Dimisión

Rubiales dejó de sentirse intocable por un beso

Nunca dejó de sentirse futbolista. Varios de sus colaboradores acabaron convirtiéndose en sus enemigos

Luis Rubiales era un futbolista con traje y corbata. El ya ex presidente de la Federación nunca ha dejado de sentirse jugador y ese ha sido uno de sus problemas en los despachos. Su comportamiento, en muchas ocasiones, no se correspondía con el que debe tener el máximo dirigente del fútbol español. Porque a él, lo que le hubiera gustado era celebrar en el vestuario, cantando y sin camiseta, para festejar, por ejemplo, el triunfo de la selección masculina y ¿por qué no? también el Mundial de la femenina.

La presidencia, en el fondo, era sólo la manera de acercarse a la élite a la que se arrimó como futbolista de Primera División pero muy lejos de los éxitos internacionales que ha podido celebrar como presidente. Así se le escuchaba, por ejemplo, hablar con Piqué en sus negociaciones para llevar la Supercopa a Arabia. Como si fueran lo mismo, aunque fueran diferentes.

Rubiales, que empezó su carrera política como defensor de los futbolistas, ha acabado devorado por su gesto hacia una de ellas. Se sentía impune y ha caído por un gesto inadecuado a la vista de todo el mundo. «Rubi», como le llaman los más cercanos, siempre se ha movido en el «conmigo o contra mí». Así lo cuentan algunos de los que han tenido que trabajar con él. «Un tipo divertido, que muchas veces tenía razón, un tipo decidido». Pero un tipo, también, que no entiende de grises y que quería hacer las cosas «por sus cojones» cuando no quedaba otra manera.

Ese «conmigo o contra mí» hace que muchas veces los que fueran sus colaboradores se convirtieran en sus enemigos. Es el caso de Luis Gil, el que fue su vicepresidente en la Asociación de Futbolistas (AFE) y que ahora forma parte de la estructura de la Liga que preside su archienemigo Tebas. Luis Gil ya formó parte de la candidatura fallida que encabezó Jorge Pérez, antiguo secretario general de la Federación, en las elecciones que convirtieron a Rubiales en presidente de la Federación. No pudo llegar a presentarse, pero Gil no era el único excolaborador de Rubiales que formaba parte de aquella candidatura. «Conmigo o contra mí». Y a veces una cosa lleva a la otra. Le sucedió también con David Aganzo, al que designó como sucesor al frente de la AFE antes de acabar enfrentados porque Aganzo quería tomar sus propias decisiones.

En muy poco tiempo desde su llegada a la presidencia de la AFE no quedaba a su lado casi nadie de los que llegaron con él al sindicato para cambiarlo. Lo cambió para mejor, pero se le quedaba pequeño. Lo suyo era ser presidente del fútbol español.

Y se movió como si el fútbol fuera suyo desde antes de ser presidente. Quería ser él quien marcara los tiempos de las entrevistas en su lucha con Juan Luis Larrea por ser presidente de la Federación. Y prefería rodearse de personas que le dieran la razón cuando despidió a Lopetegui a dos días del comienzo del Mundial de Rusia. Incluso en el vuelo de vuelta de aquel desastroso Mundial defendía que aquello no había afectado al rendimiento del equipo delante de un grupo de periodistas. Pocos eran los que defendían la evidencia de que quedarse sin entrenador al borde del comienzo del campeonato tiene que afectar necesariamente al rendimiento del jugador. Pero las evidencias no le servían a Rubiales como tampoco le ha servido ahora para marcharse a tiempo. Unas disculpas y una dimisión en su momento, incluso el día de la asamblea, le hubieran ahorrado muchos problemas. Pero Rubiales que nunca escuchó mucho a nadie que no fueran él y su ambición, acabó confiando sólo en su padre. Abandonó a las personas de su confianza porque sólo confiaba en él.

Rubiales se sentía intocable porque a todo había sobrevivido: a la destitución del entrenador a dos días de comenzar el Mundial, a las grabaciones a miembros del Gobierno, a las oscuras negociaciones con Piqué para llevar la Supercopa a Arabia, a las presuntas orgías disfrazadas de reuniones de trabajo en Salobreña, a la rebelión de la selección femenina, igual que antes había sobrevivido al escándalo de que el Levante en el que él jugaba fuera acusado de vender un partido. «Pero Rubi no participó de eso», lo defendían sus colaboradores más cercanos. Rubi siempre salía ileso, pero vivía temeroso de que le metieran «un saco de cocaína en el maletero» para acabar con él. No ha hecho falta. Ha bastado un beso para acabar con su carrera al frente de la Federación.