Tenis

De ser campeón júnior en Roland Garros a dar la vuelta al mundo: así se reencontró Carlos Cuadrado

Los problemas físicos frenaron una carrera prometedora. Se fue a Australia, se acercó al mar y se reencontró. Es el autor de "Un rival impredecible". «Hacía tiempo que no disfrutaba tanto viendo tenis como cuando ha aparecido Alcaraz», asegura

Roland Garros, el dolor y la vuelta al mundo: así se reencontró Carlos Cuadrado
Roland Garros, el dolor y la vuelta al mundo: así se reencontró Carlos CuadradoInstagram: @carlos.cuadrado01

«Estaba en duelo. No necesitaba palabras, lo que necesitaba era tiempo para curarme», afirma Carlos Cuadrado (1-6-1983, Barcelona). Después de ser campeón de Roland Garros junior en 2001 y cuando parecía lanzado hacia la élite con 18 años, su cuerpo dijo basta. Cuatro operaciones de cadera en cinco años le borraron el camino. En 2007 intentó volver, pero no podía moverse igual. «Me dolía caminar. Ver que no recuperaba mi velocidad y que cuanto más lo intentaba, más sufría. Fue el golpe final», dice. Con 22 años dejó el circuito profesional y se encerró en sí mismo. No sabía quién era sin tenis.

Carlos nació con una raqueta en casa. Su padre era entrenador y él creció dando pelotazos a una pared. El deporte no fue una elección. Con seis años ya entrenaba en serio, con diez ganaba torneos y a los doce, era campeón de Europa de su categoría. «Ahí ya entrenaba con un propósito y ganar ese torneo fue una especie de consagración», comenta. El tenis dejó de ser un juego y él descubrió la competitividad.

Cuadrado no siguió el rumbo habitual en su época. Con 15 años ya competía en torneos profesionales sin pasar por el circuito júnior. «No sabía de lo que era capaz comparado con los mejores juniors del mundo», confiesa. Fue a Roland Garros sin referencias claras, con incertidumbre y humildad. «Era prudente, sin saber qué iba a pasar», dice. Compartía gastos con otros jugadores y recorría España mientras disputaba «Futures», sin saber si era uno más o uno de los buenos. «Me iba sorprendiendo en cada ronda», recuerda. En cuartos venció a Janko Tipsarevic, cabeza de serie número uno. «Después de cuartos cogí confianza y jugué una final impecable», asegura. Ganó el título con apenas 18 años.

Ese Roland Garros fue el principio del fin. «Ya en Roland Garros me ponía hielo tres veces al día», comenta. La rodilla avisaba, pero pensaba que sería algo puntual. «Creía que iba a ser una operación, una recuperación y ya está», relata. Después fue la cadera con cuatro operaciones entre 2003 y 2006. «Nunca me había planteado que mi carrera peligrase», asegura, pero en 2007, al volver, el cuerpo ya no respondía. Fue entonces cuando apareció, por primera vez, el miedo.

Nadie tuvo que decirle que se retirara. «No fue una decisión, fue mi cuerpo el que dijo basta», señala. Tras un año de rehabilitación, la cadera volvió a romperse. Su entorno intentó acompañarlo, pero él no veía salida. «No me había preparado para la vida sin esto, ni siquiera había empezado a imaginarlo», afirma. Entonces se marchó solo a Australia, en busca de algo que aún no sabía cómo nombrar: «Estaba muy cansado mentalmente». Se acercó al mar, empezó a surfear y encontró una rutina que le dio calma.

Después de entrenar tres años en el circuito y trabajar en la Federación Australiana, Carlos sintió que le faltaba algo: «Primero quería aprender a navegar y luego ya no pude parar». Compró un barco y, tras varios meses en Nueva Caledonia y Vanuatu, decidió dar la vuelta al mundo. «Necesitaba un objetivo grande, como los que tenía en el tenis», apunta. Fueron cinco años navegando solo. «Ahí es donde notaba mi instinto competitivo», cuenta. Documentó gran parte del viaje en su canal de YouTube, 22 South. El momento más crítico llegó en el Índico, cuando se rompió el piloto automático. «Estaba a unas 2.000 millas de Seychelles. Lo hice todo de día, solo. Ahí me sirvió todo lo que aprendí del tenis: resiliencia». Al recordarlo, dice que lo vive como si reviviera la vida de otro.

Tras cinco años que se convirtieron en un estilo de vida, volver a tierra firme fue otra aventura. Carlos notó que algo había cambiado: «La gente me preguntaba cosas todo el tiempo». Amigos, conocidos o extraños querían saber cómo dormía, qué hacía durante las tormentas o si alguna vez sintió miedo. «Cada conversación terminaba igual: deberías escribir un libro», recuerda. Entonces lo hizo y para escribirlo, volvió a ver algunos vídeos de su canal: «Me ayudaron a recordar detalles, sonidos, sensaciones». Así nació «Un rival impredecible», una historia de mar, coraje y reinvención que ahora también es su legado.

Hoy ha vuelto al tenis, trabaja con la Federación Australiana y entrena a Emerson Jones, número uno del mundo júnior: «El tenis es lo que mejor sé hacer y lo que más me gusta», reconoce. Su pasión siempre fue el tenis. Lo del barco, el mar y la aventura fueron su escape, su refugio, pero no su vocación. «No quería que mi hobby se convirtiera en mi trabajo», explica. Cada año vuelve a Roland Garros y lo hace con otra mirada, más sereno: «Hacía tiempo que no disfrutaba tanto viendo tenis como cuando apareció Alcaraz». En él ve esa mezcla de talento, libertad y hambre que un día también fueron suyos.