El Gobierno de Pedro Sánchez
El apunte de Francisco Marhuenda: “La victoria de los independentistas catalanes”
El nacionalismo catalán se crece siempre con la debilidad de España y sus instituciones. La fragilidad del futuro gobierno de Sánchez, donde el PSOE solo tiene 120 diputados y está condicionado tanto por su socio preferente que es Unidas Podemos y con quien compartirá mesa en el Consejo de Ministros como por sus aliados independentistas, es una nueva fabulosa oportunidad para avanzar en sus metas. El fin último del nacionalismo siempre ha sido y será lograr la independencia. Por ello es un error creer que un cambio de estrategia comporta un abandono de su objetivo último. Nunca he conocido a un nacionalista, y como catalán he conocido a muchos, que no tuviera como sueño conseguirlo. Otra cuestión distinta es que esperen su oportunidad.
Con la declaración unilateral de independencia cometieron un gran error, pero ahora lo han enmendado y son conscientes de que necesitan avanzar en el proceso de separación de España. A pesar de los conflictos internos entre ERC y JxCat la realidad es que controlan con mano férrea las instituciones políticas y sociales así como los medios de comunicación catalanes. La Generalitat no es más que un instrumento al servicio del proyecto partidista de lograr la independencia y cuenta con enormes recursos económicos para ello.
El problema no es el nacionalismo catalán, que tiene las ideas muy claras, sino la evanescencia ideológica y la falta de solidez de la clase política mal denominada constitucionalista. La ausencia de unidad hace que estemos inmersos en una grave crisis institucional que se puede convertir en irreversible gracias a los acuerdos de gobierno que Sánchez está alcanzando con aquellos que buscan acabar con la unidad de España. Es triste que un proyecto común con muchos siglos a su espalda se esté cuestionando frívolamente para complacer los deseos de las elites del nacionalismo catalán y vasco.
No es algo nuevo sino que es coherente con una línea de actuación que se remonta a la Baja Edad Media cuando esas mismas clases dirigentes pretendieron separar el Principado enfrentándose a sus reyes Juan II y su hijo Fernando II y siglos después lo volvieron a repetir con Felipe IV y Felipe V. Desde entonces, el resto de España ha sido considerado siempre como una “vaca” que ordeñar y los diputados que les representaban en las Cortes actuaron en la Edad Contemporánea como gestorías encargadas de exprimir los presupuestos del Estado en nombre de una avariciosa burguesía dispuesta a enriquecerse utilizando su peso político al servicio de sus intereses de clase.
Ese sector de la burguesía catalana ha estado con todos los regímenes sin ningún rubor. El único patriotismo que les ha movido ha sido siempre el de la cartera. Los padres de algunos de los que hoy son fervorosos “patriotas” catalanes acogieron con el brazo en alto la entrada en Barcelona de las tropas franquistas. Y rápidamente regresaron a la costumbre de conseguir licencias de importación y exportación con sus pisos en Madrid para negociar con el régimen ventajas de todo tipo. A pesar de que los catalanes hemos sido siempre perseguidos, por utilizar irónicamente una de las habituales mentiras de los nacionalistas, no hemos parado de enriquecernos desde los tiempos de Felipe V. En muchas ocasiones he dicho, también con ironía provocadora, que se tendría que dedicar una plaza al primer rey de la Casa de los Borbones en todos los municipios catalanes. Las medidas que adoptó la administración borbónica, a pesar de la traición de un sector de las elites catalanas a su rey legítimo al que habían jurado fidelidad en las Cortes celebradas en Barcelona, fueron enormemente favorables para el Principado.
Como era previsible, ERC se abstendrá de la mano del PNV que también está dedicado al ejercicio depredador del Estado para fortalecerse con la vista puesta en lograr la independencia. Sánchez se equivoca, siento mucho decirlo, si cree que cediendo ante este conjunto de exigencias conseguirá un gobierno estable. El acuerdo alcanzado es, simplemente, una indignidad y solo hay que leerlo para entender que es un día tan triste como lamentable. El gobierno no puede sentarse en una mesa bilateral para resolver un “conflicto político” que han organizado aquellos que quieren acabar con España.
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