Coronavirus
Generación Covid-19: de la oportunidad al desencanto
Antes de la «coronacrisis», eran los jóvenes del progreso, la tecnología y la internacionalización. Ahora, el parón económico, social y educativo les ha dejado en «shock». Muchos temen que su calidad de vida sea peor que la de sus padres; otros, que sus sueños nunca se cumplan, pero también hay quienes ven en este «desastre» una oportunidad
Hay sociólogos que ya han rebautizado a los que hasta ahora se conocían como «generación Z», esos jóvenes nacidos a finales de los años 90 y principios de siglo, cuyo futuro queda marcado ahora por el impacto del coronavirus. Dicen que son la generación del desencanto, la cautelosa o la generación prevenida. «Incluso podría llegar a ser la generación vencida, si renuncia a tomar la iniciativa y la deja en manos de las grandes empresas o de los estados, que bien podrían aprovechar el estado de miedo y las grandes posibilidades tecnológicas para establecer una tecnocracia semejante a la de China. Pero yo prefiero denominarla ‘‘la generación del despertar’’», apunta el sociólogo Roberto Barbeito, de la Universidad Rey Juan Carlos. Este experto argumenta su definición con el hecho de que estos jóvenes «tienen clara conciencia de lo que está pasando y esto supone la quiebra definitiva de la confianza en un progreso indefinido que, por lo demás, ya había sido cuestionado por los movimientos antiglobalización y, más recientemente, por los medioambientalistas. Ni la riqueza ni la tecnología han podido evitar la catástrofe. Esto les llevará a replantearse el modo de vivir, máxime porque el impacto económico y sobre el bienestar inmediato será enorme».
Según Barbeito, ellos tienen en este momento la oportunidad de reconstruir el nuevo mundo, hacerlo resurgir de las cenizas que ha expandido Covid-19 y llegar así a ser una generación más solidaria y equitativa. Para comprobarlo, reunimos a varios jóvenes con los que analizamos el impacto que tendrá esta crisis en su proyecto de vida y si realmente se ven capacitados para impulsar el cambio y afrontar un futuro incierto con optimismo.
Adrián tendría que estar realizando en estas fechas las prácticas de su ciclo formativo superior de Automoción «pero nos han propuesto o aplazarlas a septiembre sin las garantías de poder hacerlas con total seguridad o sustituirlas por un trabajo. Yo prefiero lo primero, porque la parte práctica es la más interesantes, pero todavía no sé que hacer». Durante los fines de semana, este madrileño de 20 años también había comenzado a trabajar en un bar para sacarse algo de dinero para sus gastos personales, pero de igual modo ha cerrado: «Así que de un día para otro me he quedado sin nada», lamenta. Mira su futuro con incertidumbre y cierta impotencia, «ni hablar de independencia ni de conseguir el trabajo que me gustaría, no sé cuando eso llegará. Habrá que bajar las expectativas porque tendré más difícil llegar a donde me había propuesto», reconoce.
Planes que postergan y objetivos a largo plazo es lo que se plantea la juventud, conscientes de que, como dice Adrián, «si antes ya lo teníamos difícil, ahora mucho más». A sus 22 años, Rafa ahonda en la misma idea: «Esto nos va a afectar mucho, si antes de la crisis nuestras perspectivas no eran buenas, ahora son terribles». Él estudia Historia y un grado superior de Turismo, además de trabajar en una multinacional de distribución los sábados y domingos.
Su sueño es convertirse en guía o ser contratado en una agencia de viajes, un sector muy tocado por la «coronacrisis» y cuya recuperación va para largo. «Es inevitable sentirse frustrado, pero hay que darse cuenta de que hay personas que están en peor situación, que les van a echar de sus casas o que se quedan sin trabajo con una familia que mantener. Yo tengo la suerte de vivir con mi madre y no tenía todavía planes de independizarme. Lo que pienso es que esta situación nos obligará en cierto modo a aplazar nuestros objetivos y metas por un tiempo indefinido», analiza.
