Editorial
Andalucía refuerza el cambio de rumbo
Los andaluces han votado el retorno a la moderación política. Se ha devuelto a la marginalidad a esa izquierda soberbia.
Andalucía, la región más poblada de España y feudo irreductible del socialismo desde la Transición, ha dado la victoria al candidato del Partido Popular, Juanma Moreno, con una mayoría absoluta incontestable. Si estas elecciones autonómicas no hubieran venido precedidas por las de Madrid y Castilla León, podríamos aceptar las elucubraciones de quienes, desde los diversos sectores gubernamentales, pretende reducirlas a su propio ámbito territorial, pero, sin duda, no es así. Ciertamente, la figura del candidato popular, fiel representante de la derecha moderna europea y que ha presentado un modelo de gestión con muy pocas sombras, pese a las tremendas circunstancias vividas en los últimos dos años, ha sido determinante en los resultados, pero ello no explica por sí solo el hundimiento de una izquierda que, no lo olvidemos, conforma el Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez. Pretender que no existe vinculación alguna entre el comportamiento electoral de los ciudadanos andaluces y la demanda mayoritaria de un cambio de rumbo político por parte de una mayoría de los españoles es negar la realidad y, a la postre, pasará una mayor factura a los actuales dirigentes socialistas, al parecer, incapaces de escuchar las voces leales entre sus propias filas que vienen advirtiendo de las consecuencias de atarse parlamentariamente al populismo radical de la izquierda y a los nacionalismos excluyentes. Porque lo que los andaluces han votado ha sido, precisamente, ese retorno a la moderación política, a la predisposición al acuerdo y a la eficiencia de una gestión sin estridencias ni excesos propagandísticos que ha encarnado Juanma Moreno, todo hay que decirlo, con la colaboración sin reservas, leal y entregada a la labor pública, del partido de los Ciudadanos que preside en Andalucía Juan Marín. La reagrupación del voto de centro derecha, como viene ocurriendo en el resto de España, les ha perjudicado, pero no deberían regatear los populares el reconocimiento a quienes han sido sus socios de gobierno. No es, por supuesto, el caso de Vox, al que los andaluces han relegado a la irrelevancia, por más que haya mejorado algo sus resultados. Deberían reflexionar los dirigentes de la extrema derecha española si el discurso populista, agrio, beligerante contra el adversario político, incluso, contra aquellos que desde los principios democráticos más elementales nunca les han negado carta de naturaleza, es lo que la población española reclama para su futuro. No. Andalucía, como hemos señalado, ha confirmado en las urnas lo que vienen reflejando tozudamente todas las encuestas de opinión, que es la vuelta a una manera de entender la política mucho más próxima a la dinámica que mantuvieron los viejos partidos mayoritarios y que fue alterada por quienes, desde la demagogia, vieron en la crisis económica y en la desazón de muchos españoles golpeados por el miedo y la incertidumbre la oportunidad de llevar a cabo un proyecto de raíz totalitaria que pretendía, nada menos, que destruir las bases constitucionales del sistema democrático. Por ceñirnos a un tiempo corto, primero en Madrid, luego en Castilla y León, y ayer, en Andalucía, los electores han devuelto a la marginalidad a esa izquierda soberbia, que trata de enemigo al adversario y que ha venido cabalgando a lomos de una propaganda llena de excesos y de la dialéctica de la confrontación. Divididos, los que se pretendían salvadores de la patria, que venían a redimirnos de nuestros pecados, se han dejado diez escaños y su credibilidad. Por último, y no menos importante, es la tercera advertencia consecutiva que recibe el PSOE contra una manera de dirigir el partido desde la prepotencia de este nuevo Ferraz, que pasa por encima de las organizaciones territoriales y perjudica más que ayuda.
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