Impuestos
Historia del IRPF: nacimiento y evolución de la declaración de la Renta
Este impuesto, tal y como lo conocemos actualmente, se aprobó en 1978. Contaba con 28 tramos y sus tipos impositivos llegaban hasta el 65,5%. Pero hay que remontarse al siglo XIX para conocer su primer antepasado
El Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) es uno de los tributos más conocidos por todos los españoles, ya que no sólo está presente en las nóminas, pensiones y prestaciones por desempleo en forma de retenciones, sino que también cuenta con una gran cita anual: la declaración de la Renta, en la que rinden cuentas por este impuesto más de 20 millones de contribuyentes cada año.
El IRPF, tal y como lo conocemos actualmente, se aprobó en 1978. No obstante, hunde sus raíces muchos años atrás. En concreto, en el siglo XIX, el de la industrialización, la pérdida de las colonias, las revoluciones burguesas y los rudimentos del sufragio universal, explica CaixaBank, que recoge la historia de este tributo.
En este siglo de grandes transformaciones sociales la economía también experimentó cambios. Algunos políticos empezaron a plantearse cómo unificar los tributos del país después del Antiguo Régimen y presionaron para que los impuestos no escaparan a la dinámica de la modernización social. Así, en 1845, surgió el primer antepasado de la historia del IRPF.
Objetivo: extender el pago de impuestos a toda la población
El primer sistema tributario general nació de una reforma fiscal impulsada por el ministro de Hacienda del momento, el asturiano Alejandro Mon, el militar Ramón de Santillán, que acabó siendo el primer gobernador del Banco de España, y Juan José García Carrasco, antecesor de Mon en la cartera de Hacienda.
Esta reforma simplificó el abanico de impuestos que existían una vez finalizado el Antiguo Régimen y los extendió a toda la población, colocando a España a la vanguardia de los países de su entorno en materia tributaria. La modernización supuso la desaparición de algunos tributos medievales como los diezmos o las alcabalas, aunque otros igual de arcaicos sobrevivieron, como el impuesto sobre la sal, la contribución de minas o el de grandezas y títulos.
Con los tributos aplicables ya decididos, el objetivo de Mon y sus aliados fue extender los impuestos a toda la población, no sólo para cumplir con el ideal liberal de igualdad ante la ley, sino también contribuir en mayor medida al crecimiento económico del país. Así, en 1870 se impulsó el impuesto de cédulas personales, que afectaba a las personas mayores de 14 años y en 1877, el repartimiento municipal, un reparto entre vecinos y hacendados para hacer frente a los gastos municipales según su capacidad económica.
Ya en el siglo XX, en concreto, en 1926, José Calvo Sotelo, con el apoyo de Ramón Gómez de la Serna, impulsó la Ley de Reforma Tributaria, que expresaba el deseo de implantar una contribución general sobre la renta en España. No obstante, esta norma se quedó en papel mojado porque la dictadura de Primo de Rivera no logró implantarla.
Tras varios intentos fallidos, hubo que esperar hasta la II República para que el primer impuesto sobre la renta viera la luz. Fue el ministro de Hacienda Jaume Carner quien lo sacó adelante. La Ley Carner, conocida como “contribución general de la renta”, entró en vigor a primeros de 1933.
Sólo unas 5.000 personas tenían que rendir cuentas en este impuesto, ya que contemplaba un mínimo exento anual de 100.000 pesetas, que era bastante dinero por aquel entonces. Y, aun así, solo lo hicieron 3.000. Además, la vida de este tributo fue muy corta ya que tras la Guerra Civil, se diluyó. Eso sí, marcó un precedente para lo que vendría décadas más tarde, señala CaixaBank.
Pactos de Moncloa
Hubo que esperar cerca de 40 años para que el IRPF moderno viera la luz. En concreto, fue en 1977 cuando se firmaron los Pactos de la Moncloa, que sentarían las bases del sistema tributario moderno. Francisco Fernández Ordóñez, ministro de Hacienda con Adolfo Suárez, no estaba muy contento con el impuesto general sobre las personas físicas que existía entonces. Concretamente, decía que no era un impuesto, ni era general, ni era sobre la renta. Así que se puso manos a la obra y alumbró en 1978 la historia del IRPF moderno con un amplio consenso político.
El primer IRPF de España contaba con 28 tramos, frente a los seis de ahora, y sus tipos impositivos llegaban hasta el 65,5%. En este caso, era un impuesto que afectaba a todas las personas con ingresos superiores a las 300.000 pesetas, así que fue necesario crear una cultura de contribución a la Hacienda Pública y para ello se recurrió a campañas televisivas protagonizadas por personajes famosos. De esa manera nació el famoso eslogan "Hacienda somos todos".
La transparencia, al principio, era total: en los primeros años se publicaban listas con los datos de todas las declaraciones que cualquiera podía consultar. El secuestro de un empresario, que aparecía como el contribuyente con más ingresos de España en esas listas, detuvo esta práctica.
También hubo casos famosos convertidos en leyenda y relacionados con el IRPF. El de Lola Flores, que no presentó la declaración entre 1982 y 1985, fue uno de los más mediáticos. “Si una peseta diera cada español…”, decía la folclórica ante las cámaras, compungida por la deuda acumulada.
En estos 45 años en vigor, el IRPF ha evolucionado e incorporado numerosas novedades como la cesión del 50% del impuesto a las comunidades autónomas o la distinta estructura de este impuesto en función del territorio. Otras innovaciones tienen que ver con la facilidad para presentarlo, pudiendo hacer ahora la declaración por internet, mientras que al principio era necesario ir al estanco a por un impreso y, si se agotaban, guardar colas interminables ante la delegación de Hacienda.
Por el medio, aparecieron el programa PADRE de ayuda a la declaración, que los contribuyentes podían recoger en Hacienda en un disquete o CD, y el borrador que Hacienda enviaba a casa. También desapareció el bolígrafo en 2014: ya solo se podía entregar la declaración por Internet o imprimirla con los datos incluidos. "Es la historia viva de un impuesto con vocación universal", concluye CaixaBank.
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