Ingreso mínimo vital

La tercera caída de Lola: en la calle y sin Ingreso Mínimo

«A veces pienso que si pillo la Covid al menos pasaré 15 días bajo techo en un hospital», cuenta desesperada

Lola, el pasado mes de agosto, en la calle tras serle denegado el IMV con sus pertenencias en la furgoneta de su amigo Karim
Lola, el pasado mes de agosto, en la calle tras serle denegado el IMV con sus pertenencias en la furgoneta de su amigo Karim©Gonzalo Pérez MataLa Razón.

Lola está viviendo su particular «día de la Marmota», aunque a diferencia de la película protagonizada por Bill Murray, su historia no tiene ningún tinte de comedia. Hace un mes, LA RAZÓN recogía cómo a sus 60 años Lola Gabarre tuvo que enfrentarse a quedarse en la calle a la espera del Ingreso Mínimo Vital (IMV). Cruz Roja asumió el coste de un mes de estancia en la habitación de un piso compartido. El mes ha llegado a su fin y la historia vuelve a comenzar.

«Estoy agotada mentalmente. No puedo más. Vivo en un bucle del que no salgo. Me van poniendo tiritas y la herida cada vez es más grande», cuenta Lola. En agosto de 2019, Lola dejó de recibir la Renta Mínima de Inserción (REMI) de la Comunidad de Madrid y comenzó a vagar sin rumbo. “Llevaba dos años seguidos solicitando una vivienda por necesidad especial, tenía la carta de aceptación y después de quitarme la REMI me la denegaron casi al instante", explica. Aguantó por su cuenta un tiempo y en enero de 2020 presentó, con ayuda de una abogada de Servicios Sociales, un recurso para volver a cobrar la REMI. También pidió una valoración de minusvalía. Sin recibir respuesta, a Lola no le quedó otro remedio que recurrir a la ayuda de un amigo en cuya casa permaneció durante el confinamiento, pero en cuanto se abrió la veda la echó. Pidió ayuda a los Servicios Sociales y le dieron alojamiento provisional durante un mes. Su primer mes de tres que van ya quedándose en la calle por momentos y consiguiendo un lugar donde hospedarse in extremis.

El remiendo en esta ocasión ha sido un nuevo mes de estancia en una habitación que ella misma ha tenido que buscar: «En el segundo piso que estuve, el señor con el que el viví era drogadicto y bipolar. He pasado miedo». Ahora la situación no es más alentadora. Los rebrotes en Alcorcón, zona en la que se encuentra, han disparado la paranoia. Nadie quiere meter en casa a una desconocida y sin recursos. Tras haber hecho frente a tres cánceres y un ictus, la única alternativa de Lola es entrar a vivir con «una señora que ha dado positivo en Covid-19». «Es lo único que me puedo permitir con el dinero que me ha dado Cáritas».

El gran fallo de este sistema es que «tienes que empezar de nuevo todos los trámites y entre medias te quedas dos o tres días en la puta calle», denuncia. Además, con el miedo añadido de no saber cuándo será la última vez que sus gritos de socorro son escuchados. La pelota va pasando de mano en mano, pero ni Servicios Sociales ni la Seguridad Social ponen remedio a un problema que viene de largo y que ha acabado por estallar con la actual crisis. Cada día le toca un trabajador social distinto, vuelve a tener que explicar su situación y la respuesta siempre es similar: llama tú a emergencias. “Como no terminan de solucionarlo, ahora mismo soy un grano en el culo para el Ayuntamiento y las administraciones”, añade Lola.

Los trámites también tienen un coste

El 15 de junio también intentó acceder al IMV, el cual le denegaron por pertenecer a «otras unidades de convivencia» pese a haberse quedado en la calle, ya que se empadronó hace cuatro años en un piso compartido cuyos integrantes ya ni viven allí. Ante la reclamación que presentó sólo recibe silencio. “Como no te dan cita online, la trabajadora social me ayudó a presentar una reclamación, pero tuve que escanear el escrito y registrarlo en le web. Eso cuesta dinero”, cuenta. El escaso dinero que ganó el pasado mes trabajando cuatro días como figurante se ha ido en fotocopias, en el saldo del móvil, transporte y un pequeño trastero donde guardó -dos días antes de que la echaran de la última habitación- las pertenencias con las que no puede cargar. Su precaria situación la ha llevado a descuidar hasta su salud. “Los medicamentos te los dan gratis si cobras la REMI, una vez te la quitan tienes que pagarlos como cualquier trabajador que cobre un sueldo”, explica, por lo que el calcio y la vitamina D que complementan su medicamento para la tiroides ya han pasado a ser un lujo secundario.

Con dos maletas a cuestas y un largo día de llamadas y citas con Servicios Sociales y ONG por delante, buscar trabajo se hace aún más inviable de lo que ya es en el contexto actual. Aún así, Lola lo intenta: “He puesto anuncios para cuidar niños o limpiar casas a cambio de una habitación, pero nada. Además, ahora en figuración solo están contratando a gente más joven para no tener problemas con gente mayor ante un posible contagio”. Jamás pensó que el bucle en el que entró hace ya más de tres meses no tendría fin. «A veces pienso en que si pillo la Covid al menos pasaré 15 días bajo el techo de un hospital», dice Lola desesperada mientras sigue buscando la manera de evitar un nuevo «día de la Marmota».