Francia
El café lo pone Quintana
Nairo resta a Froome 32 segundos en la general, donde Nibali, vencedor en La Toussuire, amenaza a Valverde.
La Toussuire es una subida maldita. Las tres veces que el Tour de Francia ha escalado hasta ahí arriba, quien lo ha hecho vestido de líder se ha tambaleado. Primero fue Floyd Landis, en la edición de 2006. La etapa la ganó el «Pollo» Rasmussen y Landis, con todo su Phonak tirando desde el principio de etapa, no pudo evitar el descalabro del que tan fantasmagóricamente se recuperó para acabar subiendo a lo más alto del podio de París, y del que su positivo por EPO le bajó apenas días después. Aquella tarde alpina el menonita se hundió. Óscar Pereiro, en quien terminó recayendo ese Tour tan señalado, fue quien se vistió de amarillo aquel día.
Tardó el Tour en volver a La Toussuire. Seis largos años. Quién sabe, quizás demoró la reaparición por no querer regresar a un lugar tan negro para el ciclismo. Lo hizo en 2012. Entonces el mundo empezaba a conocer un poco más a un keniano de nacionalidad inglesa, blanco y flacucho que, de haberle dejado la libertad que sus piernas de niño criado en la salvaje sabana africana pedían, podría haber ganado ese Tour. No. En el año 2012 Chris Froome era un esclavo al servicio de la corona inglesa, bajo la tutela del indiscutible líder Bradley Wiggins. Todo en esa edición parecía medido al detalle para que el «Sir» se proclamara vencedor en París. Nada ni nadie iban a evitarlo. Ni siquiera las potentes piernas de Froome. Escalando La Toussuire, le sacó varias veces de punto y tuvo que tocar el freno para tirar de él, del jefe de filas, agobiado.
Cómo cambia la vida. Ayer el que sufrió fue precisamente él. Por primera vez en este Tour. Inédito. El día no empezó bien para Froome. La etapa empezaba con la subida al Col du Chaussy, así que en la salida, durante los prolegómenos y la puesta a punto, los autobuses de los equipos se llenaron de rodillos. Ciclistas calentando las piernas para incendiar el Tour. A 15 kilómetros del banderazo, Alberto Contador prende la llama. Se enciende, arranca y arde. No va a ganar la carrera. Ni siquiera va a llegar muy lejos. Pero nadie quiere que se le recuerde como el chupa-ruedas amarrador de un cuarto puesto que jamás ha sido. Mejor morir en el intento.
Así va a ser. A Contador le duelen las piernas más que nunca. «Calambres», revela luego, cuando lo peor ha pasado y el reparador masaje espera en la habitación del hotel. Los lleva soportando desde por la mañana. Y aún así, cuando al segundo intento ve que Vicenzo Nibali y Alejandro Valverde le siguen, se anima.
Los tres logran contactar con la veintena de hombres que marchan fugados. Allí, en ese grupo que es amenaza latente, bomba de relojería, a priori, está Scarponi que, desencadenado, tira por Nibali y abre hueco mientras detrás el Sky quema sus naves. Thomas y Porte se descuelgan. Sólo queda Poels. Y todavía hay que recorrer más de cien kilómetros hasta la meta. Y además, la montaña, la Croix de Fer –Cruz de Hierro que impone sólo con el nombre–, el Mollard y la maldita Toussuire.
Pero los 19 escasos segundos de ventaja pronto son hechos añicos. Contador, Valverde y Nibali vuelven al pelotón. Calma chicha. Froome tiene de nuevo a la jauría controlada. Pero su Sky está más destrozado que nunca. Y los ataques no cejan. Valverde vuelve a intentarlo, con más voluntad que fuerza. Coge unos metros de ventaja, se destaca con mucho esfuerzo, gira la cabeza, intuye la neutralización de un grupo que cada kilómetro que avanza está escuálido. Por si fuera poco, subiendo la Croix de Fer a Froome se le pega algo a la rueda trasera. No puede pedalear. Toca el freno, echa el pie a tierra y lo quita lo más rápido que puede. Pero bastan unos segundos para que Nibali y su instinto de «Tiburón» huela la sangre y arranca fiero, más convencido que Valverde. Ya no le verán más hasta llegar a la meta. «Ha tenido toda la subida para atacar y lo ha hecho precisamente cuando me he parado...», dijo enfadado Chris Froome. «En el podio ya le he dicho lo que pienso de él».
El Tour, tan descafeinado como parecía, resultó tener en la Toussuire, la cima maldita para el maillot amarillo, toda la emoción contenida. A cinco kilómetros del final, Quintana se alza sobre el molinillo de Froome y le suelta. Al fin. Diecinueve etapas después. El café de Colombia despierta la carrera. Froome no logra seguirle. Quintana trepa con el rostro arrugado, gesto de esfuerzo en las facciones del ciclista apático. 32 segundos le asesta en meta al líder. A 2’38’’ se sitúa en la general. Demasiado ya. O quizá no. Lo dirá hoy el Alpe d’Huez y sus 21 curvas. «Tendré que atacar desde más lejos», se conjura Quintana.
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