Balonmano
El mítico Rolando Uríos vuelve a las pistas con 51 años: “Ya me gustaría estar como él a su edad”
El mejor pivote del planeta en su momento, campeón del mundo con España en 2005, vuelve a las pistas para ayudar al Club Balonmano Alarcos Ciudad Real
Durante la conversación telefónica con Isidre Pérez, el entrenador del Club Balonmano Alarcos Ciudad Real, se le cruza Rolando Uríos, y el técnico interrumpe un momento la charla: «Roly, pero si entrenamos a las 9...», le dice. Son las 8 menos cinco. «Tengo que ir al fisio antes», responde Roly. Roly es Rolando Uríos, el que en su momento fuera considerado mejor pivote del mundo, quizá el mejor de la historia en ataque; el arma más mortífera que tuvo en el Mundial de 2005 España, una selección con históricos como Alberto y Raúl Entrerríos, Barrufet, Hombrados, Juanín García, Garralda, Iker Romero... que tenían claro que cuando había problemas, pelota a Rolando y premio asegurado: gol, penalti o penalti y un rival excluido. Si agarraba la bola, no había manera de pararlo. Ese equipo dirigido por Juan Carlos Pastor ganó el primer Mundial para España.
Roly tiene ahora 51 años, y ha decidido aceptar el reto de volver a las pistas en División de Honor B 13 después de haberse retirado. «Ya me gustaría estar como él a su edad», reconoce Isidre Pérez. Todo empezó por una petición de Julio Fis, segundo entrenador del Alarcos, también nacido en Cuba y amigo de Rolando de toda la vida. Le pidió que le ayudara en los entrenamientos y lo hizo, y después se lesionaron los pivotes y le propuso que volviera a jugar. Uríos se lo pensó... Y aceptó. Le picó el gusanillo. «Lo que pasa es que Julio se emociona y me empieza a decir que corra para un lado, que haga esto, lo otro, y yo: “Que ya no soy el que era...”», se ríe Rolando. Luce una figura más fina ahora que en su etapa anterior de jugador, en la que al final los problemas en las rodillas fueron una tortura. «Ahí cogí peso porque no podía hacer muchas cosas, pero después me cuidé: mis pesas, caminar, mi bicicleta, la alimentación, sólo una comida al día...», relata.
La acogida de los compañeros ha sido «muy buena». «A todos los conocía desde niños, los veía jugar en las categorías inferiores. Imagina, si el mayor es Jota [Serrano], y tiene 26 años, y yo tengo una hija de esa edad...», afirma Rolando. Después de retirarse se quedó en España en las categorías inferiores del Ciudad Real hasta que el club desapareció por la crisis, estuvo en varios equipos modestos en España, fue seleccionador de la República Dominicana y se marchó a Alemania, donde juega su hijo desde joven, para intentar seguir creciendo como técnico. Viajó en agosto de 2019, y unos meses después estalló la pandemia, una dificultad más para adaptarse, además del idioma. Volvió a España sin saber que era para jugar.
Disputó un primer partido con el Alarcos contra el Hiros Caserío, un derbi en el que también conocía a la mayoría de oponentes, de verlos en cadetes, juveniles... Su equipo perdió por 25-29: Rolando marcó dos goles y forzó un penalti en los tres balones que le llegaron. Las viejas costumbres que no se pierden. El pasado sábado, apenas participó en el triunfo ante el Antequera. Se ha encontrado un balonmano «más rápido, en el que marcas un gol y el rival ya está sacando de centro, no hay un respiro», pero tiene buenas sensaciones. «Las típicas contracturas, pero nada grave. Me he cuidado», desvela justo después de tener otra sesión con el fisio. «Siempre es bueno ir, porque estoy en proceso de adaptación muscular y no es fácil. No es lo mismo hacer una preparación para verte bien que jugar y entrenar al balonmano», explica. No han hablado de cuánto tiempo estará en las pistas, lo hace para «hacer un favor», sin cobrar. Piensa que estará unos meses. «En enero cumplo 52 años y estaría bien llegar», reconoce.
Precisamente Julio Fis fue también quien ayudó a la primera llegada de Rolando a Ciudad Real, en 2001, para formar parte de un equipo que haría historia con tres Champions. El pivote creció en un deporte que prácticamente no existía en Cuba, allí lo llevaron estudiantes de fuera. «Empezó a jugar mi primo, yo era un chico alto, me dijo que si quería probar y lo hice. Me llevaba en coche, me traía y todo eso», recuerda. Con 16 años ya formaba parte del equipo nacional y su primer club en Europa fue el Vezsprem húngaro, donde apenas jugó. Después pasó al Ivry francés y disputó los Juegos de Sidney.
«Yo estaba en Cuba. Allí todo es del gobierno, y tenían un convenio con Hungría y Francia, y unos jugadores que estaban en Hungría decidieron quedarse y no regresar a Cuba. A partir de ahí se rompió todo, nos engañaron, participamos en los Juegos, regresamos a La Habana y nos dijeron que ya se había roto el acuerdo y que ningún jugador de balonmano saldría del país. Estuve como seis meses, de septiembre que fueron los Juegos de Sidney hasta abril de 2001 en Cuba intentando si había posibilidad de escaparme, y al final me escapé por los pelos», rememora. El Ciudad Real buscaba un pivote y Julio Fis, al que acababan de fichar, les dijo que en Cuba estaba el mejor. Se las apañaron para lograr que saliera. Era para no volver, aunque después lo ha hecho en alguna ocasión. En Ciudad Real empezó «una vida nueva, haciendo lo que te gusta, viviendo en un país con democracia, libertad, balonmano, una liga fuerte, optar a todos los títulos...» «Para mí fue un sueño», admite. Que le llevó a ese inolvidable Mundial con España después de nacionalizarse (su abuelo paterno era valenciano). También en Ciudad Real está protagonizando esta aventura. Cuando acabe, quiere ser entrenador.
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