
Mercados
Geoeconomía: la geografía se apodera de la economía
El nuevo tablero del poder global lleva a los Estados cada vez más a utilizar armas económicas para presionar en favor de sus intereses. Los estrechos de Ormuz, Malaca, Taiwán o el Ártico se han convertido en puntos estratégicos

La sola posibilidad de que Irán pudiera cerrar el Estrecho de Ormuz hizo cundir el pánico. Y es que el mero hecho de plantear esta idea abría la puerta al desencadenamiento de una nueva crisis energética y, por ende, económica. Se trata de uno de los puntos críticos del planeta, por el que pasa el 20% del petróleo mundial y el gas licuado que se produce en el golfo Pérsico.
Aunque finalmente la sangre no llegó al río, como se suele decir metafóricamente, la amenaza del cierre del estrecho ubicado entre Irán y Omán evidencia que los Estados disponen de armas que nada tienen que ver con acorazados ni aviones de combate, pero que pueden impactar en el corazón de las economías como un misil.
Un cierre prolongado del estrecho podría haber disparado el Brent por encima de los 100 dólares por barril, o incluso acercarse a los 150 en un escenario extremo, con las devastadoras repercusiones que ello hubiera entrañado.
En un mundo cada vez más convulsionado, en el que se está redefiniendo el nuevo orden mundial, surge un concepto que, si bien no es nuevo, gana cada vez más protagonismo: la geoeconomía. Un término que, sin duda, evidencia el poder que tiene la geografía sobre la economía.
Se trata de un concepto acuñado por el analista Edward Luttwak a principios de los años 90 del siglo pasado. En su artículo «From Geopolitics to Geo-economics: Logic of Conflict, Grammar of Commerce» (The National Interest, 1990), Luttwak formuló su idea central: «La lógica del conflicto continúa existiendo, pero ya no se expresa (principalmente) mediante medios militares, sino a través del comercio». Con esto sostenía que el fin de la Guerra Fría no eliminaba el conflicto entre grandes potencias, sino que lo trasladaba a un nuevo escenario, el económico.
«La geoeconomía es la confluencia de cómo la geopolítica gana protagonismo y las tensiones conectan con la economía. Actualmente, la economía no solo depende de factores tradicionales como la evolución de los mercados o el sentimiento de los consumidores, sino que las tensiones se extienden en clave geopolítica a través de, por ejemplo, aranceles, para presionar a otros países que van en contra de los intereses de una nación determinada», explica Alicia Coronil, economista jefe de Singular Bank.
El Estrecho de Ormuz no es el único punto caliente del planeta. El reordenamiento de los intereses geográficos derivados de la globalización ha creado áreas críticas en el mundo, como el Estrecho de Malaca, el Canal de Suez, el Canal de Panamá o Taiwán.
Estrecho de Malaca
Y como muestra de esta relevancia, un botón. El Estrecho de Malaca, por ejemplo, situado entre Malasia, Indonesia y Singapur, es uno de los corredores marítimos más estratégicos del planeta. Esta angosta vía de navegación conecta el mar de Andamán (en el océano Índico) con el mar de China Meridional (en el Pacífico), y funciona como arteria clave del comercio global. Por sus aguas transita aproximadamente el 30% del comercio marítimo mundial, lo que equivale a mercancías por valor de más de 3,5 billones de dólares anuales.
Su importancia geoeconómica es especialmente crítica para las economías de Asia oriental, ya que permite la conexión marítima directa entre gigantes como China, Japón y Corea del Sur con los mercados energéticos de Oriente Medio y África, así como con Europa. De hecho, más del 80% del petróleo que importa China atraviesa este paso estrecho, convirtiéndolo en un verdadero cuello de botella energético para el gigante asiático.
Un eventual cierre del estrecho –ya sea por un conflicto geopolítico, un accidente de grandes dimensiones, un acto de piratería o terrorismo– tendría un impacto devastador no solo en las economías de Asia-Pacífico, sino a escala mundial. Las cadenas globales de suministro, que tienen en esta región su epicentro, sufrirían interrupciones masivas. Europa no quedaría al margen, ya que buena parte de los productos manufacturados, componentes electrónicos y bienes intermedios que llegan a sus puertos se ensamblan o se producen en fábricas del sudeste asiático. Cualquier alteración prolongada en esta ruta provocaría un efecto dominó en las cadenas de valor, afectando desde la industria automotriz europea hasta el abastecimiento de productos tecnológicos y farmacéuticos.
Taiwán
Taiwán es otro nodo estratégico de la economía digital y tecnológica global. La isla es la fábrica mundial de los chips. La empresa TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company) concentra por sí sola más del 50% de la producción mundial de semiconductores avanzados y alrededor del 90% de los chips más sofisticados utilizados en inteligencia artificial, automoción, defensa, telecomunicaciones y smartphones. Una interrupción en la cadena de producción taiwanesa tendría consecuencias inmediatas, como la paralización de sectores clave como la automoción, la electrónica, la defensa y la medicina. Cualquier acción de fuerza por parte de China sobre Taiwán podría escalar rápidamente. Si bien EE UU mantiene una política de «ambigüedad estratégica», tiene compromisos con la defensa de la isla. Japón, Corea del Sur y Australia tendrían que tomar partido, desestabilizando toda la región.
El impacto sería comparable, o incluso superior, al de la invasión rusa de Ucrania, con consecuencias incalculables para el comercio, las finanzas globales y el equilibrio geopolítico.
Rutas árticas
Pero no solo las rutas del sur son estratégicas. El deshielo provocado por el cambio climático está transformando rápidamente el Ártico en uno de los nuevos epicentros de la geoeconomía global. Lo que durante décadas fue una región inhóspita y casi inaccesible, hoy comienza a revelar su potencial estratégico y económico, generando una nueva pugna entre potencias por el control de rutas, recursos y posiciones de ventaja.
