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Opinión

El injusto linchamiento mediático a la familia Andic

Lo que debería haber sido un tiempo de respeto y gratitud, se ha convertido en un juicio mediático y ataques personales

Isak Andic LR

La figura de Isak Andic representa uno de los mayores ejemplos de éxito empresarial en la España contemporánea. Hijo de emigrantes, comenzó vendiendo camisetas en un puesto ambulante de Barcelona y terminó construyendo uno de los mayores imperios textiles del mundo: Mango. Su historia es la de quien, partiendo de la nada, contribuye a la modernización de la economía, tanto catalana como del conjunto de España, genera miles de empleos directos e indirectos y convierte una idea comercial en una marca global reconocida por su elegancia y competitividad.

Sin embargo, apenas diez meses después de su fallecimiento, lo que debería haber sido un tiempo de respeto, memoria y gratitud se ha transformado en una sucesión de filtraciones, juicios mediáticos y ataques personales contra su familia, especialmente contra su hijo Jonathan. En lugar de dejar actuar a la justicia y a la familia pasar su dolor, los constantes ataques parecen una muestra más del profundo malestar cultural hacia el éxito que se ha instalado en amplios sectores de nuestro país, donde el éxito, en muchas ocasiones, por envidia, se ataca.

El impacto económico de Isak Andic trasciende la mera gestión de una compañía. Fue uno de los grandes artífices del dinamismo industrial catalán y español durante las últimas décadas. Mango no solo ha generado riqueza y empleo –más de 15.000 puestos de trabajo directos y decenas de miles indirectos–, sino que ha contribuido al arraigo del talento, la internacionalización de la economía y la modernización logística y tecnológica de nuestra economía. Pocos empresarios han mostrado una capacidad de visión estratégica semejante: crear una marca con identidad española capaz de competir con las grandes multinacionales europeas, manteniendo su sede en España y reinvirtiendo en ella. En un país con tendencia a mirar con recelo a quienes prosperan, Andic representó el modelo contrario: el del empresario que arriesga, crea y comparte prosperidad.

Resulta dolorosamente revelador que la muerte de un hombre de semejante talla se haya visto acompañada por una campaña de filtraciones y rumores que, lejos de respetar el duelo familiar, han convertido la tragedia privada en un espectáculo público. Se ha vulnerado la presunción de inocencia, la intimidad y la dignidad de los implicados, y se ha ignorado incluso un comunicado oficial del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña aclarando que la investigación no se dirige contra ninguna persona en concreto.

No se trata ya de una cuestión procesal, sino de una crisis moral y cultural: se está castigando el apellido, no el delito; el éxito, no la falta. El empresario que ayudó a situar a España en el mapa económico mundial textil es hoy objeto de sospecha por parte de quienes jamás comprendieron que la riqueza, cuando se crea desde el esfuerzo y la innovación, es una forma de bien común.

El testamento de Isak Andic, redactado en julio de 2023, fue claro: sus tres hijos serían sus herederos. Ellos han cumplido con esa voluntad con generosidad y respeto, preservando el legado de su padre y su compromiso con la empresa y sus trabajadores. Sin embargo, el ruido mediático ha desfigurado ese legado, transformando una historia de éxito familiar y empresarial en un relato de sospechas, como si el mérito y la prosperidad merecieran ser vigilados y no admirados.

Jonathan Andic, que ha continuado el trabajo de su padre con profesionalidad y discreción, está siendo sometido a una persecución ad hominem que vulnera no sólo su honor, sino también los valores básicos de una sociedad libre: el derecho al respeto, a la presunción de inocencia y al reconocimiento del mérito. Si la Justicia tiene que decir algo, lo dirá y llegará hasta el final, pero no se puede machacar a una familia y a una persona sin indicios de delito alguno por el mero hecho de ser los herederos de un gran empresario.

España no puede permitirse despreciar a quienes generan riqueza. Los empresarios como Isak Andic no son una anomalía, sino una necesidad moral y económica. Sin ellos, no hay empleo, ni innovación, ni crecimiento.

El caso Andic es una advertencia: cuando una sociedad deja de admirar el talento y comienza a demonizarlo, se adentra en un declive moral y productivo. El verdadero homenaje a Isak Andic debería ser el reconocimiento de su aportación al progreso de Cataluña y de España, y la defensa de los valores que lo hicieron posible: libertad, esfuerzo y mérito.