Crítica de cine

El director equivocado

Dirección: Steven Soderbergh. Guión: Scott Z. Burns. Intérpretes: Jude Law, Rooney Mara, Catherine Zeta-Jones. EE UU, 2013. Duración: 106 min. Thriller.

La Razón
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Al más cerebral de los cineastas se le da estupendamente sintetizar las enfermedades, morales y mortales, del siglo XXI. «Efectos secundarios» arranca con magnética eficacia: la depresión de su heroína (Rooney Mara), que espera que su marido estafador salga de la cárcel, se extiende como una mancha de aceite entre plano y plano, sembrando una sombra de inexorable inquietud cuando un psiquiatra (Jude Law) le receta una nueva pastilla para la felicidad. He aquí el cine como tubo de ensayo, la imagen digital como implacable contenedora de una infección que corrompe la mente como en «Contagio» corrompía el cuerpo. Es un estimulante planteamiento, que apunta, de una forma natural, a la denuncia de la práctica mercantilista de la industria farmacéutica, y que podría haber cerrado temporalmente (a falta de su «biopic» televisivo sobre el pianista gay Liberace) la carrera de Soderbergh con otra meditación sobre las estrategias narrativas del capitalismo neoliberal de la talla de «The Girlfriend Experience» o la citada «Contagio».

Pero, decidido a sorprendernos, y quizá para sorprenderse a sí mismo, Soderbergh convierte «Efectos secundarios» en un thriller de Brian de Palma. No es difícil detectar en la obsesión del personaje de Jude Law, el perfecto falso culpable, la obsesión que guiaba el camino hacia la perdición de Craig Wasson en «Doble cuerpo» o John Travolta en «Impacto». Rooney Mara parece la doble de Noomi Rapace en «Passion», lo nuevo de De Palma. Y la trama, sí, es tan retorcida, malsana, demencial e improbable como la de «Femme Fatale». El problema es que el aséptico, frío estilo de Soderbergh es alérgico al tono erótico-festivo del autor de «Carrie», no entiende sus «tour de force» visuales, y la impresión que tenemos es la de ver una película dirigida por el director equivocado.