Eurogrupo
Los recelos del norte frenan las reformas de la eurozona
Países como Holanda o Finlandia rechazan el Tesoro común o los eurobonos. Se espera que en junio los socios tracen una hoja de ruta aunque abunden los obstáculos
Países como Holanda o Finlandia rechazan el Tesoro común o los eurobonos. Se espera que en junio los socios tracen una hoja de ruta aunque abunden los obstáculos
La fractura norte-sur vuelve a abrirse. Aunque lo peor parece haber pasado, los países de la divisa única vuelven a disentir a la hora de poner los cimientos de una gobernanza más estrecha de la zona euro. Las heridas no han cerrado y los países del norte siguen oponiéndose a cualquier iniciativa que suponga compartir riesgos y mecanismos de solidaridad para los países del sur. La única novedad reside en el papel de Alemania, líder natural durante todos estos años del bando de los halcones defensores de la ortodoxia presupuestaria. Aunque se da por supuesto que su alianza con los socialdemócratas favorece los planes de Emmanuel Macron para relanzar la zona euro, las propuestas de la nueva gran coalición siguen estando por debajo de las iniciativas del presidente de la República Francesa y en Bruselas comienza a cundir la desconfianza.
Eurobonos, Tesoro común o un nuevo superministro de Finanzas para la zona euro parecen medidas casi imposibles en un futuro próximo. Tan sólo parece existir acuerdo en convertir el mecanismo de rescate (MEDE) en un FMI europeo, pero sin apenas cambios y con los Estados europeos teniendo la última palabra. Para Julian Rappold, del «think tank» European Policy Centre, las esperanzas no pueden estar sólo depositadas en que el motor franco alemán consiga la velocidad de crucero ya que «incluso si Alemania supera sus divisiones internas y se mueve hacia un acuerdo con Francia, está muy lejos de ser cierto que Francia y Alemania puedan conseguir el consenso con el resto de los veintisiete».
El bando de los halcones que hasta ahora habían permanecido guarecidos por el ala protectora de Berlín intenta superar este cierto sentimiento de orfandad con una contraofensiva clara que no acalle sus voces. Se oponen a cualquier mutualización de riesgos hasta que los países del sur no saneen completamente sus balances y a plantear un mecanismo de reestructuración automática de deuda para que no sea necesario volver a rescatar países con dinero público. Consciente de que pisa un campo de minas, el presidente permanente del Consejo, Donald Tusk, planteó la semana pasada en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los países de la divisa única un primer debate centrado en un presupuesto anticrisis para la zona euro, la medida que suscita más rechazo de los países del norte. Por el momento, no se han producido demasiados avances, según reconoció el propio Tusk a pesar de que Macron cenó la semana pasado en Ámsterdan con el primer ministro holandés, Mark Rutte, el nuevo líder natural de los halcones, con el fin de allanar el camino.
Pistoletazo de salida
Se espera que los países europeos tracen en junio una camino claro que suponga el pistoletazo para una nueva zona euro post-crisis. Pero los obstáculos son numerosos. El mal resultado de las elecciones italianas, con más del 50% de los votantes en contra del «status quo» europeo y el previsible bloqueo político, tampoco ayuda. «Ni Italia ni la UE pueden esperar tanto tiempo como en Alemania para formar gobierno», defiende el director de Bruegel, Guntram B. Wolff, en un artículo publicado en el diario italiano «La República». Para este analista del «think tank» con sede en Bruselas, «a pesar de los que aseguran lo contrario, Alemania y Francia no están de acuerdo y están, de hecho, bastante alejados. Pero después de la reelección de la canciller Angela Merkel, hay una oportunidad de que el consenso vuelva a emerger», dice en el artículo, a la vez que muestra su preocupación por el poco énfasis del debate sobre cómo conseguir una mayor cohesión en la zona euro y cómo dinamizar el crecimiento.
Ante la previsible parálisis europea, el FMI pretende agitar las aguas. Su directora gerente, Christine Lagarde, propuso esta semana en Berlín un fondo sufragado con las contribuciones de cada año para acumular activos en los buenos tiempos. A cambio, los Estados podrían recibir transferencias durante una recesión. En ciertas circunstancias, los países podrían obtener préstamos del fondo y pagar sus créditos con futuras contribuciones. A cambio, los Estados deberían cumplir las reglas de déficit europeas, aunque no se verían obligados a firmar un memorándum de entendimiento como los acordados durante los rescates de los peores momentos de la crisis de deuda.
La Comisión Europea pretende que este fondo anticrisis se active cuando se supere un determinado nivel de paro y que sirva para sostener la inversión pública a cambio de que los países cumplan con las medidas estructurales dictadas por Bruselas en sus habituales análisis de las economías de la zona euro.
Fuentes diplomáticas españolas reconocen la mezcla de intereses en este debate sobre un posible fondo anticrisis. España pretende la puesta en marcha de una «capacidad fiscal ambiciosa» que vaya unida a objetivos y también defiende que haya avances en una propuesta en punto muerto desde hace meses: un sistema de garantía de depósitos común en la zona euro.
Los países el norte no quieren hablar de mutualización de riesgos hasta que los del sur no saneen sus balances.
La única decisión tomada es convertir el MEDE en un FMI europeo, aunque los Estados tendrán la última palabra.
La esperanza en Bruselas es que la reelección de Merkel relance el eje con Macron y que, entre ambos, impulsen los cambios que se necesitan para relanzar la eurozona.
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