Giro de Italia
A lo grande
Contador remontó en el Mortirolo tras pinchar, cazó a Aru y le atacó. La etapa, para Mikel Landa
Contador remontó en el Mortirolo tras pinchar, cazó a Aru y le atacó. La etapa, para Mikel Landa
En los episodios del trepidante libro que es la vida y la carrera ciclista de Alberto Contador pocas, raras y contadas son las ocasiones en las que se relaten las lágrimas, del llanto, de la emoción o de la tristeza. Casi ninguna. Fuente Dé, en la Vuelta de 2012, por ejemplo. Aquel mágico día se alzó sobre el liderato de Purito, que tan incontestable parecía, le atacó y se marchó hasta la meta, escribiendo la historia. Lloró Contador, por todo. Por la emoción contenida tras más de un año de lucha judicial por su positivo por clembuterol y la sanción. Por la cantidad de ataques y contraataques que hizo en aquella Vuelta en cada subida y que no lograba desbancar al catalán. Hasta aquel épico día, el único en el que Contador lloró bajo una meta conquistada hasta que ayer llegó a Aprica.
No era para menos hacerlo. Ayer alguno sintetizaba la etapa más espectacular del Giro con un símil: el Mortirolo son las mil copas en una noche de borrachera con las que te sigues viendo fuerte y Aprica es el chupito que te hace vomitar. Venía a decir que el Mortirolo, la cima más mítica del Giro, la montaña de Pantani, es especial porque la historia no se acaba en su cima ni mucho menos en su descenso. Lo que la hace singular es la trampa que reside en los casi 40 kilómetros de falso llano que llevan hasta Aprica, que vienen a ser los decisivos, los que hacen reventar porque por sus interminables curvas se esconde el tío del mazo. Y que por eso es además especial Aprica, por la borrachera que uno lleva dentro, porque en las piernas pesa la ascensión previa. Son indivisibles para el espectáculo.
Eso era lo que decía el guión. «Pero hay veces que el guión de una carrera cambia y se pone difícil. A mí me gusta verlo como una oportunidad para hacer algo diferente», dice Contador tras bajar del podio, de recoger la «maglia» rosa. No puede contener las lágrimas y llora. Llora por todo lo que acaba de hacer, «porque este día lo recordaré siempre». Porque la oportunidad de hacer algo diferente fue más bien una obligación. La supervivencia. A Contador, un ruido extraño y desconcertante le sobresaltó a los pies del Mortirolo. Era el sonido del aire escapándose de su rueda. Pinchazo en el peor momento.
Lo escuchó el Astana pronto y lo vio el Katusha antes. Ivan Basso, el escalador que el Tinkoff había fichado para secundarle en la montaña y al que ni se le ha visto llegar vivo y delante junto a su líder en todo el Giro, salvó a Contador. Le entregó su rueda. Pero para entonces, el Katusha ya había roto el pelotón tirando de un primer grupo de apenas cuatro unidades. Detrás, el Astana agrupaba a sus corredores para hacer más grande la herida de Contador y distanciarle. Era la guerra.
Los cuatro hombres que protegían al madrileño pronto se fundieron. Mientras Astana, con Luis León Sánchez primero y Paolo Tiralongo después, ponía 50 segundos de diferencia, Contador se quedaba solo a los pies del Mortirolo. Bueno, solo no. Se quedó junto a su raza. Junto a su inconformismo y su entrega. Con eso le bastó para arrancar desde atrás mientras Aru le suplicaba a Landa que aflojara el ritmo porque terminaría por ahogarle.
Apenas tardó dos kilómetros en atrapar a la joven pareja del Astana. Y entonces, lejos de quedarse a rueda, lejos de terminar de firmar su remontada, Contador sacó el coraje que le hace ser el ciclista más maravilloso del pelotón y se marchó. Rabia pura. Al Astana no le quedó ya más remedio que decidirse. Si terminar de hacer el ridículo dejando a Landa como testigo del hundimiento de su líder o permitir al alavés volar libre de una vez por todas. Martinelli le dio vía libre. Por fin. Landa no tardó en enganchar a Contador y juntos, con Steven Kruijskwijk como invitado, se lanzaron cuesta abajo hasta Aprica.
Mientras, Aru vivía su vía crucis. Solo y agotado, el sardo demostró la garra de la irredención que lo hará grande en un futuro muy cercano. Atrancado, sólo el aliento de los «tifosi» parecía empujarle. Hasta pinchó. A perro flaco todo son pulgas.
La etapa fue para Landa, que atacó en el final y entró solo. «No sabía que estaba tan fuerte», confesó. Las lágrimas fueron de Contador. «Éste día lo recordaré siempre. Este es el ciclismo que la gente recuerda».
El detalle
Aún quedan dos finales en alto
- Después de las emociones fuertes de ayer, el Giro se toma un pequeño respiro con la llegada al esprint hoy a Lugano, ciudad de adopción de Alberto Contador. La calma antes de la guerra, pues mañana regresan las montañas con el final en Verbania después del ascenso a Monte Ologno. El viernes, la 19º etapa llevará al pelotón hasta Cervinia, el sexto de los siete finales en alto de este Giro, con el previo paso por el Saint Barthélemy y el Col Saint Pantaleón. La traca final se reserva para el sábado, con la llegada a Sestriere y el previo paso por el «sterrato» del Colle delle Finestre, la Cima Coppi de este Giro. El fin de fiesta llegará el domingo con el desfile triunfal por el circuito urbano de Milán.
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