Tour de Francia
Sagan, ese eterno segundón
Lleva dos años sin ganar en el Tour, tras deslumbrar en su debut con dos triunfos en etapa. Ayer, en Rodez, le superó Van Avermaet
El abismo entre el corazón y las piernas es como un pozo sin fondo en el que, de sumergirse, uno queda hundido en un agujero negro. Es como un barranco hueco y enorme, una fractura infranqueable. Lo sabe bien Peter Sagan. Las ganas de reencontrarse consigo mismo son enormes. De volverse a mirar al espejo y ver en el reflejo a ese chaval que era él hace tan poco tiempo, apenas tres años, y para quien ganar era tan fácil como lanzar los dados sobre el tablero del juego que era entonces el ciclismo. Ahora ya no lo es tanto. En Rodez se encargó de recordárselo Greg van Avermaet. Otra vez abonado al segundo puesto, el cuarto en lo que lleva de Tour. Qué tortura. La sonrisa bonachona de Sagan ya no se pasea como antes. «¿Cómo te sientes?», le preguntan. «Mal». Es lo único que responde.
Lejos queda aquel adolescente de carácter infantil que cada día se inventaba una celebración, para algunos de sus rivales pretenciosa –Cancellara llegó a decir que no lo soportaba–. Ahora, Sagan oculta sus frustraciones detrás de unas gigantes gafas de cristal que impiden ver que el crío juguetón empieza a no divertirse tanto como antes. Motivos no le sobran. En el Tour de su debut, el del 2012, el niño prodigio que entonces era se llevó dos etapas. Al año siguiente, una. Desde entonces, sequía. En 2014, Sagan se marchó de Francia con tres cuartos puestos, un tercero y cuatro segundos. Y este año lleva camino de romper su propio récord de segundón.
La única excusa que le perdona a Sagan este año es su sacrificio y trabajo por su líder, Alberto Contador, especialmente en una primera semana donde la perla eslovaca dedicó todos sus esfuerzos a proteger al madrileño. Labor de desgaste. Hasta llegar a Rodez le valió esa evasiva. Pero el repecho donde ayer le ganó Van Avermaet dolió. Y mucho. Querer y no poder. El abismo entre el corazón y las piernas. Un pozo sin fondo donde navega Sagan.
Se ahoga. Igual que el Tour. Ayer volvieron las altas temperaturas. «Tengo los pies reventados, estos días pasan factura luego», se queja Contador. «Hemos llegado a 44 grados. ¡Yo estas temperaturas sólo las había experimentado en la Vuelta! Se me han roto dos veces los neumáticos, nunca me había sucedido algo así», relataba Nibali. El maltrecho Astana, el cansado Tinkoff y el todopoderoso Sky dejaron hacer a la fuga. Gautier, Perichon, De Gendt, Nathan Haas y Kelderman navegaron en cabeza con Alexandre Geniez, el chico de Rodez, el ciclista al que todo el pueblo salió a la meta para animarle, como guía. Su pulso con el pelotón fue vibrante, pero acabaron cayendo en las garras del gran grupo en el último kilómetro. La cruel ley del ciclismo.
Como las caídas. Esas no están escritas en ningún reglamento, pero son igual de injustas. Ayer le tocó a Jean Christophe Peraud. No está siendo el Tour de los ciclistas franceses que tanto brillaron el pasado año. A 40 kilómetros a la hora, Peraud se arrastró por el suelo. Duele. El culotte se le abrió entero, las ingles ensangrentadas. Igual que su brazo. No importa. El ex biker se levantó del suelo donde se había dejado parte de su piel y se montó en la bici. Y acabó la etapa.
Era al que menos le preocupaba quién podía ganar en el repecho de Rodez. Apuestas. El corazón y las piernas lanzaron a Van Avermaet desde lejos. En Le Havre, en la sexta etapa, esperó demasiado y Stybar le acabó ganando. Ayer no quiso esperar. El martes abandonará el Tour para llegar a casa a tiempo de asistir al nacimiento de su hijo y no quería irse sin hacer los deberes. Sin rematar. De eso sabe mucho Van Avermaet. De pequeño era portero. Paraba goles. Hacía perder al equipo rival. Encima de la bici es igual. Ayer dejó otra vez segundo a Sagan.
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