Coronavirus

Business as usual (o casi)

En Gibraltar, de cierta manera, persiste la actividad normal, ya que las medidas de prevención que ha tomado Picardo no son tan restrictivas como las de España

Gibraltar tiene dos casos activos de coronavirus
En Gibraltar hay medidas de seguridad por el coronavirus, pero mucho menos restrictivas que en España / EfeA.Carrasco RagelEFE

Con el rostro demudado por el disgusto y la falta de sueño, pues el recuento se prolongó hasta bien entrada la madrugada, Fabian Picardo compareció al día siguiente del referéndum del Brexit ante el parlamento de Gibraltar, el distrito británico con mayor porcentaje de voto a favor de la permanencia en la Unión Europea (95,9%). El golpe a la economía, y a la vida en general, gibraltareña se anunciaba durísimo, pero el Ministro Principal del Peñón terminó su discurso apelando a la normalidad: «Business as usual», una frase hecha que vendría a significar, en traducción libérrima, «a trabajar como de costumbre». Casi cuatro años y miles de horas de negociación después, ahí siguen los llanitos. Tan panchos.

De camino a la colonia, lo primero que advierten al periodista las fuentes gubernamentales gibraltareñas es que se evite «repetir algunos disparates que se están leyendo, como que estamos siguiendo durante esta crisis las mismas políticas que Boris Johnson. Para empezar, la Casa de Gibraltar en Londres está cerrada». Sí es cierto, sin embargo, que en la Roca persiste en cierto modo la actividad normal, ya que las medidas de prevención del coronavirus que ha tomado el ejecutivo de Picardo no son tan restrictivas como en España, si bien se ha vedado la entrada al turismo, tanto terrestre como los cruceros, y permanecen cerradas diversas instalaciones públicas, como centros deportivos o el Parque Natural en el que residen los característicos monos.

El visitante, siquiera para evadirse un rato de los rigores del encierro, llega soñando con un «fry» –el completo desayuno inglés que los bares de Gibraltar sirven «all day»– que le alivie las ansias de comer en la calle que lo asuela desde el fin de semana o con llevarse el souvenir más sabroso, una botella de whiskey irlandés, se escribe con e, Paddy, tan difícil de encontrar en las licorerías españolas. La palabra “«normalidad», de suyo tan anodina, retumba en la cabeza como un tantán festivo y despierta el ansia más morbosa. Al fin y al cabo, la incidencia de la epidemia aquí es ínfima. Ocho casos confirmados, dos ya se han curado, sobre 115 pruebas concluidas más las 33 que quedan pendientes.

Los centros educativos de la colonia permanecen abiertos, ya que las autoridades han considerado que, al ser un grupo escaso y no haberse registrado positivos en ningún colegio, era preferible mantener la actividad, «teniendo también en cuenta que muchos chicos se marchan a estudiar a Gran Bretaña y tienen que ir allí a hacer los exámenes de acceso a la universidad, pero ahora no saben si van a poder examinarse». La realidad es que algunos alumnos están faltando a clase por voluntad de sus padres y se espera que estas ausencias vayan en aumento. Aunque se revisa diariamente, esta medida sigue vigente y «está especialmente concebida para evitar la propagación de la infección a los mayores, pues los abuelos seguramente se conviertan en los principales encargados de cuidar a los niños cuyos padres trabajan en el caso de que se decrete el cierre de los colegios», explicaba el comunicado oficial emitido el jueves pasado.

Un tráfico menos denso

En la frontera con La Línea de la Concepción, los controles se han intensificado en el lado español, si bien la ausencia de turistas fluidifica un tráfico que habitualmente es denso. Los agentes del Cuerpo Nacional de Policía solo permiten salir del país a los trabajadores transfronterizos y a quien posea un motivo justificado, aunque el paso peatonal es tan asequible como siempre. Dos controles rutinarios mucho menos invasivos que los que se sufren en cualquier aeropuerto. En febrero, último mes del que se disponen datos, un promedio de casi diez mil españoles entraba diariamente en Gibraltar para desempeñar sus obligaciones laborales y no parece que la cifra haya descendido mucho en los tres primeros días tras el decreto de estado de alarma. La vida en la ciudad es menos tumultuosa que de costumbre. Numerosos taxistas aguardan a clientes que no vendrán «porque aquí vivimos básicamente de los turistas. De los españoles, que no pueden salir, y de los extranjeros que llegan igualmente desde España, adonde no se puede viajar». Tony hace gala de «lo informada y concienciada que está aquí la gente», que «toma sus precauciones porque está claro que el tema es grave. La población mayor de setenta años no debe salir, aunque los más jóvenes también tenemos más cuidado. La hostelería, por ejemplo, abre con horarios restringidos». También han echado el cierre algunos comercios, sobre todo, las tiendas del entorno de Casemates Square y de Main Street que más enfocadas tienen sus ventas al cliente foráneo.

En las oficinas y en los bancos, también en las numerosas casas de apuestas, todos los trabajadores permanecen en sus puestos a pesar de que se nota que la actividad ha quedado reducida al mínimo. Los mantiene a pie de obra el sentido del deber, quizá, pero se respira inquietud ante la consciencia de que su privilegiado estatus económico también se verá amenazado a la salida de esta crisis. El gobierno de Picardo, de hecho, ya ha anunciado un paquete de medidas económicas para paliar los efectos del coronavirus y el primer paquete consiste en ayudar a las pequeñas y medianas empresas gibraltareñas para evitar una ola de despidos que incrementaría de forma dramática la tasa de paro de la comarca circundante. El Grupo Transfronterizo, una institución que agrupa a agentes sociales de ambos lados de la frontera, entiende que «estas ayudas facilitarán que se mantengan los puestos de trabajo de los muchos españoles que cada día cruzan la Verja».

El tráfico que seguramente se verá afectado por el incremento de los controles, aunque jamás conoceremos los datos, será el de los matuteros, los contrabandistas que pasan toneladas de tabaco gibraltareño –donde es más barato por su escasa carga fiscal– para venderlo irregularmente en España. Ellos se ven penalizados si la presencia de fuerzas del orden es mayor que la habitual. Mira por dónde, el coronavirus va a quitar a algunos de fumar. No hay mal que por bien no venga.