Río de Janeiro

Con la dignidad a cuestas camino de los Juegos

Testigo directo. Río está plagado de brasileños agradecidos que trabajan 19 horas diarias sin días libres hasta el próximo día 21

Un operario prepara la cancha en la playa de Copacabana
Un operario prepara la cancha en la playa de Copacabanalarazon

Joao va a cumplir 59 años y su piel negra y su barba blanca, como el pelo ensortijado, denuncian algunos más. Detalles como la pierna que arrastra, o ese cuello enjuto y arrugado que no le llega a la camisa, desabrochada y que se joda la corbata, destripan muchas batallas. Como si en su Río natal ya hubiese visto varios Juegos Olímpicos. Pero no es eso. Su Olimpiada diaria es la vida, que ahora le sonríe porque hasta el 21 de agosto trabajará 19 horas diarias, seguidas, sin librar. Sonríe pícaramente mientras se frota el índice y el pulgar. Es lo que a él le traen los Juegos: dinero para ir tirando.

Joao, que ahora, junto a un tropel de operarios y voluntarios, ordena el trasiego de periodistas y de autobuses, ordenando rutas y diseñando destinos para que nadie se pierda, al final tendrá trabajo. Peor pagado que éste, asume, sin perder la sonrisa. Otro día hablamos, Joao. Hoy la cascada de enviados especiales de todo el mundo busca destino en el laberinto que sólo tú entiendes. No te duelen las piernas ni te quema el sol, que cae a plomo con sus 32,6 grados, que apunta el termómetro a tu espalda, doblada, aunque procura danzar erguido.

Contrasta la alegría de Joao en ese inmenso aparcamiento del Parque Olímpico con la presencia de varios compatriotas suyos en el aeropuerto, donde denuncian con pancartas varias, sin que nadie les moleste, la mugre de su país: «Welcome: Brazilian state world record in murders a day». («Bienvenidos a Brasil, estado del mundo récord en asesinatos por día»). Son un grupo de hombres y mujeres de mediana edad. Forman parte del «atrezzo», sin ánimo de ofender. Los paisanos no prestan atención a las proclamas y los visitantes miramos, hacemos la foto y continuamos en busca del voluntario que sea capaz de decirnos ¡dónde hay que acreditarse! Si te paras a pensar en las barbaridades y tropelías que se cometen en Brasil es para volverse a... donde aten a los perros con longaniza.

Los voluntarios sonríen, son serviciales, atentos, pero les puede la tarea. El arranque siempre cuesta, aunque si los comparamos con chinos o ingleses, predecesores en la materia, aún están verdes. Quieren y no pueden porque todo les supera. Hacen lo que pueden, como los obreros que en el trayecto del aeropuerto a Río procuran adecentar lo imposible. Miles de favelas se abalanzan sobre la carretera. Casuchas de ladrillo visto, mal terminadas, techos de uralita, viviendas que se apoyan unas en otras para no caerse, paupérrimos pareados, descalabrados adosados, ventanas y terrazas a medio construir, en muchos casos, sólo por abrazar la dignidad. Pobreza y humildad entre la delincuencia que encuentra mano de obra alojada en los confines de la desesperación.

El autobús avanza por carreteras que en algunos tramos muestran la pintura verde del carril olímpico. Los conductores lo respetan. Pero faltan carriles olímpicos y sobran coches, ahora que todavía los Juegos no han empezado. A cada tanto, soldados. El ejército vigila, como no se veía en Pekín, porque en China todo funciona de manera diferente a Brasil. Incluso provocan la lluvia. Allí, el Hutong es el barrio donde vive la gente menos pudiente, unos cuatro millones de seres humanos que se enfrentan con dignidad a la supervivencia, que no miseria. Tampoco se observa la desesperación del hambre de Soweto, barrio que ha crecido con la leyenda; de hecho, hay más miseria en los aledaños de Johannesburgo que donde nació la revolución. En esas latitudes se puede ver a una anciana barriendo la puerta de casa con una escoba que tiene más años que ella. Y no da abasto, porque eso de barrer tierra sobre la tierra es trajín harto empalagoso, pero entretiene, y dignifica a la propietaria del chamizo. Río de Janeiro lucha contra todo eso y confía, como Joao, en que los Juegos, si no le lavan la cara, al menos lo dignifiquen.