco años en el gimnasio de repente me sentí en mi lugar y me sentía... Era la primera vez que estaba en un lugar desconocido y yo me sentía como en casa, entonces me sentía bien, fuerte, con ganas, y se me daba bien, evidentemente.

Y ahora, ¿qué es la gimnasia?

La gimnasia ha sido mi profesión y evidentemente ha sido mi vida. Es mi vida. Yo desde los cinco años dije que iba a ser gimnasta y que lo voy a seguir siendo toda mi vida. Evidentemente hay que retirarse y dar paso a los jóvenes. Ahora estoy haciendo gimnasia igual que cuando entrenaba, pero en vez de subirme yo a los aparatos explico a los pequeños cómo hacerlo ellos.

Habla de que ha tenido entrenadores “cabrones”...

He tenido de todo...

¿Cree que es necesario eso para la élite?

Yo creo que cuando yo lo sufrí es porque se pensaba que sólo era esa la manera. Poco a poco, con el tiempo y la experiencia, hemos aprendido que se llega igual a través del respeto, del conocimiento, de la explicación y el compromiso que tú le das al gimnasta. Si tú le dices haz esto y punto, se compromete de aquella manera.

¿Qué hubiera sido de usted sin la gimnasia?

Siempre pensé que habría sido deportista igualmente. Otro deporte, o fútbol, que mi padre siempre jugaba al fútbol y en casa veíamos fútbol; mi hermano probó un montón de deportes y no le gustó ninguno, y yo probé el primero y me encantó. Y si no hubiese sido el primero, el segundo.

¿Y qué hubiera sido Gervasio en la gimnasia sin los problemas de los que habla en el libro?

Bueno, realmente muchas veces lo pienso, si hubiese hecho todo exactamente como me decían que tenía que hacerlo podrían haber pasado dos cosas: o que tuviese cinco medallas olímpicas o que no tuviese ninguna, porque quizá hubiese reventado antes de cabeza. Tengo tres, siento que son pocas, pero es todo lo que pude hacer en ese momento. Ahora, vista atrás, pienso que es muy difícil que alguien iguale lo que hice. Tampoco puedo ser tan duro conmigo mismo.

Ganó el primer oro olímpico en Sidney y dice que se le subió a la cabeza. ¿Hay que enseñar también a ser exitoso?

Pues no lo sé. Realmente en ese sentido puede venir bien un jefe de prensa o alguien que te acompañe, pero es difícil, tampoco estamos tanto tiempo en el candelero para que alguien te diga esto sí, esto no. Nosotros salimos en prensa de vez en cuando y hay veces que no gestionas bien o que no manejas. Yo toda la vida en el gimnasio: “Hasta que no seas campeón olímpico no vas a hacer lo que te dé la gana”, me decían. Entonces: “Pues ahora lo soy y vais a enteraros”. Y eso cuesta de digerir cuando eres joven. Tenía 19 años. Pero a los 20 ya me viene la hostia de las lesiones y el positivo y ya se me quita todo. Es un periodo corto.

¿Se ayuda a los deportistas a retirarse?

Ellos piensan que tú dejas de entrenar y ya está y vas a buscar otra cosa que hacer, cuando en realidad has hecho algo toda tu vida y de repente... No sé, es como un arquitecto cuando acaba una obra, y dice: “Ahora, ¿qué hago?”. Nosotros no teníamos más material para hacer otra obra, no había, no me podía poner a picar una nueva estatua. Me quedé un poco como perdido, sin saber qué hacer, es como la jubilación, pero a los 30 y dices: “No puedo parar de trabajar, ¿qué hago con mi vida?”. Hay gente que lo lleva perfecto y que no tiene problema en ese paso de activo a retirado, otros no están aquí para contarlo, y yo estoy un poco en el medio y alzo la voz para poder ayudar a quien lo viva.

Pero el problema con el alcohol viene de antes. ¿Por qué?

