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¿Dónde está Brasil?
Brasil temía otro «Maracanazo», la pesadilla que ha perseguido al país durante años y se lo encontró antes de volver a pisar Maracaná.
Brasil temía otro «Maracanazo», la pesadilla que ha perseguido al país durante años y se lo encontró antes de volver a pisar Maracaná. Esta vez no hay una cara a la que culpar, como Barbosa, aquel portero que vivió hasta el final de sus días el infierno de aquella derrota. Tampoco estaba Ghiggia, un anciano que 64 años después aún presume de aquel gol que dio a Uruguay su segundo Mundial.
No hay un único culpable. La culpa, si acaso, es de Scolari, que le robó a Brasil su esencia para entregarlo al sudor, al esfuerzo y al orden. Por robarle el fútbol, que ahora pertenece a Alemania, como demostró en esa primera media hora gloriosa que convirtió a la selección brasileña en un fantasma.
Jugaban todos en la selección alemana. Khedira salía con la pelota jugada desde su área y se permitía llegar hasta la contraria para tocarla y regalar goles, como el que le dio a Kroos. Era el cuarto de su equipo y Alemania disfrutaba como si jugara en el barrio en lugar de en una semifinal de la Copa del mundo. Era la muestra de que el fútbol, como todo, es mejor si es divertido.
Para Brasil, el partido fue un sufrimiento desde el comienzo. Desde que Alemania encontró su primer gol en un córner que Müller remató solo comprendió que la semifinal no era para ella. Brasil, que se había amparado en el orden y la estrategia para llegar hasta allí, empezaba a ser derrotada con sus propias armas. Lo peor estaba por venir. Porque Alemania era superior con la pelota parada, pero su superioridad aumentaba cuando la pelota se movía.
Brasil miraba mientras los alemanes se afanaban en un juego de pases que siempre les llevaba a tener superioridad en el área contraria. Müller, que quiere ser el máximo goleador del Mundial igual que lo fue hace cuatro años, dejaba pasar la pelota con generosidad para que Klose rematara el segundo. No era un gol cualquiera, era el que le permitía superar a Ronaldo como máximo goleador en la historia de los mundiales. Superaba en Brasil al último gran delantero brasileño. Una humillación más.
Aunque a esa altura, el partido todavía parecía vivo. No tardó Kroos en matarlo con dos goles casi consecutivos que apenas dejaron tiempo a los brasileños para sacar de centro entre uno y otro. Quedaba el tanto de Khedira para completar el desastre brasileño antes del descanso.
Había pasado sólo media hora, pero treinta minutos pueden ser eternos. Lo fueron para los brasileños, que no sabían qué hacer cuando tenían la pelota. Tampoco cuando la tenían los alemanes. La defensa no existía, los dos mediocentros, Fernandinho y Luis Gustavo, estaban desbordados y Alemania tenía el tiempo y las ideas para hacer daño en el área de Julio César.
Kroos y Khedira manejaban el centro del campo con facilidad. Poco tiempo necesitaba el centrocampista todavía del Bayern para buscar la manera de seguir haciendo daño a los anfitriones. Agarraba la pelota, levantaba la cabeza y enseguida se le ofrecían Müller, Klose y Özil a la carrera. Un niño con gafas lloraba desconsolado en la grada. Eran las lágrimas de un país entero llorando por algo más que una derrota. Era una humillación inolvidable, el comienzo de una pesadilla que vivirá toda la vida en la cabeza de ese niño y en las de los futbolistas a los que sólo les faltaba llorar en el campo de impotencia.
Scolari intentó arreglarlo a su manera en el descanso. Sus soluciones «ofensivas» fueron Paulinho y Ramires. El objetivo para el seleccionador brasileño ya era proteger el resultado. Pero ni siquiera eso consiguió. Aunque en los primeros minutos Neuer tuvo que intervenir cuatro veces, siempre con acierto, los alemanes no habían perdido el hambre en el descanso. Para mantenerla estaba Schürrle, que había sustituido a Klose y también quería sus goles. Dos consiguió mientras Brasil seguía derrumbándose.
El gol de Oscar, en el final del encuentro, puso final al dolor. Brasil quedaba fuera de su Mundial en el momento más doloroso y de la manera más cruel. 1-7 decía el marcador. Pero significaba mucho más. Significaba que el fútbol se ha dado la vuelta, que Brasil, que enseñó a jugar al mundo en el siglo pasado, tiene que volver a aprender. Igual que les pasó a los ingleses, que llevaron la pelota a todos los rincones del mundo para que otros disfrutaran de aquel deporte.
El fútbol ahora es de Alemania, que llevaba doce años sin aparecer por la final de un Mundial. Demasiado tiempo para ellos, que vengaron en Mineirão aquella derrota en la final del Mundial de Corea y Japón ante Brasil, la única vez en la que se habían enfrentado en un Mundial las dos selecciones. La final decidirá el campeón, pero esta Alemania ya tiene un hueco en la historia. Porque ganan los que meten más goles, pero ganan, sobre todo, los que emocionan. Como aquel Brasil del 82. Como la Alemania de ayer.
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Ficha técnica:
1 - Brasil: Julio César; Maicon, Dante, David Luiz, Marcelo; Fernandinho (Paulinho, m.46), Luiz Gustavo, Hulk (Ramires, m.46), Oscar, Bernard y Fred (William, m.71).
7 - Alemania: Neuer; Lahm, Hummels (Metersacker, m.46), Boateng, Höwedes; Schweinsteiger, Khedira (Draxler, m.75); Müller, Kroos, Özil y Klose (Schuerrle, m.59)
Goles: 0-1, m.11: Thomas Muller; 0-2, m.23: Klose; 0-3, m.24: Kroos; 0-4, m.26: Kroos; 0-5, m.29: Khedira; 0-6, m.70: Schurrle; 0-7, m.77: Schurrle. 1-7, m.90: Oscar
Árbitro: Marco Rodríguez (MEX). Mostró tarjeta amarilla a Dante.
Incidencias: semifinal del Campeonato del Mundo de Brasil 2014 disputado en el estadio Mineirao de Belo Horizonte ante unos 58.000 espectadores.
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