Coronavirus

Italianos confinados por el coronavirus: «Esta es la guerra de nuestra generación»

Llevan una semana de aislamiento más con respecto a España, a la que envían su «solidaridad» y animan a «seguir en casa». Pasan el tiempo entre series de televisión, lectura, gimnasia, cocina y música

Gonzalo y Titti, en su casa de Milán
Gonzalo y Titti, en su casa de MilánLa Razón

El confinamiento en Italia lleva aproximadamente una semana de ventaja con respecto a España, donde las casas se preparan para pasar casi el mes de abril al completo de puertas adentro. Una situación anómala sobre la que hemos preguntado a algunos de nuestros vecinos de la bota en idéntica tesitura, y con una prolongación de la cuarentena en ciernes.

SALERNO

Olga Fernández, oriunda de Madrid pero vecina de Salerno (Campania) desde 1970, nunca imaginó una situación semejante. «Todos estábamos sorprendidos, yo la primera; decía qué será, ¿como una gripe?, y ahora resulta que estamos como estamos».

En conversación telefónica con este periódico, dice estar deseando ver a sus hijos y nietos. Lleva en casa desde el 5 de marzo, «sin pisar la calle, paseándome por el balcón, porque no puedo estar todo el día sin hacer nada».

El pequeño de sus tres hijos, Manolo, «va a trabajar todos los días» y le lleva la compra del supermercado. Él está solo en su propia casa porque su mujer, Rosa, se encontraba «en un pueblecito cercano» en casa de sus padres cuando estalló todo, y como no se puede salir del término municipal, «está sin verla a ella y sin ver a su niño», que solo tiene cinco meses. Únicamente les separan 20 kilómetros, pero no conviene arriesgarse. «Le pueden poner una multa y hasta en la cárcel te meten», dice Olga. «Lo único que le está permitido es salir para trabajar e ir a la compra».

Olga Fernández, que enviudó hace ocho años, mantiene contacto habitual con su hermano Héctor, que vive en Madrid. «Hacemos videollamadas y hablamos», explica, añorando sin duda a quien tantas veces la ha visitado en su tierra de adopción.

El tiempo lo pasa «viendo la televisión, guisando, paseando por la terraza arriba y abajo», y cuenta que lo de salir al balcón «ya no se hace».

Manolo, su hijo, no ha visto afectado su trabajo «de ninguna manera», ya que es Planificador de Carga en el puerto de la ciudad. Cree que es pronto para saber si se han adoptado decisiones idóneas por parte del Gobierno italiano, aunque en su opinión «parece que las cosas empiezan a estabilizarse», mientras ve la situación en España calcada a la de Italia una semana atrás. «Estoy en contacto con mi familia allí prácticamente todos los días», afirma, «lo único que les puedo decir a todos es que se queden en casa».

Manolo Caravano, en el puerto de Salerno esta semana
Manolo Caravano, en el puerto de Salerno esta semanaLa Razón

Su mayor sufrimiento es «estar lejos de mi hijo», lamenta, mientras que su gran deseo cuando llegue el final es «abrazar a mis amigos, abrazar mucho» en general.

Sus otros dos hermanos, Gonzalo y Mimí, son componentes del grupo de música a capela Neri Per Caso (NPC), y tienen su historia particular estos días, alejados de lo que era cotidiano hasta hace poco.

MILÁN

El primero, que vive habitualmente en Salerno, se fue a Milán a ver su novia el pasado 5 de marzo. Dos días después, las autoridades cerraron Lombardía, y allí permanece confinado en casa de su chica, Titti.

Gonzalo, sin posibilidad de compartir espacio con sus cinco compañeros de banda, explica que no puede hacer «nada de trabajo hasta que esto se acabe». Conciertos, entrevistas y visitas al estudio tendrán que esperar. Por el momento solo han grabado, cada uno desde su casa y montado todo en conjunto después, una breve actuación para sus seguidores que han compartido a través de las redes sociales. Sus actuaciones en vivo y las participaciones en televisión están aplazadas. Su novia, sin embargo, está haciendo «smartworking».

En cuanto a la subsistencia diaria, la resuelven haciendo la compra en el supermercado, y sobre si en algún momento han sentido miedo, contestan ambos que «todos los días».

Consideran que «es pronto» para saber si el Ejecutivo de Giuseppe Conte ha adoptado las medidas necesarias para atajar la pandemia, pero dicen «esperar que sí».

Respecto a la forma de estar en contacto con la familia y amigos, usan el móvil y también las videollamadas, que hacen más llevadero el obligado encierro.

Considera Gonzalo que la situación en España es «muy parecida», y muestra su «solidaridad» con los españoles y en concreto con sus familiares, con los que dice «comunicarse todos los días». El mensaje a sus vecinos es que «hay que seguir así, esto acabará pronto», pero es necesario «quedarse en casa».

Respecto a sus dos hijos, que viven en Salerno, Gonzalo dice que cumplen las tareas escolares con «videolecciones», y que precisamente lo peor que lleva de esta reclusión es «no poder verlos».

¿El deseo de esta pareja cuando todo termine? «Pasar 15 días seguidos en la calle y dormir sobre cartones, como los vagabundos», apuntan llevando al extremo sus ganas de romper con este vivir en un continuo «día de la marmota».

