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Durante décadas, la clase media ha sido el pilar sobre el que se ha sostenido el progreso económico y social de España, motor de la demanda y garante de la estabilidad social. Sin embargo, en los últimos años, este grupo fundamental ha ido perdiendo peso, amenazado por una combinación de crisis económicas, precariedad laboral y el encarecimiento del acceso a bienes esenciales como la vivienda, la educación o la sanidad.
Aunque nuestra economía ha crecido en términos macroeconómicos, este crecimiento no se ha traducido en una mejora significativa de las condiciones materiales de la mayoría de la población. La clase media, en particular, ha visto cómo se estancan o incluso se reducen sus ingresos en términos reales, lo que refleja una desconexión entre los indicadores económicos agregados y la realidad cotidiana de millones de hogares.
Uno de los principales factores que explican esta contracción es la precariedad laboral pues la temporalidad, los contratos a tiempo parcial y la baja calidad del empleo siguen afectando a amplios sectores de la población activa, de modo que muchos empleos ya no garantizan una vida digna ni la posibilidad de ahorrar para acceder a una vivienda. Esta situación se agrava por un mercado inmobiliario especulativo que consume una parte creciente de los ingresos familiares pues, los precios de alquiler y compra han aumentado muy por encima de los salarios, convirtiéndose en el principal obstáculo para que los jóvenes puedan independizarse, formar una familia y acceder al “selecto club” de la clase media, a pesar de que los tipos de interés se mantienen muy bajos en comparación con los de hace 25 o 30 años.
Además, el encarecimiento de productos y servicios básicos, como la alimentación, la energía o el transporte, erosiona la capacidad adquisitiva de las familias, generándoles una sensación de inseguridad económica que las hacen sentirse más vulnerables. Igualmente, frente a una presión fiscal creciente, la clase media soporta la mayor parte de la carga tributaria a lo que se une la percepción de que los servicios públicos no siempre responden con eficacia a sus necesidades, generando frustración y desafección. Como resultado, sienten que el esfuerzo ya no garantiza una vida mejor como decían sus padres y renuncian a sus expectativas de futuro, lo que alimenta el descontento político y puede ser caldo de cultivo para el populismo y la polarización, que interesa electoralmente a algunos grupos.
En cuanto a las empresas, la desaparición progresiva de la clase media tiene un impacto directo y preocupante sobre las ventas de las compañías, especialmente aquellas orientadas al consumo masivo ya que, al reducirse el poder adquisitivo de una parte significativa de la población, disminuye la demanda interna de bienes y servicios no esenciales, lo que obliga a muchas empresas a ajustar sus estrategias comerciales, reducir márgenes o incluso despedir personal. La clase media, tradicionalmente motor del consumo sostenido, garantiza una base amplia y estable de clientes; sin ella, las compañías se enfrentan a un mercado más polarizado, donde solo prosperan los productos de lujo o los de bajo coste, mientras el segmento intermedio —clave para la rentabilidad— se debilita. Esta contracción no solo afecta a las ventas, sino también a las decisiones de inversión, innovación y expansión, limitando el crecimiento económico general.
Por otra parte, la desaparición de la clase media supone un grave riesgo para la sostenibilidad fiscal del Estado ya que al ser este grupo el principal contribuyente al sistema tributario a través del IRPF y el IVA por el consumo, su debilitamiento reduce la base impositiva limitando los ingresos de las arcas del Estado, a lo que se une la creciente deuda per-cápita. Al mismo tiempo, el aumento de la precariedad y la exclusión social obliga a incrementar el gasto en ayudas, subsidios y servicios sociales, generando una doble tensión, vía menos ingresos y más gasto, que pone en peligro la capacidad del Estado para mantener servicios esenciales como la sanidad, la educación o las pensiones, lo que a su vez puede alimentar un círculo vicioso de desafección, desigualdad y pérdida de cohesión social.
Así pues, la desaparición de la clase media no es solo un problema económico, pues no solo se desvanece el bienestar económico de millones de personas junto al equilibrio que sostiene a toda la economía, sino que también supone un grave riesgo para la cohesión social y la democracia, porque sin ella, no hay estabilidad ni futuro.
Por Juan Carlos Higueras, Doctor en Economía y Vicedecano de EAE Business School.
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