F. C. Barcelona
Andoni y su «blues» del autobús
Zubizarreta ya no llegó a realizar la clásica visita de la víspera de Reyes a los niños de los hospitales. Se quedó en el vestuario, justo después del entrenamiento del primer equipo, con la carta en la mano, y no la de los Reyes Magos precisamente. El despido se fraguaba desde hace un par de semanas y se precipitó tras sus declaraciones del domingo –en las que señaló a Bartomeu como responsable de la sanción de la FIFA–, el lamentable partido del domingo y la alucinante alineación de Luis Enrique. Es probable que él buscara la baja y le apearon rápido del autobús, un elemento recurrente en su vida. Porque nunca ha podido olvidar aquella noche en Atenas, poco después de perder la final de la Copa de Europa por 4-0 ante el Milan en 1994, cuando en el autocar que les retornaba al hotel, Joan Gaspart le comunicó que Cruyff no contaba con él. Lo sintió como un puñal. Le dolió la forma y el fondo. Horas antes, con la derrota caliente, fue el primero en levantar la voz en el vestuario griego antes sus destrozados compañeros. Y no era el capitán. Lloró antes, sentado en el suelo, con la cabeza llena de rizos gacha. Era el principio del fin del «Dream Team», del que él fue arte y parte. Junto a Zubi, un jovencísimo Guardiola que le admiraba como a nadie y a quien, años más tarde, escuchó de sus labios que Tito Vilanova iba a ser su sucesor. Defendió ocho temporadas la portería del Barça y después de aquella tragedia griega su carrera como azulgrana terminó.Era obsesivo en los entrenamientos y desconectaba de todo cuando salía –siempre de los últimos– del vestuario. Llegaba a su casa, situada en pleno centro de Barcelona, y llevaba una vida más propia de un intelectual que de un futbolista. Inteligencia emocional, liderazgo, carácter y carisma bajo los palos. Ávido lector, Zubizarreta no ha sido una enciclopedia del fútbol en los despachos. Sus tres años en la secretaría técnica del Athletic no pasarán a la historia y los cuatro en el Barça, tampoco. Su personalidad, como el «blues», denota un punto de tristeza y melancolía desde que colgó los guantes. Y como cantaba Miguel Ríos en el suyo del autobús, «el equipo aquel nunca suena igual. ¿Qué misterio habrá? Si podemos conectar, lo demás se puede olvidar». A Zubi le han desacompasado el ritmo con los despachos, y la conexión con la grada, y ahora sólo espera que no sólo le recuerden por esta etapa final en el Barça.
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