CASSINO

Por su parte, Mimí Caravano vive en Cassino (Frosinone), al sur de Roma, con su mujer, Nunzia, y su hija, Gea, de 15 años, «confinados desde el 9 de marzo». Asegura que, al dedicarse a la canción, «esto afectará a mi trabajo durante mucho tiempo». En cuanto a Nunzia, han cerrado las oficinas y la venta de apartamentos que gestiona la inmobiliaria familiar, y solo sale de casa para lo imprescindible, por ejemplo para llevar comida o medicinas a sus padres, ya mayores.

La adolescente de la casa no puede ir al instituto –lo que allí se conoce como liceo– desde el 5 de marzo «y desde ese día toma lecciones a través de internet con sus profesores».

La intendencia la resuelven haciendo la compra «un par de veces a la semana» y, «de momento», solo los padres de Nunzia se hacen con lo necesario por teléfono, para que les sea entregado en casa, salvo aquello que les acerca su hija.

Mimí Caravano, Nunzia y Gea, en la terraza de su casa de Cassino
Mimí Caravano, Nunzia y Gea, en la terraza de su casa de CassinoLa Razón

Tienen una perra, Chicca, pero no la bajan a la calle «por miedo», y el inquieto y travieso animal pasa parte del día en una gran terraza que se limpia cada vez que hace sus necesidades.

Acerca del sentimiento ante esta crisis, asegura Mimí que «siendo un aficionado a las películas de terror y ciencia ficción», ha sido «el primero en tener miedo», y que, aunque le «avergüenza un poco», al final precisamente él ha «tranquilizado y tranquiliza a la familia». No han faltado estos días momentos de pesar e inquietud que ha trasladado a algún amigo en forma de desahogo telefónico.

Considera que su país está actuando de forma correcta. «Estamos en una democracia y democráticamente lo que está haciendo [el Gobierno] es justo», afirma.

Para comunicarse con la familia y amigos, «utilizamos lo que haga falta, o sea todos los recursos que el 2020 nos da», apunta el vocalista de NPC. En el caso de sus tíos y primos españoles, optan por «el teléfono y llamadas de Skype para hablar con ellos». Lo más duro está resultando precisamente «no poder verles. La imposibilidad de poder disfrutar lo que antes era normal y ahora es excepcional», señala. Como veterano del confinamiento, ya alertó a los suyos de que había que «quedarse en casa» y no salir, «lo que ya sabéis y es usual en España ahora mismo».

Otra de las cosas que se ha hecho en ambos países es salir al balcón a una hora determinada como señal de agradecimiento a los sanitarios. «Nosotros mismos hemos salido a cantar y a aplaudir a los médicos. Incluso a rezar», dice Caravano.

El resto del tiempo lo pasan «cocinando, cantando, escuchando música, por supuesto, viendo todas las series posibles. Netflix y Amazon Prime son nuestros salvadores».

Todo hasta que llegue el ansiado momento de «salir y tomar el aire, ir a la playa o beber una cerveza» en compañía. «Reír un rato y recordar, mirando atrás, los momentos de miedo, como si fuera un pequeño relato de guerra», afirma. «Porque esta es la guerra de nuestra generación», concluye Mimí.

ROMA

Mientras, y muy cerca del centro histórico de Roma, vive el matrimonio formado por Francesco y Grazia, con su hija Beatrice. Atrincherados desde el 5 de marzo, son profesores en un colegio y trabajan desde casa. Ahora deben atender además a su pequeña, que estaba en su último año de guardería, y se manifiesta en el aislamiento como la traviesa niña que solo meses atrás disfrutaba de la plena libertad en las playas de Terracina.

La subsistencia la resuelven una vez a la semana en un supermercado cercano. Cuenta Francesco que cuando sale a comprar tiene «miedo» por «todo el silencio» que hay «por la calle», y Grazia siente lo mismo, pero en este caso al tener que hacerlo «sin mascarilla ni guantes», ya que «no se encuentran en ningún lado».

Piensa este profesor de música e italiano que su Gobierno «sí» está haciendo lo suficiente, y el matrimonio se declara «muy preocupado por la situación en España», especialmente por una amiga que trabaja en Barcelona con la que se comunican mediante chat y videollamadas. Su consejo es «respetar la cuarentena en casa» y «no salir si no es necesario».

Grazia, Beatrice y Francesco, en su casa de Roma
Grazia, Beatrice y Francesco, en su casa de RomaLa Razón

Además de la distracción que suponen estos días las videollamadas y las redes sociales, el entretenimiento casero es variado en su vivienda romana. Aparte de los libros que han comprado «vía online», durante el día se distraen con «videolecciones de gimnasia para niños y adultos, jugamos con la niña, cocinamos cosas nuevas –como dulces que nunca hay tiempo de hacer– vemos películas infantiles, paseamos por la terraza para coger un poco de aire, se canta, se juega...», explica Francesco, que a título particular dice participar además «en un videochat con un grupo budista».

En la salida al balcón solo han tomado parte «una vez», afirma este padre que añora «llevar a mi hija al parque» y que tan mal aguanta «no poder hacer caminatas, no poder ver a la familia y amigos, no poder salir sin miedo a contraer el virus». Así que la máxima añoranza de Francesco es «hacer todo lo que hacía antes, pero con un poco más de actividad física y una vida menos frenética».