Agricultura
Aguacates, la fiebre por el «oro verde» de un negocio controlado por el narco mexicano
El fuerte despegue de su consumo provoca problemas con los narcotraficantes en México o de sequías en Chile
¿Se ha fijado en la creciente presencia de aguacates en los supermercados, restaurantes o recetas de comida? Batidos, tostadas, ensaladas, repostería. Para desayunar, comer, cenar. El aguacate se ha convertido en el símbolo de la gastronomía saludable. En el rey de Instagram. Su consumo se ha disparado en la última década. Solo en México (mayor productor mundial) la producción superó los 2 millones de toneladas en 2018 y se esperan 3,16 millones para 2030, con ganancias de más de 4.600 millones, según estimaciones del Gobierno. Casi el 5% de su PIB. Pero los problemas sociales que se esconden tras esta fiebre aguacatera son nefastos. Y es que los cárteles mexicanos se han hecho con el control de un negocio que es ya igual de lucrativo que el tráfico de drogas. Es el nuevo «oro verde». Tanto, que los expertos hablan de un «conflict commodity».
Todo empezó en 1994, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) entre México, EE.UU. y Canadá. Estados Unidos ya producía aguacates en California, pero este acuerdo abrió las puertas a la importación desde México y disparó la demanda. Aunque habría que esperar hasta 2006 y la guerra contra las drogas del –por aquél entones- presidente Felipe Calderón para que el crimen organizado extendiera sus tentáculos al aguacate.
El estado de Michoacán es el principal productor del mundo: genera cerca de 1,5 millones de toneladas y ganancias de unos 1.789 millones de dólares anuales. Hoy, debido al crimen organizado, es uno de los estados más violentos del país. A esto hay que sumarle, además, los devastadores efectos medioambientales. Solo en Michoacán, el número de hectáreas de huertas aguacateras pasó de 3.000 en los años 60 a 180.000 en 2018, provocando una implacable deforestación. Mirando al sur, en la vecina Petorca (Chile), encontramos otro ejemplo de las catastróficas consecuencias del cultivo sin mesura: la migración medioambiental.
Las grandes cantidades de agua que requieren los aguacates (típico de zonas tropicales con mucha humedad, como no es el caso de Petorca) hace que las sequías sean cada vez más pronunciadas, provocando que las poblaciones locales dispongan de cantidades irrisorias de agua y se vean forzadas a emigrar.
En Europa, España se ha convertido en uno de los principales productores aguacateros y en el segundo exportador, por detrás de los Países Bajos. La mayoría de los aguacates se cultivan en Axarquía (Málaga), seguido de Granada y Gran Canarias; aunque debido a su creciente demanda, también se están cultivando en Huelva, Cádiz, Almería, Murcia, Valencia y Alicante. Teniendo en cuenta que nada apunta a un descenso de esta moda, los expertos alertan de la necesidad de medidas que fomenten las producciones locales –cuando las condiciones climáticas sean propicias-, así como otras que hagan que las organizaciones criminales pierdan fuerza. Mejorar los procesos de monitoreo en las cadenas de suministros, sugieren, sería un buen comienzo.
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