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Euro: 20 años y tres crisis

En diciembre de 1998 se fijaron los cambios con las divisas de los 11 estados que fundaron la moneda única. España no tuvo suerte con la conversión y 1 euro se cambió por 166,386 pesetas. En 2002 llegó a nuestros bolsillos.

Unos globos con los nombres de las divisas de algunos países europeos adornan un mercado en París, en 1998
Unos globos con los nombres de las divisas de algunos países europeos adornan un mercado en París, en 1998larazon

En diciembre de 1998 se fijaron los cambios con las divisas de los 11 estados que fundaron la moneda única. España no tuvo suerte con la conversión y 1 euro se cambió por 166,386 pesetas. En 2002 llegó a nuestros bolsillos.

El 31 de diciembre de 1998, los ciudadanos europeos conocieron cuál iba a ser el cambio de sus divisas nacionales con el euro. Un día después, todos los bancos de los países de la eurozona empezarían a operar con la moneda única y a presentar los extractos domiciliarios en euros y en la moneda del país de residencia del ciudadano. España no tuvo suerte con la conversión. El cambio fijado fue de 166,386 pesetas por euro, una proporción que hacía difícil memorizarla. Mejor suerte tuvieron los belgas y los luxemburgueses (40 francos por euro), los marcos alemanes (2x1), los italianos (200 liras) o los portugueses (20 escudos). Para realizar las conversiones rápidas, los españoles agudizaron el ingenio y fijaron una regla rápida: 1.000 pesetas equivalían a 6 euros, y así ha quedado para la historia. Había que tener en cuenta que hasta el 1 de enero de 2002 el euro no estaría en los bolsillos de los españoles y del resto de los ciudadanos de los once países que iniciaron la Eurozona. Esa convivencia de ambas monedas obligaba a una conversión rápida para saber el gasto que iba a suponer la cesta de la compra en una divisa desconocida, creada en una cumbre europea celebrada en Madrid en diciembre de 1995, y a la que casi todos auguraban un incierto futuro.

Durante esos tres años, el euro existió únicamente como moneda escritural, utilizada en los mercados financieros. Las empresas y las administraciones públicas adoptaron las medidas correspondientes para adecuar su contabilidad, como la doble indicación de los precios en las etiquetas de los comercios. Todo ello fue apoyado por un plan de comunicación global dirigido a familiarizar al gran público, al ciudadano de a pie, con los nuevos billetes y monedas introducidos en el sistema. Once países fueron los socios fundadores de la moneda única: Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Holanda y Portugal. En el período transitorio se sumó Grecia (año 2001). Después vendrían Malta, Eslovenia, Chipre, Eslovaquia, Estonia, Letonia y Lituania. Sólo dos países, Dinamarca y Reino Unido, tienen una cláusula de exclusión, por lo que no utilizarán jamás el euro en sus fronteras. En total, una moneda nueva para una población de 311 millones de personas.

El primer cambio fijado por el euro fue de 1,1667 dólares, pero a lo largo de estos últimos veinte años su cotización ha sufrido numerosos altibajos, aunque apenas tres grandes crisis.

La primera llegó muy pronto. Al segundo año de su nacimiento hacía meses que había perdido la paridad y marcó el que hasta la fecha es su mínimo histórico: 0,8228 dólares marcados en el mes de octubre. Era la crisis de las «puntocom», de las empresas que veían su futuro en internet. No fue la causa de su desplome. Tuvo más que ver con la reacción de Estados Unidos, país al que no le gustó que Europa discutiera la soberanía internacional del dólar e hizo todo lo imposible por debilitar a la moneda única. Y lo consiguió. Más de dos años tardó el euro en volver a recuperar la paridad perdida: abril de 2002.

A partir de esa fecha todo fue un camino de rosas. Con una política decidida del Banco Central Europea y una larga etapa de prosperidad de todos los países europeos, el euro fue comiendo terreno al dólar. Hasta tal punto que en abril del año 2008, cuando aún no se habían reflejado en su totalidad los perversos efectos de la crisis internacional alentada por las hipotecas «subprime», la moneda única marcó su máximo histórico superando, aunque sólo fuera por unos instantes, los 1,60 dólares. Viajar a Estados Unidos o a cualquier país de América se convirtió en un deporte colectivo para todos los ciudadanos europeos con moneda única.

Hubo que esperar otros cuatro años más para volver a ver al euro en apuros. Su reflejo no fue tan claro en la cotización toda vez que en el verano de 2010 un euro se cambiaba por encima de los 1,20 dólares.

La crisis provocó un incremento de los déficits presupuestarios de los países, un aumento exponencial de la deuda, y todo eso se trasladó a la renta fija. Cada día era necesario pagar más intereses para que los inversores institucionales compraran deuda soberana de países como Portugal, Grecia, Irlanda y después de España e Italia. El pánico fue tal que se temió por la salud del euro. Hubo que esperar a que Mario Draghi pronunciara en Londres las palabras mágicas para conjurar los temores: «El BCE hará todo lo que sea necesario para sostener el euro y, créanme, será suficiente». El rescate bancario de España tranquilizó a los mercados y la normalidad fue imponiéndose en las políticas económicas de los países periféricos. La segunda gran batalla se había ganado, aunque el coste de la política acomodaticia del BCE haya sido muy elevado: más de 2,6 billones de euros en compra de deuda soberana.

Ahora, con otra crisis entre Italia y la Comisión Europea, con amenaza incluida de salida de la disciplina del euro, la moneda única ha vivido una tercera crisis. Aunque Reino Unido no ha formado nunca parte del euro, su salida de la Unión Europea prevista para este año no ayuda a dar tranquilidad a la eurozona.

El hecho de que el precio del dinero esté en 0% desde marzo de 2016 no ha contribuido a ayudar al euro, que a lo largo del año apenas ha pasado los 1,25 dólares. Los últimos días del pasado año el cambio de divisas se ha movido más cerca de los 1,14 dólares.

De cara al recién estrenado 2019, hasta que la inflación subyacente no se acerque al objetivo del BCE (2%), no es de esperar ningún movimiento en la política monetaria, y por tanto habrá pocas variaciones en el cambio.