Primero, porque es muy fácil conseguirlo y porque todo el mundo lo ve bien. Todo el mundo celebra con alcohol lo bueno y lo malo. Siempre está en la sociedad. Nosotros empezamos así como para hacerlo una vía de escape después de los entrenos, juntos, pero al final eso se va haciendo una costumbre y cada vez que tienes un rato libre vas a tomar. Cuando se te quitan las siete horas de gimnasia al día, y sólo te queda eso, y encima tienes ese vértigo de no saber bien qué hacer con tu vida, pues acabas yendo a morir al palo al mismo sitio.

Habla de que a veces bebía contra la soledad, no por diversión...

No, no contra la soledad, por parar mi cabeza. A mí la soledad me da igual, de hecho me gusta más estar solo que con gente. Me he acostumbrado en todo caso, porque la gimnasia es un deporte muy solitario, pero... No, no, yo la soledad no la he sufrido, sí con 17 años, que me tiraba un mes en Madrid y echaba un montón de menos a mi madre y la llamaba llorando, diciendo que no sabía qué hacía ahí, tal, pero no... Más que nada era para parar la locura de mi cabeza, que no podía parar de pensar y no podía parar de culpar y buscar explicaciones sin encontrarlas, y acababa en un bucle.

¿Tiene muchos diálogos consigo mismo?

Bueno, sí, claro. Siempre está el diablito y el angelito, y el diablito iba ganando, tenía amilanado al angelito. Cuando me retiré, el diablito en los primeros años alzó mucho la voz, pero poco a poco lo hemos ido calmando, y ahora soy yo, Gervi, ni el demonio ni el ángel, y trato de lidiar con ello cada día, sin más.

¿Hay un momento en el que dice: “Se me ha ido de las manos”?

Es una consecución de una serie de cosas. Dejo de trabajar en el CAR porque sé que no estoy haciéndolo bien y no me está haciendo sentir bien, entonces vuelvo a La Mina, que entre 2010 y 2017 lo gestiono pero no estoy como entrenador, intento meterme ahí y hacer de eso mi labor y mi trabajo, pero no puedo, me cuesta un montón porque voy petando porque estoy mal. Y tuve una serie de problemas con el grupo de entrenadores porque yo tiraba por un tema social y ellos más económico. Al final yo perdía la razón por las formas y en ese momento me di cuenta de que me tenía que ir yo. Convoco a los padres y les explico la situación, que lo estoy intentando gestionar, pero no puedo solo y necesito ayuda. Hubo lágrimas, palabras de ánimo... Llevábamos mucho tiempo. Ahí sí que me sentí muy, muy mal, pero es el momento en el que voy a hablar con Alejandro Blanco [presidente del Comité Olímpico Españo], buscamos una solución. Era pedir ayuda o irme a tomar por culo definitivamente.

Su problema era el alcohol, el resto de sustancias eran una consecuencia.

En realidad era la gestión, yo no sabía gestionar y decía: “¿Cómo paro mi cabeza?”. De normal no podía, pues me intoxico. Luego lo demás es eso, nunca me atrapó nada de lo demás, todo era siempre por culpa del alcohol.

¿Era consciente de que tenía un problema?

Yo decía que podría hacerlo yo solo, pero cuando es un problema y lo intento, mi familia sabe que lo estoy intentando, pero no lo consigo y les digo: “Tengo que pedir ayuda”. Y entonces es cuando llega el momento. Hasta entonces lo había intentado yo solo.

Se va diez meses a un centro de rehabilitación que le ayuda, pero con el que también es crítico.

Yo soy crítico siempre. Es que hay cosas que estoy convencido de que no están bien. A nosotros nos daban una medicación que me dejó impotente seis meses. Yo no sé qué me daban, preguntaba y no me lo decían: “Tú aquí no tienes ni idea, el médico soy yo”. Esas cosas ni las aprobaba entonces ni las apruebo hoy. Ahí a todos nos decían: “Habéis llegado a este punto de vuestra vida porque no habéis hecho nada, porque lleváis desde que tenéis uso de razón haciéndolo todo mal”. Pues yo con 30 tenía tres medallas olímpicas, algo he hecho. No estamos cortados por el mismo corte, tienen que ser tratamientos personalizados porque tenemos problemas diferentes.

