Atletismo
Fernando Carro, una medalla de plata para el barrio
El atleta madrileño consiguió la medalla de plata en la final de 3.000 m obstáculos de los campeonatos de Europa
El atleta madrileño consiguió la medalla de plata en la final de 3.000 m obstáculos de los campeonatos de Europa
Las raíces son algo muy importante para Fernando Carro. Él es madrileño, del distrito San Blas-Canillejas, un chico de barrio acostumbrado a correr siempre, desde niño, como suele recordar en ocasiones, perseguido por mala gente. Y algo de eso le queda en su estilo, como ajetreado, meneando su melena al viento. A veces parece fatigado de más, pero no... Su origen va en su corazón, en su forma de competir y también en su piel, pues uno de los muchos tatuajes que tiene, el que se hizo antes de ir a los Juegos de Río en el brazo izquierdo, en el que se lee «No teníamos nada», era para él y para sus amigos, que siguen siendo los de toda la vida. Carro corre para un club de su barrio de Suanzes después de haberlo pasado mal tras la cita olímpica. Las lesiones, la pérdida de patrocinadores, de la beca... La hora de plantearse muchas cosas. ¿De retirarse? No, de resurgir a lo grande, como ha hecho en este extraordinario 2018, culminado con la medalla de plata en los 3.000 obstáculos en el Europeo de Berlín, sólo superado por el francés Mekhissi-Benabbad, el ganador en 2010, 2012 y 2014 (aunque este oro se lo quitaron por entrar a la meta sin camiseta; después, ganaría el 1.500) y un hombre capaz de plantar cara a los kenianos, dominadores de la disciplina. La dedicatoria de Carro estaba cantada: «A mí madre, mis hermanos, mis entrenadores... Y a todos los chicos del barrio que me han empujado en los momentos buenos y en los malos», dijo en los micrófonos de Teledeporte.
Su entrenador es Arturo Martín, el hombre que también pulió, entre otros, a Arturo Casado. Y vistos los resultados y las marcas de este año de Fernando Carro, y que Mekhissi parecía asustar menos, el madrileño se sentía fuerte, capaz de todo. «Sabía que podía ganar», confesó. Y, por tanto, estaba tensionado. Los días antes de la carrera le decía a su técnico: «¿Qué hago aquí? Quiero irme a casa». Eso es la presión. Y lo que mostró en la pista del estadio de Berlín es cómo superarla con valentía.
La prueba empezó lenta. Por delante, 3.000 metros y 28 obstáculos, más siete mojándose los pies en la ría. Y fue un español, un joven, Daniel Arce, que finalmente terminó sexto (¡bravo!), el primero que movió al grupo. Aunque después el italiano Chiappinelli los puso a todos en fila. Se lanzó, tiró y tiró y quienes se pusieron detrás fueron Mekhissi, el sueco Solomon y, claro, Fernando Carro. El español, vigilando al francés. Y, a falta de 600 metros, el galo hizo su movimiento, su cambio de ritmo, mientras el madrileño amagó con tropezar tras un obstáculo. Falsa alarma. ¿Qué hacer? Tantas cosas pasan por la cabeza de un atleta, aunque parezca que no, que simplemente sea correr. «Me he equivocado, he dudado, sabía que tenía que estar cerca de Mekhissi, pero su cambio fue muy rápido, cedí tres o cuatro metros y fue imposible recuperar», se reprochó el español. Sí, Mekhissi tomó ventaja. Carro le seguía. Y Chiappinelli ya había bajado después de llevar el peso de la prueba. Quedaba la última vuelta. «Yo soy rápido, pero él también», aseguró el madrileño de su gran rival. Tenía fuerzas, ya veía que la plata era suya, pero quería el oro y a falta de 300 metros hizo el último esfuerzo para intentar atrapar al francés. Ya no se podía, pero el italiano, que venía al acecho, que aguantaba aún, tampoco tenía energía para llegar hasta Carro. La plata fue fantástica en una carrera en la que el vencedor invirtió 8:31.66, tres segundos menos que su perseguidor.
Carro pudo saborear la medalla. Superada la última valla, corrió, miró al cielo y allí lanzó un beso en memoria de un hermano que falleció cuando él era pequeño. Después se quitó las zapatillas y aplaudió con ellas. Y más tarde, pese al éxtasis, vino su pequeño pero, sinónimo de su ambición: «Es maravilloso, en un escenario irrepetible, pero tenía que haber estado un pelín adelante con el francés».
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