Especial Másteres y Universidades

Carreras con futuro incierto

María Teresa Ballestar de las Heras y Jorge Sainz, de la Universidad Rey Juan Carlos, reflexionan sobre el futuro inmediato de las carreras profesionales

Biblioteca de las Escuelas Pías de San Fernando
Biblioteca de las Escuelas Pías de San FernandoEP

En estos días, miles de jóvenes en España se preparan para afrontar la prueba de acceso a la universidad. Muchos lo hacen con ilusión, pero también con dudas. No son pocas las voces que se preguntan si las carreras que van a elegir les asegurarán una salida laboral estable, si tendrán futuro, o si acabarán cursando unos estudios que quedarán obsoletos antes de que terminen el grado. Estas preguntas no son alarmistas: reflejan un cambio de paradigma.

La gran diferencia respecto a generaciones anteriores no es sólo la incertidumbre, sino la transformación profunda del concepto de «carrera profesional». Hoy, al contrario de lo que sucedía en el siglo pasado, la elección de estudios superiores ya no garantiza un itinerario fijo ni un empleo de por vida. En su lugar, lo que se impone es un modelo de desarrollo profesional continuo, donde la formación no termina con un título universitario, sino que debe actualizarse a lo largo de toda la vida.

Este cambio está bien documentado en el Future of Jobs Report 2025 del Foro Económico Mundial. Según el informe, cerca del 39% de las competencias actuales se volverán obsoletas o necesitarán una transformación significativa en los próximos cinco años. Esto implica que incluso quienes elijan estudios con alta empleabilidad hoy –como inteligencia artificial, ingeniería de datos o energías renovables– deberán seguir formándose constantemente para adaptarse a nuevas herramientas, lenguajes o entornos laborales.

Las razones de este cambio son múltiples. El informe identifica cinco grandes fuerzas que están remodelando el mercado laboral global: la transformación tecnológica (especialmente la inteligencia artificial generativa), la transición ecológica, las tensiones geopolíticas, la incertidumbre económica y los cambios demográficos. Estos factores no solo están modificando los empleos que existen, sino también las habilidades que se valoran.

Por ejemplo, la automatización, el acceso digital y la inteligencia artificial están sustituyendo tareas rutinarias, administrativas o mecánicas. Los roles más afectados serán aquellos centrados en funciones repetitivas, como auxiliares administrativos, cajeros, teleoperadores o empleados de banca. En cambio, aumentará la demanda de especialistas en IA, análisis de datos, ciberseguridad, sostenibilidad o salud y cuidados personales.

El informe estima que, entre 2025 y 2030, desaparecerán 92 millones de empleos en todo el mundo, pero se crearán 170 millones nuevos. La clave estará en si los trabajadores pueden (o no) hacer esa transición. No todos podrán reconvertirse sin apoyo. Se calcula que 59 de cada 100 personas necesitarán reciclaje profesional, y 11 de ellas no recibirán la formación necesaria si no se actúa con rapidez.

Por tanto, a la hora de escoger una carrera hoy, más que preguntarse qué empleos existen en 2025, convendría mirar a qué tipo de habilidades seguirán siendo valiosas en 2030. La resiliencia, el pensamiento analítico, la flexibilidad, el aprendizaje permanente y la capacidad de colaborar con tecnologías serán tan importantes como los conocimientos técnicos. La universidad debe prepararnos no solo para un primer trabajo, sino para un futuro incierto y cambiante.

Este nuevo modelo no es necesariamente negativo. Abre puertas a trayectorias más variadas, donde una persona puede reinventarse varias veces a lo largo de su vida. Pero exige un cambio de mentalidad: pasar de estudiar para ser «algo» a estudiar para poder «hacer muchas cosas».

También transforma el papel de las universidades. Estas no deben limitarse a otorgar un título al final de un ciclo cerrado, sino convertirse en nodos permanentes de aprendizaje, conectados con las necesidades de los sectores productivos y abiertos a quienes necesitan reorientar su perfil. En este sentido, el concepto de «lifelong learning» o aprendizaje continuo debe dejar de ser un eslogan para convertirse en política educativa y cultural activa.

Muchos estudiantes sienten presión por acertar. Y es comprensible. Pero la buena noticia es que, en el contexto actual, no se trata tanto de acertar a la primera como de estar preparado para cambiar cuando sea necesario. Las decisiones vocacionales ya no son definitivas, y eso debe asumirse con naturalidad.

Además, las nuevas generaciones están mejor preparadas para este entorno. Según el Future of Jobs Report 2025, la curiosidad, el pensamiento creativo y el compromiso con el aprendizaje continuo se están convirtiendo en activos centrales. Esto pone en valor no solo las carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), sino también aquellas que desarrollan competencias transversales como la comunicación, la ética, la empatía o la capacidad de resolver problemas complejos.

Estamos, pues, ante una gran oportunidad para repensar qué tipo de universidad necesita la sociedad. Más que construir itinerarios rígidos, la universidad debe ofrecer flexibilidad, pasarelas entre disciplinas, prácticas reales desde los primeros cursos y sistemas de certificación modular que reconozcan competencias adquiridas a lo largo del tiempo, no solo en el aula, sino también en el trabajo, en proyectos sociales o en experiencias internacionales.

Igualmente, los sistemas públicos deben garantizar que nadie quede fuera de esta reconversión. El acceso a la formación continua, el reciclaje profesional y la orientación laboral no pueden depender solo del esfuerzo individual: deben contar con apoyo institucional y políticas públicas activas.

Así, mientras muchos jóvenes dudan sobre si la carrera que van a comenzar tiene futuro, conviene recordar que el futuro profesional no depende solo del título que uno obtenga a los 22 años, sino de cómo siga aprendiendo, adaptándose y evolucionando. Estamos ante una generación que tendrá que reinventarse muchas veces. Pero también es una generación que dispone de más herramientas, más información y más capacidad de conexión global que nunca. La universidad, las administraciones y las empresas deben estar a la altura para acompañarla en ese viaje.