Remo
Maestro y aprendiz de oro
Craviotto logra su tercera medalla olímpica, esta vez en compañía de Cristian Toro, que lo ve como «un ídolo» y que incluso va a seguir sus pasos para ingresar en la academia de Policía
Craviotto logra su tercera medalla olímpica, esta vez en compañía de Cristian Toro, que lo ve como «un ídolo» y que incluso va a seguir sus pasos para ingresar en la academia de Policía
Fue «fácil» (y, por favor, léanse con cuidado las comillas) el final, pero difícil el camino. Nada nuevo para Saúl Craviotto, que lo ha vuelto a hacer. El piragüista español se suele clasificar para los Juegos en el último momento y luego «simplemente» gana una medalla. Tres veces ha sido olímpico, tres metales, dos de oro, uno de ellos el de ayer, y uno de plata. Y todavía le queda una prueba más que disputar en Río, el K-1 200, para acercarse a ser el mejor deportista español en la historia de los Juegos, o incluso para llegar a serlo. «No pienso en eso, no pienso en récords», asegura. Esta vez, como la primera, la medalla ha llegado con compañía, en el K-2 200. La sabiduría de Saúl junto al desparpajo de Cristian Toro. Menudos dos tíos. Sacos de músculos, pues no hay otra manera de proclamarse campeón en una disciplina tan exigente. «Saúl siempre ha sido mi ídolo y sólo estar aquí con él era un sueño. Pero al estar aquí con él sabes que puedes ganar», afirmaba Toro. De ídolo en ídolo, el piragüismo español marcha bien. En la grada lo observaba todo David Cal, el hombre que hizo creer a todos que era posible ganar en esta especialidad. Cinco veces subió al podio en tres Juegos. El gallego es el referente de Saúl como ahora Saúl lo es de Toro. Hasta sus pasos como policía va a seguir, ya que Cristian pretende entrar el año que viene en la academia.
Parece que uno no se acostumbra a ganar medallas. Debe de ser una sensación tan intensa que cada una es como la primera. «Estoy alucinando todavía», decía Craviotto. Ni se acordaba de lo primero que se habían dicho tras superar la meta. Él levantó los brazos y Toro golpeó el agua. Después, cuando habían echado el pie a tierra, sí se fundieron en un abrazo. El joven aprendiz desvela que sólo se vio campeón una vez llegados al final: «No ves nada, sabes que estás delante, pero no ves más allá de dos o tres calles y no sabes por dónde van las de más allá. Cuando entramos y no vi proa pensé: ‘‘Lo hemos conseguido’’». «Se siente mucha paz», explicaba Craviotto, que reconoció que sí notó algo de presión porque siempre se espera de él que haga algo. Porque nunca ha fallado en la cita olímpica. «Todos contaban con una tercera», advertía.
Unas 80 paladas fueron necesarias para llegar al oro, pero volvamos al principio. ¿Por qué «fácil» (entre comillas siempre)? Vistas las últimas actuaciones y las semifinales, la embarcación española iba como un tiro. Nadie lo quería decir, pero los veían ganadores. Costó lograr el pase a los Juegos en el Preolímpico, pero en él la distancia fue tal que dio una pista de lo que podía pasar. «Allí entendí que podíamos batir a los mejores del mundo», dice Toro. Empezó igualada la prueba en la Lagoa de Río. Es un pispás, apenas 30 segundos para recorrer 200 metros en los que un despiste puede decidir perder un puesto o caer del podio. Pero no hubo despistes, la sintonía era perfecta entre el novel y el veterano, entre el maestro y el aprendiz, forjada en los duros entrenamientos entre el embalse de Trasona, en Asturias, y las concentraciones que hacen en Sevilla. Sesiones tan exigentes que cuando hacen series de calidad no es extraño verlos vomitar.
A un lado y al otro, sintiendo el agua y utilizándola para seguir, no para pelear con ella, fue avanzando el kayak de Craviotto y Cristian. El comienzo fue como lento y la impresión desde fuera, diferente a desde dentro. En cuanto Saúl y Toro se pusieron por delante, a mitad de camino, nadie se les acercó. «El plan era salir a tope y aunque al final nos ha costado un poco, lo hemos conseguido», explicaba Craviotto. Se vio el esfuerzo, claro, pero el oro nunca pareció peligrar.
