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Una ley que acelera el declive de EE UU

La Razón
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Al iniciar 2013, abundan las señales de que podemos estar llegando al extremo en el que se acelera el declive. De hecho, el lento ritmo de la ruina nacional es en sí mismo insidioso, al crear el espejismo de que los problemas no son tan relevantes o que se pueden solucionar más tarde. La primera señal de este declive y más evidente es la disposición a ampliar la deuda nacional con el fin de financiar programas sociales. Una gran potencia capitalista y democrática tiene que ser fiscalmente solvente para permitirse los activos militares imprescindibles para mantener el orden necesario para una economía global. Pero un Estado de bienestar en permanente crecimiento genera competencia por esos recursos, agotando presupuestos militares cuando la opinión pública exige incrementos del gasto social. América tiene hoy la suerte de no enfrentarse a una potencia militar tan letal como la Alemania nazi –todavía no, por lo menos–. Pero siguen existiendo numerosas amenazas no sólo para nuestros intereses y nuestra seguridad sino también para la economía globalizada. Una Rusia cada vez más agresiva, una China cada vez más expansiva que aumenta su gasto militar a un 10% anual, y un Oriente Medio cada vez más islamista que se asienta sobre las reservas de crudo, todo exige una fuerza militar robusta. Pero llevamos décadas recortando el gasto militar al mismo ritmo que ampliamos el gasto social. En 2010, se destinó tres veces más dinero a gasto social que a Defensa.

Con Obama, esta disparidad ha crecido y promete crecer más. Si América sigue por este camino y rinde su dominio, podemos esperar un mundo más peligroso y caótico, con crudas consecuencias para nuestra economía y nuestra forma de vida. Aquí encontramos la gran diferencia entre la Inglaterra de los años 50 y la América actual: los británicos eran conscientes de estar renunciando al papel de policía global en favor de un gobierno libre de leyes y derechos humanos. ¿Pero en qué país podemos confiar ahora nuestro relevo? Las prioridades del gasto mal encajadas son síntoma en sí mismas de un declive nacional más profundo, la pérdida de fe en la superioridad del país y de sus principios, que justifican su relevancia global y los sacrificios necesarios para mantenerlos. Esta crisis de confianza y declive del patriotismo fue evidente en Inglaterra entre la élite antes de los horrores de la I Guerra Mundial. El paralelismo con la América actual es evidente. La culpa por los crímenes históricos de América y el rechazo a sus instituciones y sus principios impregnan los planes de estudio, la cultura popular, los medios convencionales y muchas confesiones. En esos ámbitos, la sensación de lealtad y afecto por nuestro país y sus creencias, y la disposición al sacrificio se considera «moralmente peligrosa», como ha dicho la filósofa Martha Nussbaum. Los ejemplos de esas posturas abundan, pero ninguno es más revelador que la intervención de Obama en foros en el extranjero, en los que acusa a nuestro país de ser «arrogante, despreciativo» y admite la necesidad de que EE UU trabaje «para salir de uno de los periodos más oscuros de nuestra historia», confesando que «a veces nos hemos mostrado indiferentes y a veces hemos pretendido imponer nuestros términos». Si Obama y los demócratas siguen por este camino, la decadencia de América está garantizada, a menos que en los próximos años surja una masa crítica de estadounidenses convencidos aún de que una América poderosa es una fuerza de bien en el mundo, y también dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para proteger su merecida relevancia.