Inflación

Reduflación y precios canallas

Es, por si alguien lo ha olvidado, el impuesto de lo pobres y siempre perjudica más a quiénes tienen menos recursos

Casado y Sánchez, Sánchez y Casado, encerrados con el juguete, como diría Juan Marsé, de la siguiente finta política, tienen poco tiempo para ocuparse de la inflación, el «mal absoluto» del que hablaba en el siglo pasado el banquero Termes y que, como ya han atisbado en el Banco Central Europeo, que preside Christine Lagarde, puede afectar más a España que a otros países. Es, por si alguien lo ha olvidado, el impuesto de lo pobres y siempre perjudica más a quiénes tienen menos recursos.

El Instituto Nacional de Estadística, que en solvencia y rigor es la antítesis del CIS de Tezanos –en Castilla y León ha vuelto a patinar–, certificó ayer que el IPC interanual está el 6,1%, después de haber descendido cuatro décimas en enero. La inflación de enero, no obstante, es la más alta en 30 años y la subyacente –no incluye la energía ni los alimentos frescos– alcanza el 2,4%, el porcentaje más alto en diez años. Todo indica que, con las subidas, derivadas de la crisis de Ucrania, del petróleo y del gas, febrero tampoco será un buen mes y la inflación podría superar incluso el 6,5% interanual.

La inflación también es el impuesto más inmoral porque pasa inadvertido. Solo por el efecto inflacionario, los impuestos han subido este año porque el Gobierno descarta deflactar –adaptar a la inflación– las tarifas fiscales. Además, hay subidas de precios todavía más taimadas, que tampoco son nuevas, pero en ciertos momentos se utilizan más y tienen la característica de que los consumidores no las perciban. El procedimiento –el truco– es tan sencillo y antiguo como canalla. Se aprecia con facilidad en los productos de consumo envasados. Envases de bebidas, de refrescos y alcohólicas, cambian a menudo de formato y tamaño pero esas modificaciones no se trasladan en la misma proporción a los precios. En la práctica, bajo envoltorios más atractivos, se ofrecen productos que son más caros, aunque no sea fácil apreciarlo. Es el sistema que utilizan los más poderosos para protegerse de la inflación, algo que resulta más difícil para los consumidores. Los economistas denominan a ese fenómeno de sisa, reduflación, del inglés «shrinkflation», «encoger». En otras palabras, algo un poco canalla. Por eso la inflación es un mal absoluto.