Toni Bolaño
El laboratorio de Barcelona
El del Ayuntamiento de la Ciudad Condal ha sido el movimiento político más interesante
El sábado fue el día de la política, y en el campo municipal, para gustos colores. Feijóo consiguió sus objetivos. Ha pactado con Vox en decenas de ayuntamientos, incluidos muchos en los que el PSOE era la fuerza más votada. Le interesaba amarrar poder municipal considerando como normales los acuerdos con los de Abascal. Es consciente de que tendrá que escuchar salidas de tono de dirigentes de Vox, como ya ha sucedido en estos días, pero las da por amortizadas. Los votantes de PP y Vox ven naturales estos acuerdos. La incógnita radica en saber el 23-J si el votante de izquierdas que se quedó en su casa el 28-M o votó opciones testimoniales se pondrá las pilas. De momento, las encuestas no lo reflejan. De esta movilización, con el voto útil al que apela el presidente Sánchez, dependerá de que haya partido, dependerá que Sumar desbanque a Vox en una veintena de provincias del tercer puesto que asignarán una treintena de diputados. Los suficientes para que en el hemiciclo haya partido.
Elías Bendodo dijo el viernes: «Verán como el PP es capaz de pactar con todos». Y en esto se esmeraron los populares para amortiguar sus pactos con Vox. Vitoria fue sonado. También Durango, que acabó en manos del PNV, y el campanazo: Barcelona, donde Dani Sirera dio la alcaldía al socialista Jaume Collboni. También el PSOE marcó líneas rojas dejando a Bildu en fuera de juego en Euskadi y Navarra, pese a que su movimiento pone en cuestión la presidencia de Chivite en la Comunidad Foral.
Barcelona ha sido sin duda el movimiento político más interesante. Los movimientos se sucedieron desde el miércoles. Ese día, Xavier Trías y Ernest Maragall daban el pescado por vendido y cerraban su acuerdo. Ninguno supo ver que la política es el arte de lo que no se ve, como dice Iván Redondo. Ada Colau intentaba a la desesperada un reparto de la alcaldía con ERC y PSC con el prisma de que siempre toca, sino es un pito una pelota. Jaume Collboni no compró y marcó su posición: gobierno del PSC en coalición con los Comunes de Colau. Muchos criticaron el movimiento porque cerraba las puertas a un acuerdo con el PP. Pero el efecto fue el contrario. El líder popular cerró su oferta: apoyo a cambio de que los Comunes se quedaran fuera. Y eso pasó. Collboni no cedió, fueron los Comunes que decidieron una hora antes del pleno retirar su presión y dar sus votos para investir a un socialista. Hacer alcalde a Trías no era opción a un mes de las generales. Hubiera sido letal para unos resultados que no se esperan buenos. Collboni forzó la situación para que pasaran cosas dejando a Trías y Maragall esgrimiendo su pacto de borrajas. Maragall sigue como regidor. Perdió las elecciones de forma estrepitosa y fracasó en su venganza contra el PSC. Pero ahí sigue. Raro es que no haya dimitido. Su excusa de que en Barcelona se ha impuesto un nuevo 155 es tan ridícula como ineficaz.
El acuerdo fue pilotado por Salvador Illa. Algunos lo ven una aberración –los mismos que consideran normal que en Gerona el independentismo arrebate la alcaldía al PSC–, pero siguen sin ver la política. ERC está gangrenada y puede perder las generales. El sorpaso de Junts puede ser realidad y la victoria aplastante del PSC también, con los Comunes renqueantes y un PP en alza. Estos resultados dejarán a Pere Aragonés al borde del precipicio con un partido derrotado y un Govern inoperante. La carpeta de nuevas elecciones en Cataluña se vuelve a abrir y pensar que serán este otoño no es una «boutade». Es más que posible. Illa sabe que solo hay una manera de sumar y esta es el reflejo de Barcelona. Con los independentistas imposible. Solo los Comunes y PP pueden dar unos números factibles para una alternancia en la Generalitat. Barcelona no es una «boutade», es un laboratorio. Si no pasan las cosas, debes hacer cosas para que pasen.
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