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Contador: Entre un hola y un adiós
El ganador de siete «grandes» anuncia su despedida del ciclismo después de correr la Vuelta (19 agosto-10 septiembre). Tenía comprometido un año más con el Trek Segafredo, pero opta por la retirada
El ganador de siete «grandes» anuncia su despedida del ciclismo después de correr la Vuelta (19 agosto-10 septiembre) Tenía comprometido un año más con el Trek Segafredo, pero opta por la retirada
Tras catorce temporadas (2003-2017) en el ciclismo profesional, Alberto Contador (Pinto, 34 años) ha decidido que por mucho que le guste la profesión le tiene más cariño a la vida, a la familia, a consumir kilómetros con la «grupetta» sin miedo a las rotondas ni a los descensos endiablados ni a los últimos kilómetros para la meta. Ya no compite como antes, las fuerzas no son las mismas con los lebreles que aprietan y el podio es un lugar lejano dentro de sus siempre ambiciosas expectativas. Los rivales de hoy le han sacado de rueda, como él a los que se encontró cuando empezó a despuntar. Todo eso lo sabe y lo asume. Le ha costado decidirse y se ha servido de las redes sociales, más cómodas que las conferencias de prensa, donde el hasta luego no está exento de preguntas incómodas, para despedirse.
«Hola a todos. Hago este vídeo para informaros de dos cosas. Una es que participaré en la próxima Vuelta a España a partir del 19 de agosto y la segunda es que será mi última carrera como ciclista profesional. Lo digo contento, no lo digo con pena. Es una decisión que he pensado muy bien y no creo que haya una despedida mejor que en la carrera de casa y en mi país. Estoy seguro de que van a ser tres semanas de ensueño, disfrutando de todo vuestro cariño y estoy deseoso de que llegue. Un saludo y a partir del 19 de agosto nos vemos en la carretera». Es el mensaje que ha transmitido, las palabras que ha querido difundir, habladas, no escritas, con él en plan locutor, entre un hola y un adiós, sin que el acto tenga algo que ver con lo que cantaba Joan Manuel Serrat, por cierto, gran aficionado al ciclismo.
Entre el 19 de agosto y el 10 de septiembre, la Vuelta, última parada, colofón de una carrera plagada de éxitos –siete triunfos en grandes rondas– y trufada de sinsabores. El tránsito de Contador por el ciclismo no ha sido un camino de rosas, tampoco un campo de minas ni una novela de la que tenga mucho de lo que arrepentirse; aunque de algo sí, seguro. Entre las fotos de 2003, cuando empezó en el Once-Eroski con Manolo Saiz, y las del Tour de 2017, el rostro de Alberto ha sufrido el lógico cambio generacional, se ha hecho mayor y se nota, y los embates del frío intenso en montañas descarnadas, del calor agobiante en llanuras infinitas y el peligro latente en carreteras estrechas y mal asfaltadas. Todo eso marca. Y las caídas y los reveses y las peleas con la ley por aquellos 50 picogramos de clembruterol que le arrebataron un Tour (2010) y un Giro (2011), además de dos años de sanción que concluyeron en seis meses sin competir y dieciocho de pulso con las autoridades, hasta que le doblegaron por indigestión cárnica. Entre las pruebas que aportaron sus defensores para librarle de ese mal llamado dopaje, encapsulado en un solomillo, encontraron en 2010 una de 2004, cuando sufrió la terrible caída en la Vuelta a Asturias y descubrieron que era víctima de un cavernoma cerebral, enfermedad «incompatible con el clembruterol».
Alberto Contador saludó al profesionalismo con una victoria en la contrarreloj final del Tour de Polonia (2003). Sí, sus avances en la montaña no eran menos que sus progresos contra el crono. Mejoró y mejoró, aunque el Tour de 2007 lo conquistó tras la expulsión del «Pollo» Rasmussen. Fue el comienzo del romance con la «Grand Boucle», en la que compartió equipo con Lance Armstrong, y también desamores, porque tenía al enemigo en casa. El texano fue uno de tantos, mucho menos desagradable que el ruso Tinkoff, ese potentado ruso que tiene el dinero por castigo y una mala baba que desborda su caja de caudales.
Pero todo eso, lo bueno y lo malo, terminará el 10 de septiembre con el final de la Vuelta, que quiere ganar aunque Froome, Aru y Bardet pretendan también el triunfo. Si consiguiera su propósito y ese final inmensamente feliz, añadiría a su palmarés otra «grande», que sería la cuarta Vuelta, más dos Tours y dos Giros, un currículo sólo al alcance de unos pocos y selectos elegidos.
Caerá el telón vistiendo el maillot de Trek Segafredo, que podía haber lucido una temporada más, pues ése era el compromiso, contrato que la edad y tantísimas batallas han interrumpido.
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