Opinión

La pitonisa cíngara

Pedro Sánchez vislumbró 2050 mientras con aspavientos, trucos de manos y otros artificios nos hacía olvidar el oscuro presente y el futuro inmediato de subidas impositivas y la deuda más sangrante de la historia de España

Pedro Sánchez durante una conferencia en la Moncloa (Madrid)
Pedro Sánchez durante una conferencia en la Moncloa (Madrid)POOLREUTERS

Enfundado en su turbante y con la bola de cristal en las manos, Pedro Sánchez nos ha adivinado el futuro. Cual pitonisa cíngara, aunque sería más propio decir zángana, vislumbró 2050 mientras con aspavientos, trucos de manos y otros artificios nos hacía olvidar el oscuro presente y el futuro inmediato de subidas impositivas y la deuda más sangrante de la historia de España.

«No hay justicia social si no hay justicia fiscal y los impuestos justos y progresivos son fundamentales para mantener los servicios públicos», proclamaba a principios de semana. Pero tras la verborrea, mi traductor cerebral diseccionó los mensajes encriptados en «marxismo», el lenguaje que acuñaron los hermanos Marx en un camarote y que tampoco es que necesite una máquina Enigma para decodificarlo. Y es que en sus palabras todos leemos lo mismo: «Os voy a crujir».

Como ya no tiene más que perder en Madrid y debe contentar a sus socios secesionistas y batasunos, se acabó la autonomía fiscal de las regiones, sobre todo de las que le llevan la contraria. Pero quizá un servidor esté equivocado y Sánchez crea de veras que una sociedad más justa se construye con más impuestos. En tal caso, la cosa empeora y estaríamos ante un economista incapaz de gestionar sin acaparar más y más recursos ajenos. Por eso, desde mi humilde opinión, Sánchez debe irse. Cuanto antes, mejor para todos, votantes socialistas incluidos. Porque el objetivo de cualquier gobernante debe ser bajar los impuestos. Siempre y al máximo. ¿Cómo? Gestionando mejor los recursos. Pero para eso hay que trabajar duro, sin travestirse de vidente para obviar la realidad, y ser en el malo de la película si procede. Aviados estaríamos si, con la que está cayendo, las familias y empresas españolas hubieran fiado su supervivencia a disponer de más dinero en sus bolsillos. No, amigos. El Gobierno de Sánchez nos ha estrujado sin piedad. ¿Qué han hecho las familias? Apretarse el cinturón. Ser austeros.

A quienes critican la austeridad pública habría que recordarles dos cosas. La primera es que la lógica indica que cuando las cosas van mal, todos gastamos menos. Si tenemos, por precaución. Si no, por pura necesidad. La segunda, que el dinero público es un tesoro que ha sido extraído del sudor de nuestro trabajo y que, por tanto, debe ser administrado con cautela y rigor. ¿Qué implica eso? Que dilapidar fondos públicos en programas y supuestas políticas sociales que en el fondo alimentan otros intereses, desde los electorales a la llamada paz social, es robarnos el dinero e hipotecar el futuro de nuestros hijos. ¿Cambia el patio cuando las cosas van bien? Un poco, pero recuerden la fábula de la cigarra y la hormiga.

Hay quien prefiere gastarse la plata en que le adivinen un futuro mejor para evadirse del presente. La mayoría batalla el ahora.