Halterofilia

Una medalla con cuatro años de retraso

Por fin consigue la foto en el podio olímpico que las trampas de las rivales le arrebataron en los Juegos de Londres

Del levantamiento de las pesas a la alegría del bronce conseguido
Del levantamiento de las pesas a la alegría del bronce conseguidolarazon

Quería el oro que le robaron en Londres y en Río ha vuelto a colgarse el bronce. Lydia Valentín compitió muy bien y perdió la plata por un kilo con la bielorrusa Darya Naumava. El oro, incontestable, fue para la norcoreana Rim Jogn-Sing, superior a todas sus adversarias. Lydia quería la primera plaza, pero tuvo que conformarse con la tercera. Le hubiese gustado escuchar el himno español desde lo alto del cajón, pero sonó el del sátrapa Kim Jong-Un. Es la democracia del deporte.

Presentan a las levantadoras, casualidad o no, Lidia Valentín aparece primera, delante de la norcoreana Rim Jong-Sim, y así hasta ocho. En su tablilla anuncia que empezará con 112 kilos en arrancada y 135 en dos tiempos. Rim, con 120 y 155. Quería marcar distancias desde el comienzo. Empiezan las que menos se exigen y Antonia Ferreira, pese al aliento de su público, falla en los tres intentos con 102 y es la primera eliminada. Desencanto en el graderío, medio lleno.

Iñaki Perurena, en las Seis Horas de Euskadi, levantaba piedras más pesadas en el caserío que en Anoeta. Mantenía el suspense de un año para otro y siempre se superaba; en halterofilia se trata de levantar inicialmente no todo lo que se puede para disimular las verdaderas posibilidades. La bielorrusa Nameva se propuso 107 y llegó hasta los 116 a la primera. Liydia cumplió con 112 y erró con 116 en el primer intento, en el segundo aprobó.

Con 117, Rim, la última en concursar, pareció sobrada; sin embargo, los 121 le costaron dos asaltos. No obstante fue quien más levantó en arrancada. Disponen las levantadoras de medio minuto para la alzada y han de sostener las pesas al menos dos segundos por encima de la cabeza. Agota sólo de pensarlo, duelen los riñones de verlo. Es un ejercicio que, además de fuerza, exige velocidad explosiva, resistencia, flexibilidad, equilibrio y coordinación, todo ello precedido de un grito de desahogo, o de guerra, porque el peso aguarda.

Marchan en cabeza antes de ir a los dos tiempos la norcoreana y la española; pegada a ella, la bielorrusa Darya Naumava. Como en arrancada, inician el ejercicio las que menos peso han marcado, hasta alcanzar los topes de las primeras. Los 135 de Lydia, que se hace con ellos a la primera y con el suspense habitual –tiene el cronómetro en la cabeza y agota los segundos para desesperación de sus seguidores–, son el tope de quienes pidieron menos. Cuando la ucraniana se atrevió con 138, y erró, ella logró superarlo. En cuclillas y sobre los hombros, después, incorporación, paso atrás y arriba. Prueba superada y Valentín dibuja un corazón con las manos. Cae a continuación la colombiana y Dekha se atreve con 139, lo consigue. Gaelle Ketchanke, la francesa, sucumbe con 140 y la norteamericana Jenny Arthur con 141.

Lydia se concentra, la medalla está ahí, puede ser bronce o plata, eleva sobre la cabeza los 141 kilos, los sostiene más de dos segundos, sonríe. Suelta la barra y salta de alegría. La medalla está en el bote. Falta por determinar el color y la bielorrusa, que se la juega con 142, no falla y se sube al segundo escalón del podio. La norcoreana juega en otra liga, se hace con los 141, ya es oro y quiere mejorar la marca, alza 153, pero no puede con 162.

Lydia todavía está a la espera de que se confirme la medalla de Londres. «La que debía haber estado en el podio era yo», se lamentaba a su llegada a la Villa Olímpica antes del comienzo de los Juegos. En Londres le robaron ese momento que esperan todos los deportistas, el de subirse al podio y escuchar el himno de su país mientras le entregan la medalla olímpica. Duele más eso que el dinero perdido, porque la gloria también se mide en euros. Perdió la beca como medallista olímpica y la oportunidad de elevar el caché y el número de los patrocinadores. Pero la obsesión que ha perseguido a Valentín durante los últimos cuatro años es esa imagen en el podio que le «robaron» en Londres. Pero ahora, por fin, tiene la medalla que las trampas le quitaron en Londres.

Lydia ya tiene su foto, a la espera de que se haga oficial el oro de Londres, después de la descalificación de las tres primeras. Es un caso extraño. Ha recibido antes su segunda medalla olímpica que la primera.

Primera medalla para la halterofilia española

El bronce ganado por Lydia Valentín en Río prolonga una feliz costumbre del olimpismo español desde Múnich’72: en cada edición de los Juegos suma al menos un nuevo deporte a su medallero. El estreno de la halterofilia española en el podio reduce a tres deportes, bádminton, pentatlón moderno y tenis de mesa, más los debutantes rugby y golf, las disciplinas del actual programa en las que España aún no tiene medalla. Carolina Marín podría tachar de esa lista al bádminton si se comporta en Río como la número uno mundial que es.