En el podio fue Toro quien más se emocionó. Cerró los ojos y giró la cabeza al cielo. «Ha sido un último año muy duro», explicaba, recordando todo el proceso para la clasificación. Su novia y su madre estaban en la grada. La mujer de Saúl, no. Le pidió matrimonio después de lograr la plata en Londres, allí mismo, en la capital inglesa, y si en los Juegos de Río están de moda las mamás deportistas españolas, también hay papás. Su pequeña nació hace poco más de año y medio y la intención es que la familia crezca. Para que no se descentrara, decidieron no estar esta vez en Brasil, por aquello del zika. «Veníamos a hacer la mejor carrera de nuestras vidas», aseguraron los dos medallistas. Y lo lograron. Vaya si lo lograron.
Toro: de la televisión, al podio
Cristian Toro mira y aprende de Saúl Craviotto. Es su referente y su ídolo y juntos han hecho historia en Río. Nacido en Venezuela por el trabajo de sus padres, pero criado en Lugo, Cristian pronto empezó a destacar en el piragüismo y a formar parte del Centro de Alto Rendimiento de Gijón. También ha pasado por el de Madrid, los meses que participó en el programa televisivo «Mujeres, Hombres y Viceversa», lo que le reportó cierta fama que todavía le persigue. En su cuenta de Twitter tiene casi 58.000 seguidores y es habitual que le paren por la calle. Pero quiso alejarse de ese mundo y se centró en el kayak, donde ha encontrado en Craviotto la pareja perfecta. Su novia es la periodista Irene Junquera, colaboradora del programa de laSexta «Zapeando». Ayer estaba en Río animando desde la grada. Toro es una persona extrovertida y cercana que ha sabido lo que son las penurias económicas en el piragüismo, por eso no descuida su futuro, en el que pretende ser policía. Su número favorito es el siete y el color que más le gusta, el marrón. Seguramente, cuando llegue a España lo celebrará con un buen plato de lentejas.
Craviotto: y en unos días otra vez a patrullar
Saúl Craviotto nació en Lérida, pero ejerce de policía en Asturias, donde vive con su mujer. Lleva años combinando ambas facetas con éxito gracias a su esfuerzo y a las facilidades que le da el Cuerpo. Saca tiempo de donde sea para entrenar hasta 6 horas al día de lunes a sábado. Incluso para preparar los Juegos ha ido combinando una labor y otra. «En cuatro o cinco días tengo que estar patrullando», aseguró, entre risas, el que puede convertirse en el primer español que conquista tres oros olímpicos. Con un año entró Saúl por primera vez en una piragua, impulsado por su padre y por su tío, y a los quince ya decidió que quería dedicarse a ello, en un viaje que le llevó a Madrid y a Asturias. En Gijón se casó en 2013 y es padre de una niña, Valentina, a la que quieren dar un hermano o una hermana lo antes posible. Multimedallista en todas las competiciones, es por su experiencia el líder del dúo que forma con Toro. Amante de la naturaleza, le gustaría que en España se diera más «bola» al piragüismo, que tiene una salud extraordinaria en triunfos, que no económicamente. Ha sido modelo y le encanta cuidar de su huerto.
Benavides, a 21 milésimas del bronce
Un empujón en el último momento del brasileño Isaquías Queiroz, pupilo del ex técnico de David Cal, Suso Morlán, le sirvió para conquistar el bronce y dejar al español Sete Benavides con la cuarta plaza. Hubo suspense porque la llegada había sido demasiado apretada. Tardó casi un minuto en aparecer en el marcador el resultado. Queiroz era tercero por 21 milésimas. Sete se tenía que conformar con repetir el puesto de Londres 2012. «Lo de hace cuatro años me costó asumirlo, por eso esta vez es más fácil. He competido hasta el final y he estado cerca», aseguró.
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