Copa Confederaciones

Tócala otra vez, España

Los jugadores de la selección española celebran el segundo gol ante Uruguay
Los jugadores de la selección española celebran el segundo gol ante Uruguaylarazon

En Brasil, donde han visto a Pelé, a Garrincha, Rivelino, Tostao, Gerson, Zico, Sócrates, Ronaldo, Rivaldo o Romario, han visto a Xavi e Iniesta, a Cesc, Pedro, Ramos, Soldado, Casillas, Busquets, Alba y Cazorla, han visto a España, «La Roja», un equipo que deslumbra con un fútbol de otra época, pero más físico y más rápido, una Selección incomparable que, sin embargo, sólo ganó 2-1 a Uruguay. Muslera pudo encajar media docena de goles y sólo recibió dos, uno con ayuda de Lugano, y metió otro, casi al final, con un lanzamiento de falta de Luis Suárez que entró pegado al poste, cerquita de la escuadra, inalcanzable. La exhibición española supo a poco.

Sin anécdotas como el pulpo Paul –que en paz descanse ese cefalópodo más famoso que los calamares gigantes de Julio Verne y que sirvió a más de un ignorante para hablar de fútbol–, la exhibición de España se abre paso entre el enjambre de piernas uruguayas, más obstáculo que amenaza, y la estulticia de quien, por falta de documentación y conocimientos, es incapaz de reconocer el extraordinario valor balompédico de esta Selección única.

El bicampeón de Europa y del mundo honra los galones con su fútbol y baila al campeón suramericano con una danza que obnubila al contrario y extasia al aficionado, sea cual fuere su camiseta. Produce tal placer que compone una pieza inacabable, «Tócala otra vez, España», y otra y una más antes de que el partido se acabe. Todo tiene su explicación: una generación de jugadores sublimes que ha coincidido con el buen juicio de unos entrenadores, que, entre sabios, preparados, maestros e inteligentes, extraen de ellos lo mejor y sólo lo mejor.

Contra Uruguay, Del Bosque renunció al doble pivote que tantos éxitos le ha dado y entregó a Busquets la potestad del ausente Xabi Alonso. No recurrió a Javi Martínez, un relevo natural, y recuperó la línea de cuatro por delante del pivote: Pedro, Iniesta, Xavi y Cesc, una línea de creación con fútbol para regalar y una movilidad que destrozó la idea de contención que había previsto Tabárez. Y arriba, una referencia, Soldado. Además, escalaba Jordi Alba por la izquierda y entraba como un puñal; Arbeloa se contenía más a la hora de subir, pero no escatimaba esfuerzos para recuperar balones de una a otra banda. Recuperación, la palabra mágica. España acunaba la pelota, la dormía lo preciso, atrás y en la media, y cuando llegaba arriba, entre uruguayos desesperados, el gol llamaba a la puerta de Muslera. Lo rozaron Soldado y Pedro en el primer centro de Alba, lo estrelló en la cepa del poste Cesc y marcó Pedro, siempre él, aunque con ayuda de Lugano, que desvió su disparo para hacer el 1-0.

El tanto redobló el esfuerzo de los campeones suramericanos y por unos instantes España perdió el control del partido. Pero detrás estaban Piqué y Ramos, y Casillas, el aplomo, la seguridad necesaria para burlar el peligro de Cavani, un remate a sus manos, o de Luis Suárez, inadvertido. En Uruguay cobraban protagonismo los zagueros, Pereira, Lugano, Godín y Martín Cáceres, que endurecían el encuentro, como Diego Pérez, Ramírez o Gargano, para no caer hipnotizados por el poder de «La Roja». No había un resquicio en el esquema, ni una grieta, sólo combinaciones interminables, regates imposibles de Iniesta, controles magistrales de Xavi, arrancadas electrizantes de Alba, de Pedro, y la punta tomada por Soldado, que aprovechó el magnífico pase de Cesc para establecer el 2-0.

Después de media hora, apenas había noticias de los uruguayos y el caudal futbolístico español resultaba inagotable. El público brasileño de Recife entonaba olés y se dejaba mecer por el «jogo bonito» que tanto admiran, y que tanto echan de menos en la «canarinha», pendiente de las filigranas de Neymar. España ofrece mucho más y Uruguay, que ya cayó derrotada en aquel amistoso de febrero en Qatar (3-1), no sabía cómo contrarrestar los efectos del tiqui-taca. Su entrenador introdujo cambios ofensivos en la segunda parte, alineó a Forlán junto a Suárez y Cavani, pero no tenían la pelota. El balón no les duraba y cuando los españoles lo perdían tardaban segundos en recuperarlo, porque además de jugar, corren, presionan y demuestran la ambición de quien no quiere perder ni en los entrenamientos.

Con el partido ganado, y dando muestras de ser un equipo inalcanzable para Uruguay, y mucho más para Tahití o Nigeria, Del Bosque empezó a hacer cambios. El calor agobiaba, se notaba el paso de los minutos y Luis Suárez acortó distancias con una falta desde la frontal. Demasiado premio para tan poco fútbol.