El retroceso de los hielos ha abierto dos nuevas rutas marítimas: la Ruta Marítima del Norte (NSR), bordeando la costa rusa, y el Paso del Noroeste, atravesando el archipiélago ártico canadiense.
Ambas reducen en más de un 40% el tiempo y la distancia de navegación entre Asia y Europa respecto al Canal de Suez. Su control es clave para China y Rusia, que ya han intensificado su presencia militar, científica y logística en la región. Moscú ha desplegado bases, rompehielos nucleares y sistemas antiaéreos, mientras que Pekín se autodenomina «potencia casi ártica» e invierte en infraestructura polar como parte de su ambicioso proyecto de la «Ruta Polar de la Seda».
Esta reconfiguración del mapa marítimo y militar vuelve más expuesta la frontera norte europea, especialmente la región escandinava, el mar de Barents y el Atlántico Norte. Países como Noruega, Finlandia, Dinamarca e incluso Islandia se han convertido en puntos clave de vigilancia y disuasión.
De ahí, el renovado interés de la OTAN en reforzar su presencia en el Ártico y la insistencia de Estados Unidos en que los aliados europeos aumenten su gasto en defensa hasta el 5% del PIB. No es solo una cuestión de solidaridad atlántica, sino también una necesidad estratégica compartida ante la presión que ejerce Rusia desde el norte y la ambición silenciosa de China en esta región.
En este contexto se encuadra el intento de Donald Trump de comprar Groenlandia, algo que no parece tan extravagante si se tiene en cuenta que la isla autónoma danesa ofrece proximidad a las rutas árticas, acceso a minerales estratégicos (tierras raras, uranio, zinc) y una ubicación ideal para el despliegue de radares, bases aéreas y sistemas de defensa frente a Rusia.
Reconfiguración del orden mundial
«Quien controla determinados puntos críticos, decide sobre la economía mundial y, por tanto, ostenta la hegemonía global. Actualmente, varias naciones pugnan por convertirse en potencia hegemónica, en un nuevo reequilibrio del orden mundial surgido de la Segunda Guerra Mundial», añade Coronil.
El inicio de la segunda presidencia de Donald Trump ha confirmado un cambio drástico en la postura de EE UU respecto a los elementos centrales que guiaron el proceso de globalización desde los años 90. En palabras de Marco Rubio, secretario de Estado en la Casa Blanca, «el orden mundial de posguerra no solo está obsoleto; ahora es un arma utilizada contra nosotros». Un episodio que, según los investigadores del Instituto Elcano, Manuel Gracia y Blanca González, es comparable con el denominado shock de Richard Nixon en los años 70, cuando EE UU decidió unilateralmente poner fin al sistema monetario de Bretton Woods, que garantizaba la conversión a oro de los dólares en circulación.
ç
En los últimos años se había avivado el debate sobre la evolución del proceso de globalización, su ralentización ("slowbalization") o incluso su reversión ("deglobalization"). La globalización de los 90 invitó a pensar en un mundo sin enfrentamientos ideológicos, y la revolución tecnológica diluyó la cuestión geográfica, caracterizándose por un uso no coercitivo del poder entre naciones, pero, ahora, las cosas han cambiado.
«Los parámetros que guiaron la globalización conocida son ahora discutidos. La consolidación tecnológica de China, las necesidades materiales de la transición energética y digital, y la vuelta de las ideologías y de la cuestión geográfica como elementos definitorios de las políticas exteriores han hecho transitar ese orden multilateral hacia un mundo de competencia geopolítica entre Estados, auge nacionalista y unilateralismo. El proteccionismo comercial se entiende de nuevo como una herramienta de política exterior, y se acompaña de políticas industriales nacionales y estrategias de autonomía con respecto al exterior», señalan los investigadores.
Aranceles
El acuerdo comercial alcanzado entre EE UU. y China, antes del plazo en Ginebra, ha rebajado considerablemente las incertidumbres económicas, comerciales y los riesgos inflacionistas, especialmente en la primera potencia mundial. Sin embargo, aún se desconocen los detalles, y todo dependerá en gran medida de la fiabilidad que ofrezca la administración Trump a la hora de cumplirlos. Estados Unidos es el primer interesado en acceder a las tierras raras, controladas de forma prácticamente monopolística por China, por lo que no le interesa entrar en una guerra comercial, al menos de momento. No obstante, hasta el próximo miércoles no se conocerán los flecos del pacto, ni tampoco los aranceles y medidas que Estados Unidos impondrá a la UE o a Canadá.
«Seguiremos viendo mucha incertidumbre debido a los cambios constantes en la política comercial de Trump, pero también por los conflictos que están latentes, como el de Taiwán. Tampoco se sabe si Irán va a continuar o no con su programa nuclear, o si el régimen teocrático de los ayatolás va a dar lugar a una dictadura. Estamos ante una nueva era, ante la cual debemos olvidarnos de los sesgos que imperaban hace 40 años. El mundo se está reconfigurando y debemos estar preparados para actuar de manera coordinada y ágil», concluye Coronil.
En definitiva, en un mundo donde las cadenas de suministro se entrelazan con intereses geopolíticos, y donde el comercio es utilizado como instrumento de presión o disuasión, comprender la dimensión geográfica de la economía es esencial para anticipar los riesgos y adaptarse a los cambios. Una nueva lógica que rige el tablero global, en la que la capacidad de leer el mapa será tan importante como la de leer los mercados.
✕
Accede a tu cuenta para comentar