Cristiano Ronaldo
Diego López, tercero en discordia
Malas compañías; por María José Navarro
A Diego López le ha faltado un buen compañero, porque Palop ha hecho lo posible y lo imposible para cargarse a sus iguales en el puesto
Hablando el otro día con un amigo muy sevillista, pero sevillista de los sevillistas de toda la vida, me ponía a Negredo a caldo. No es el único sevillista de los sevillistas de toda la vida que no tienen la mejor de las opiniones del delantero madrileño, un jugador que, sin embargo, goza de las simpatías de buena parte de la Prensa oficialista blanca y del propio seleccionador. Parece que esa misma parte de la grada del Sánchez Pizjuán tampoco adoraba a Diego López, recibido con calidez por la cohorte de Concha Espina.
He de decir que también cae estupendamente en la ribera del Manzanares, sobre todo desde el gol en propia puerta de Cristiano Ronaldo, pero ésa es otra historia y no viene a cuento. A Diego López, es verdad, le falta un esteticista y una personal «shopper» y le faltó un poco de suerte las veces que fue convocado por Vicente del Bosque, pero teniendo por delante a los porteros que tiene, lo normal es que sólo una carambola le coloque bajo los palos defendiendo a España. Pero lo que al gallego le ha faltado, de verdad, ha sido un buen compañero en el Sevilla. Andrés Palop, que seguramente sea un cancerbero planetario, universal, vialácteo y cuyo colmillo tiene forma de espiral, ha hecho lo posible y lo imposible por cargarse a sus iguales en el puesto.
Palop, que cree que el club le debe una simplemente por contar con sus servicios, ha establecido una especie de gobierno en la sombra en el vestuario que acabará pasando factura a los sevillistas de toda la vida y a la plantilla que se le cruce. Allá cada cual otorgando mando en plaza a un peón que se adivina un rey.
Ni los taxis; por Lucas Haurie
Mandó a Segunda al Villarreal y hubo que recurrir a un prejubilado como Palop para que no descendiese también al Sevilla
Durante los cinco meses en los que ha militado en el Sevilla, Diego López se presentaba como un mamarracho: despeluchado, sin afeitar, con una camiseta cuatro tallas más grandes y unas mallas raídas, como de bailarina enlutada. Más que el poético «torpe aliño indumentario» que se adjudicaba Antonio Machado, lo de este chico era una falta de respeto a su club, a los espectadores y a sí mismo. Los manolos que bajan la basura a las doce de la noche van más acicalados, más presentables. Pues debuta el tío contra el Barcelona en el Bernabéu y sale al campo hecho un figurín, con cada cabello en su sitio, perfectamente rasurado, camiseta y calzonas a juego, toda la ropa ajustada como un guante y unos calentadores relucientes a modo de segunda piel. Un vagabundo para representar a los sevillistas y un maniquí para actuar en la capital.
Luego está el criterio deportivo que ha motivado su fichaje. En el Real Madrid no se actualiza la base de datos porque es imposible que nadie que haya visto jugar a Diego López en el último año y medio crea que sigue siendo un portero fiable. Mandó a Segunda al Villarreal y hubo que recurrir a un prejubilado como Palop para que no descendiese también al Sevilla. Su triunfo es, en los tres partidos que lleva con su nuevo equipo, no haber fallecido a causa de un desprendimiento de travesaño. Porque no duden de que el día que se caiga el larguero, lo aplasta. «Sale menos que el sol en Londres y no para ni los taxis» fue el apresurado pero certero juicio de un miembro del cuerpo técnico sevillista durante la pretemporada. Cuatro millones ha pagado el tito Floren. Desde Ognjenovic no veía cosa parecida.
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