Argentina

Dolarización: ¿por qué Argentina repudia su propia moneda?

En Argentina hay un gazpacho de más de 20 tipos de cambio diferentes, consecuencia de una economía en eterna crisis sustentada por una moneda que vale menos que el papel sobre el que se imprime

Javier Milei
Javier MileiJUAN IGNACIO RONCORONIAgencia EFE

Uno de los principales elementos que determinan el poder geopolítico de un país es el uso de su moneda, por parte de terceros, al ser considerada como la divisa del comercio y las operaciones financieras mundiales. El uso de la moneda de un país hegemónico se percibe como un refugio seguro ya que la estabilidad de la misma contribuye a la confianza de los inversores y a la solidez de los mercados financieros. En los últimos 80 años, el dólar se ha consolidado como la principal divisa de reserva a nivel mundial, lo que otorga a EE.UU. una influencia muy significativa en la economía global. Según el FMI, las reservas mundiales en moneda extranjera están lideradas por el dólar que representa casi el 60% del total, seguidas por el euro (20%), el yen y la libra.

Una de las medidas propuestas en Argentina es la dolarización de la economía y la desaparición del banco central. La dolarización es un fenómeno económico, que ha sido objeto de debate en diversos países, por el que se adopta oficialmente el dólar norteamericano como moneda oficial. Para algunos, esto es una misión imposible, mientras que, para otros, no sólo es viable sino extremadamente necesario para cambiar el rumbo de una economía que no levanta cabeza.

Cuando una economía busca la dolarización, está repudiando su propia moneda, algo que ocurre cuando la confianza en la divisa se ve seriamente afectada ya sea por graves situaciones de crisis económica profunda y prolongada, una hiperinflación que destruye el poder adquisitivo de la moneda, inestabilidad política y corrupción. Blanco y en botella para el caso argentino.

Cuando se repudia una moneda, los ciudadanos y las empresas buscan refugio en otras divisas más estables para proteger su riqueza y poder llevar a cabo transacciones, o bien una fuga masiva de capitales con la consecuente caída de la inversión. De hecho, son muchos los argentinos y empresas que mantienen depósitos en dólares desde hace mucho tiempo.

Al contrario de la mayoría de las economías, donde estamos acostumbrados a trabajar con un único tipo de cambio oficial, determinado en el mercado cambiario, en Argentina hay un gazpacho creciente de tasas de cambio con el dólar ya que coexisten, además del oficial, más de 20 tipos de cambio diferentes, según el uso que se vaya a realizar, con diferentes comisiones e impuestos. Desde el dólar mayorista, pasando por el minorista, el turista, Netflix, solidario, agro, o el dólar blue como una elegante forma de referirse al cambio en el mercado negro. Esto no es más que la consecuencia de una economía en eterna crisis sustentada por una moneda que vale menos que el papel sobre el que se imprime.

Aunque hay numerosos economistas que han firmado manifiestos en contra de la dolarización de la economía argentina por el impacto social que puede conllevar a corto plazo, también hay muchos otros que apuestan por ello con la mirada puesta en un horizonte a largo plazo.

Las ventajas son manifiestas y van desde la estabilidad de precios, que conlleva una menor inflación, las mayores facilidades para las transacciones internacionales, reduciendo el riesgo cambiario para las empresas, hasta el incremento de la confianza y credibilidad por parte de los agentes económicos y, con ello, una moneda estable que favorece la menor percepción de riesgo por parte de los inversores, lo que disminuye los costes de financiación de ese país.

Sin embargo, la dolarización no está exenta de inconvenientes, ya que además de la pérdida de soberanía monetaria, imposibilitando la aplicación de sus propias políticas monetarias según sus necesidades económicas, el país se ve forzado a adaptarse a la situación económica y política monetaria de EE.UU., al igual que no puede ajustar su tipo de cambio para mejorar su posición exportadora, lo que impacta en su competitividad internacional. Así pues, en caso de crisis, dispone de un menor número de herramientas para afrontar los desequilibrios económicos.

Aunque hay numerosos inconvenientes, las ventajas pueden hacer que la dolarización sirva de catalizador de las reformas estructurales que necesita dicha economía. Ahora bien, la dolarización requiere de un amplio consenso político, social y económico, para facilitar el proceso y evitar tensiones y resistencias contra esta medida. Sea como sea, la dolarización plantea retos muy significativos y el éxito en su implementación exige una delicada planificación y gestión, teniendo en cuenta las complejidades económicas y sociales del país.

Juan Carlos Higueras, economista y profesor de EAE Business School