Real Sociedad

El (breve) viaje de Asier Garitano

Peleó en Segunda B para hacerse un hueco en la élite. Alcanzó el éxito con el Leganés y se fue a la Real para mejorar, pero sólo ha durado diecinueve partidos

Asier Garitano abandona el club donostiarra sin haber podido completar la primera vuelta de LaLiga Santander / Foto: Efe
Asier Garitano abandona el club donostiarra sin haber podido completar la primera vuelta de LaLiga Santander / Foto: Efelarazon

Peleó en Segunda B para hacerse un hueco en la élite. Alcanzó el éxito con el Leganés y se fue a la Real para mejorar, pero sólo ha durado diecinueve partidos.

Lo primero que hizo Garitano cuando empezó las vacaciones de Navidad fue volver a Leganés. Quizá porque tenía alguna gestión pendiente, como dar de baja el contrato de luz de su antigua casa, pero seguramente también para volver a sentirse querido y valorado de verdad. Asier es hijo adoptivo de la ciudad del sur de Madrid y fue aclamado en Butarque el pasado domingo cuando el público le identificó en la grada durante el partido ante el Sevilla. En ese estadio pasó el técnico vasco del anonimato a la élite, una línea muy estrecha pero difícil de cruzar. A él le costó años de lucha en las categorías más «pobres», esa Segunda División B que es el pozo del que sacó al «Lega». Un modesto club y un modesto entrenador que se unieron en el verano de 2013 para hacerse grandes mutuamente.

Fueron cinco temporadas que incluyen un ascenso a Segunda, otro a Primera, dos permanencias en la máxima categoría y unas semifinales de Copa del Rey después de eliminar al Real Madrid y ganar en el Bernabéu. Y además, con un fútbol correcto, un estilo definido y sin perder la esencia humilde de la que ambos procedían. Todo era perfecto y hacer las cosas tan bien permite que se abran las puertas para seguir creciendo. Garitano quería mejorar y la Real Sociedad le puso una propuesta irrechazable encima de la mesa. Un aumento, evidentemente, de sueldo, la posibilidad de tener más de veinte ayudantes y la promesa de que su idea sería la que vertebrase todo el proyecto.

Un viaje que ha sido más breve de lo que todos esperaban y que acabó ayer con el despido fulminante del técnico después de sólo diecinueve partidos al frente. Dos de Copa del Rey y el resto de Liga con un balance de seis victorias, cinco empates y ocho derrotas. El equipo es decimoquinto, a tres puntos del octavo lugar y a cuatro del descenso. Mucho menos de lo que se había imaginado, aunque quizá lo peor eran las sensaciones. Un estado de ánimo que el propio técnico expresaba en Twitter después de perder con el Alavés. «Lo sentimos por la gente que ha venido y ha animado hasta el último minuto. Lo mejor que nos puede pasar es este parón, para resetear, limpiar la cabeza y volver a los entrenamientos con la ilusión de volver a competir»...

Al final, lo que ha hecho el club ha sido «limpiarlo» a él, mientras la grada se queda con la sensación de que los jugadores no hicieron todo lo posible para que el entrenador siguiera. Acusan a los futbolistas de no dar el cien por cien por no sentirse del todo cómodos con el máximo responsable. Algo que nunca se podrá comprobar, como siempre sucede en estos casos, aunque lo que sí es seguro es que si con Imanol Alguacil, que vuelve a hacerse cargo del primer equipo, la cosa no funciona, la plantilla ya no encontrará ningún escudo tras el que esconderse.

El director de fútbol donostiarra, Roberto Olabe, fue el hombre que confió en Garitano para crecer y él mismo oficializaba ayer su despido, «un paso adelante» doloroso pero necesario según sus propias palabras. Había imaginado una Real Sociedad en Europa con el método de Asier, y seis meses después la única solución posible de futuro es prescindir del hombre clave. Así es el fútbol, que no deja espacio para la lógica muchas veces. Garitano llegó a un Leganés con pocos medios y todo se alineó para que la cosa funcionase. Un ascenso, otro, el equipo de moda, el menor presupuesto en Primera, la eliminación copera ante el Madrid de Zidane... El técnico estaba hecho para ese equipo y para una ciudad en la que primero pasaba inadvertido al ir a comprar y en la última época no podía dar un paso sin que alguien le saludase. En San Sebastián no le ha dado tiempo.