Sevilla F.C.
1-1. El Sevilla pasa a octavos sin peligro ni épica
El conjunto andaluz selló el pase con un insulso empate en Eslovenia. Ganso igualó el gol de Tavares
El conjunto andaluz selló el pase con un insulso empate en Eslovenia. Ganso igualó el gol de Tavares.
El Sevilla jugará los octavos de final de la Liga de Campeones por segunda temporada consecutiva, un hito histórico de una entidad que pulveriza sus plusmarcas en cada salida. El tesoro estaba casi en la mano en la víspera de viajar a Maribor y en ningún momento corrió peligro, pero no fue por los méritos de un equipo que sigue obteniendo resultados por encima de su fútbol. La clasificación quedó sellada con un empate tristón en un campo más propio de Segunda que de la élite, pero lo cierto es que el grueso de la tarea ya estaba cumplimentada.
Uno habría dicho, viendo el inicio timorato de los balcánicos, que lo más peligroso de este modesto club eran sus ultras, una nutrida banda paramilitar que se las tuvo tiesas con la Policía Nacional en su visita a Sevilla. Los de Marcucci tocaban a placer frente a nueve rivales alineados al borde de su área: ya aparecería el hueco. Mientras, los skinheads desplegaban en su fondo una enorme pancarta de un torero, representación aparentemente del equipo español... a la que metían fuego. Nada más extinguirse la fogata, Viler le montaba un lío en el pico del área a Escudero y centraba para que Tavares rematase a placer. Inesperado traspié.
Las noticias que llegaban desde Liverpool, por suerte, eran tranquilizadoras. Al Sevilla sólo lo habría eliminado una derrota combinada por otra de los ingleses en casa ante el Spartak, pero en Anfield no había lugar para la sorpresa de modo que el partido de Maribor se convertía en un partido por el honor puesto que la segunda plaza era un hecho. Es tentador pensar que eso desactivó a los sevillistas, porque sería muy inquietante que su prestación de la primera parte es la que ofrecerán cuando se jueguen cosas.
Con Pizarro a los mandos, un pésimo imitador del postergado Nzonzi, el Sevilla practica un fútbol narcótico, aburrido como una película iraní de contenido social. Un toque impenitente sin otro fin aparente que el de hipnotizar al espectador. ¡El genuino tiquitaca de garrafón! Sin que el portero local hubiese tenido ocasión de comprobar la presión del balón, tuvo Sergio Rico que intervenir para detener un tiro de Bohar y vio pasar sobre su cabeza un misil con la zurda de Tavares, tras asistencia de Bajde, que se habría convertido en el segundo gol de haber volado diez centímetros más bajo.
Debió apelar alguien en el camerino a la vergüenza porque, al reanudarse el juego, compareció un equipo distinto al que había deparado un primer tiempo de sonrojo. Escudero y Banega le dieron más trabajo a Handanovic en cinco minutos que en lo que llevaba de noche con dos disparos lejanos que ya mostraron su escasa fiabilidad. Correa, al fin, se decidió a encarar para desmentir que sigue empeñado en dilapidar sus excelentes cualidades. No, no era la naranja mecánica la que estaba en el gélido Ljudski, pero sí era algo más potable. Ben Yedder erró a bocajarro cuando el ataque sevillista ya era un asedio y a un cuarto de hora para el final, Ganso empató con un tiro inofensivo que se comía el portero colaboracionista.
Jesús Navas, que está a un partido de igualar a Pablo Blanco como el futbolista que más veces ha defendido al club, quiso darle lustre al cuarto de hora final con un desborde propio de sus tiempos de plenitud, un quiebro eléctrico que sentó al lateral con obsequio a Correa en forma de centro que el tucumano no supo embocar. Fue el canto del cisne de un partido que, en realidad, se había jugado a muchos kilómetros de distancia. El Sevilla está entre los dieciséis elegidos del bombo europeo. ¿Otra vez? Sí, otra vez entre los mejores.