Algunas personas que le conocen se pusieron en lo pero. ¿Le extrañó?

Sé que ellos ese miedo lo tenían. Me llamó la atención cuando me informan de que Andreu Vivó [ex gimnasta] ha fallecido y ahí Víctor Cano [gran amigo de Gervi] me dice: “Estaba convencido de que me iban a decir que eras tú”. Sí pensé: “¿En serio?, qué cabrón”. No lo visualizaba así, pero en todo caso es entendible, no les culpo.

¿Realmente el suicido rondó su cabeza?

No con la intención de suicidarme como tal, es un: vamos a parar con esto ya, y si no puedo parar intoxícate hasta que te duermas y nunca más te despiertes; o algo así. Era agotamiento, cansancio de mi propia vida, de mí mismo, estaba incómodo conmigo, todo me molestaba. Cuando estás así, al final petas por algún lado.

¿Qué te gustaba de ese Gervasio y qué no?

Soy otra persona, evidentemente soy Gervasio Deferr también, pero soy mucho más Gervi. Me gustaba lo competitivo que era en los momentos de máxima... En los Juegos Olímpicos y demás. En realidad Gervasio Deferr no es malo, simplemente ha sido el personaje que he tenido que crear para ganar a todos los demás, porque siendo Gervi el osito amoroso no iba a poder, porque a mí no me salía de naturaleza, tuve que aprender a ser un poco cabrón y luego ya se me instauró, se me quedó y, “hostia ya no quiero serlo y no sé cómo no serlo; lo he aprendido tanto que ahora no sé cómo volver atrás”. Pero bueno, son momentos, son etapas. Al final yo sigo siendo Gervi y Gervasio Deferr siempre. Simplemente hay tirar para adelante, no queda otra.

¿Cuánto hay de autoculpa y cuánto de “el mundo me ha hecho así”?

No, no, culpable yo. Si el culpable de mis problemas soy yo, de todo, el tema es que cuando necesité ayuda para solucionarlos me quedé solo muchas veces cuando a mí se me había dicho: “Aquí tendrás tu sitio, esta es tu casa, tú aquí con nosotros perfecto”. Y de repente... Vale, cometo yo los errores, no culpo a nadie, pero cuando los he cometido es porque no he sabido hacerlo de otra manera, no es porque haya querido joder a nadie, entonces no me dejéis de lado, echadme una mano.

Se queja de todos los “corbatillas” que se ponían en la foto cuando ganaba...

Es que es así, es que corren para ponerse en la foto los que te han criticado. A mí me criticaban ya antes de ganar en Sidney porque yo siempre he sido molesto, siempre he sido incómodo. Digo las cosas como las siento. Intento que sea con respeto, más joven pues se me escapaba más porque no tenía tanta consciencia, pero siempre he dicho lo que pienso y eso les molesta.

¿De dónde sale esa rebeldía?

Imagino de la rabia de que mis padres hayan tenido que salir de su país por los políticos y por la mierda de la guerra y por el abuso de poder y estas cosas... Sintiéndonos expulsados allá y rechazados aquí, es como: “A ver, perdona, ¿podemos tener un sitio para estar tranquilos?”. Y siempre un poco con la lucha, siempre mi padre diciéndome: “Tenemos que luchar más que el resto para llegar a lo mismo”. Y lo tenemos que saber, es así.

¿Qué ha supuesto para usted escribir el libro?

Para mí era una necesidad. Desde que me retiré quería haber hecho el libro pero no era el momento. Ahora sí. Me ha costado mucho, han sido meses de catarsis.