Según Rafa, los jóvenes, hasta ahora, han gozado de importantes ayudas del Estado para su formación, pero critica que una vez que terminan los estudios no hay políticas fuertes de inserción en el mercado laboral, aun así, no cree que vayan a vivir peor que sus progenitores. Y es que los expertos en Sociología afirman que toda generación pretende evolucionar y vivir mejor que sus ancestros y, en este momento, parece que esa tendencia está en entredicho. «Creo que, por ejemplo, en temas Sanitarios estamos mejor que nuestros padres y también gozamos de más oportunidades para estudiar, pero es cierto que esta crisis nos hará cambiar en cierto modo. En el tema del ocio y a nivel laboral seremos más precarios».
Sueños rotos
Gema, de 22 años, nos cuenta que, precisamente, el otro día su madre le dijo: «Siento que tu generación no conseguirá la calidad de vida que hemos logrado nosotros». Ella piensa lo mismo. Cursa cuatro de Periodismo y no atisba mucha esperanza de encontrar un trabajo estable, ni fuera ni dentro de España. «Ahora estamos centrados en las cifras sanitarias, pero cuando lleguen las económicas... A los jóvenes no se nos darán recursos ni medios para hacer realidad nuestro proyecto de vida y tendremos que conformarnos con condiciones más inestables», reconoce. Para ella, eso de «luchar por los sueños» queda aparcado: «Seremos más bien la generación de la lucha, haremos malabares para conseguir pagar alquileres altísimos con sueldos bajos y viviremos explotados. Muchas veces digo medio en broma que lo que nos queda es la autosuficiencia, irnos al campo a una casita y conformarnos con eso. Nuestras expectativas han cambiado», reflexiona.
Pese a los nubarrones que vaticina, quiere aportar una dosis de optimismo «y lo mismo en cinco años se recupera la normalidad, eso sí, nos encontraremos en la situación que dejamos en febrero, la cual tampoco era muy alentadora para nosotros. Creo que cuando regresemos a la normalidad, salgamos de nuevo a la vida, todo será diferente, no solo a nivel laboral, sino en la forma de relacionarnos, de entender el ocio. El mundo no será el mismo», lamenta.
A Paula la pillamos en medio de los exámenes que está preparando para pasar al cuarto curso de Criminología. Su palabra más repetida es incertidumbre, tanto en su actual faceta de estudiante como en la futura de profesional. Ella sueña con trabajar en el CNI y prepararse unas oposiciones. «Me da vértigo mirar al futuro, ahora lo que más me preocupa es cómo acabaré los estudios. Ya no tenemos clases presenciales y el modo online no tiene la misma calidad», reconoce la joven.
Para Paula, su devenir será incierto, reconoce que habrá más competencia para menos puestos de trabajo y que, por ello, se verán obligados a una mayor especialización sin que ello garantice un contrato digno. «La calidad de vida que tenemos ahora será mucho peor cuando queramos independizarnos. Yo pensaba en irme el último año de carrera al extranjero con un Erasmus y ya lo doy por perdido», pronostica.
Jorge incide en el aspecto de la formación en el exterior, «hay muchas dudas y es una lástima porque irse fuera a ampliar los estudios es una gran oportunidad para conocer otras culturas y formas de trabajar, deberían darnos una respuesta», afirma. Él estudia Ciencias Políticas y Derecho y cursa el tercer año de este doble grado. Tiene las ideas claras pero reconoce que se dibuja un «horizonte muy incierto» para su generación. «Nuestro futuro ya estaba bastante desdibujado antes del parón global por el coronavirus y con la situación actual se agrava. Hay quien lo tiene claro y seguirá su camino, pero habrá otros que no lo podrán hacer. Nos preguntamos sin conseguiremos un trabajo y si este puesto será en unas condiciones dignas, si podremos emanciparnos, crear una familia, compararnos una casa... Todo está en el aire», asevera.
