Río 2016
Con la magia en los talones
Diez Juegos Olímpicos de verano, más unos de invierno en Turín, ha cubierto Carlos Martín como enviado especial. Fue jefe de prensa de la intentona de Jaca contra Sochi. Maneja todos los registros. Es alguien dentro del olimpismo, un seguidor infatigable de este acontecimiento que no imaginaba que en Río iba a vivir los que para él, que los ha seguido de cerca, son «los peores Juegos de la historia».
Los contratiempos iniciales dejaron de ser sorpresas para convertirse en cotidianos. Cerca de 25.000 periodistas extranjeros en Río, enviados para escribir de deporte, para narrarlo, para contarlo, para trasladar a todos los poros de la tierra las hazañas de los deportistas y sus fracasos, cuando es menester. Pero un tsunami imparable ha desbordado la información esencial. Discurre paralela una crónica de sucesos que amortigua demasiado a menudo lo que de verdad importa. Y menos mal que los deportistas cumplen, que hay récords casi a diario, que las estrellas deslumbran y que mientras Usain Bolt anuncia que ya no irá a Tokio en 2020 aparecen otras en el firmamento, aunque nunca vayan a alcanzar la dimensión del velocista jamaicano.
El salvavidas de los Juegos de Río son los deportistas, que no terminan de ocultar el mayúsculo atolladero en el que el COI nos ha metido a todos, también a ellos. Hay que recordar que antes de ganar el oro en los 200 mariposa, Mireia Belmonte no pudo clasificarse para una semifinal porque le habría ido mejor si a las tantas de la madrugada, después de ganar un bronce, no tuviera que esperar el transporte sentada en el suelo durante media hora. Y otra media para llegar a la Villa. Y luego el masaje. Y la cena cuando en España desayuna. El cambio de rutina ha sido radical. Antes dormía por la noche, se entrenaba con las primeras luces del alba y competía por la tarde. Ahora duerme por la mañana, se entrena por la tarde y gana un oro a la hora golfa. ¿Y la magia de los Juegos? En los talones.
A Carlos Martín le causó menos estupor encontrarse tirado en el suelo, por aquello de las balas perdidas, mientras la Policía y una banda de atracadores cruzaba disparos, que el desbarajuste que vive cada día, como el resto de la prensa deportiva: «Con estos Juegos hemos retrocedido 20 años. Instalaciones inacabadas, accesos en barbecho; han acudido la mitad de los turistas previstos. Hay deportes con poco público en la grada y queda más de un millón de entradas por vender. Se nos cae el techo de la sala de prensa y se cae internet. No hay casilleros para comunicados y resultados. La información es mala. Hay autobuses olímpicos que sólo pasan cada 80 minutos. Y no los pierdas. Conductores que ignoran el recorrido. No hay comida en las zonas de trabajo de los medios. Demasiadas trampas y desatinos. Se les acabó el dinero y lo dejaron empantanado. Esperaba mucho más de Brasil, pero el reto del Mundial de Fútbol y de los Juegos Olímpicos le ha venido muy grande». Sólo los deportistas pueden salvar estos Juegos. En eso están, si se lo permiten.
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