A sus 20 años, él ya tiene claro que tirará por la rama de la política o por la docencia, «pero soy consciente de como está el tema...», añade. Dice que al sistema tal y como lo conocemos en la actualidad necesita bastantes cambios para adaptarse a la nueva realidad, «aun así, yo confío en nuestra democracia, soy fiel defensor de la política para poder cambiar nuestra realidad», apunta. En quien no deposita tanta estima es en la clase política «porque es incapaz de dar respuestas a la juventud, por eso soy de la opinión de que no debemos de esperar a ver qué hacen por nosotros y ser más activos, estar presentes en el sistema».
La oratoria de Jorge apunta maneras, tiene ADN de líder y no está dispuesto a dejarse vencer por la coyuntura. «Nosotros somos el futuro y debemos escribir nuestra historia, ser los protagonistas. La clave está en la militancia y no me refiero a la política sino a través de asociaciones y colectivos universitarios. Tenemos mucha fuerza para hacernos oír. No debemos tirar la toalla sino convencernos de nuestro poder para el cambio, evitar los egoísmos y unir nuestro potencial», proclama.
Pese a su entusiasmo es consciente de que la realidad es compleja y que la impotencia y la frustración golpea con fuerza a los de su quinta. «Leí un estudio de la Universidad Complutense en el que se decía que los jóvenes entre los 18 y 39 años somos los más vulnerables a sufrir depresión durante el confinamiento. Esto es debido a que los más pequeños no son conscientes de la situación y los mayores ya tienen cierta estabilidad. Somos nosotros los que podemos salir peor parados», argumenta.
Vida personal paralizada
Y es que no sólo es en el plano profesional en el que la «generación Z» se encuentra atrapada, también subrayan su angustia en cuanto al ocio y manera de relacionarse con sus iguales. Lejos quedan los «juernes» de discoteca, los findes de cine o botellón y, por supuesto, las escapadas y viajes con amigos. Todo esta en «stand by». Por ejemplo, Ana, de 22 años y estudiante de Periodismo, tenía planeado este verano un «viajazo» a Panamá, Costa Rica y Colombia. «Ya tenía los vuelos pagados y parece que tendremos que cancelar todo. Nuestro ocio tal y como lo conocíamos ya no será posible, hay que asumirlo, al menos por una temporada. Es un tiempo que perderemos. La vida se ha paralizado, nuestro crecimiento personal, también», reconoce.
Esta joven madrileña estuvo el año pasado en París cursando un Erasmus y «mi intención al acabar la carrera era buscar trabajo fuera, pero ahora lo veo imposible. Me da la impresión de que los jóvenes seremos los últimos de los que se ocuparán los políticos, habrá otras prioridades. Es duro pensar que viviremos peor que nuestros progenitores. Ellos lo hicieron en unos años de mejoras en el país y nosotros todo lo contrario. De hecho, simplemente conseguir el nivel de vida que ellos han alcanzado ya será un logro».
Por otra parte, insiste en que la formación académica de su generación y, por su consiguiente, su incorporación al sistema laboral, está en riesgo. «No hay una buena adaptación formativa on line, y no sabemos cuándo regresaremos a las aulas ni en las condiciones que lo haremos. De momento, lo que estamos viendo es que deja bastante que desear. Yo, personalmente, me he sentido muy desamparada en este aspecto, hay profesores que no suben temario a la plataforma on line y no hacen un seguimiento adecuado. Te quedas solo», protesta.
«Esta generación está viviendo una profunda frustración de expectativas, cuyo origen se encuentra incluso antes de esta pandemia, pues tiene su nacimiento en el agotamiento del modelo económico neoliberal y de sus promesas de crecimiento y oportunidades individuales. La paradoja del neoliberalismo es que, pretendiendo la libertad suprema del individuo, ha generado unas condiciones de vida que niegan la más elemental libertad para la mayoría de las personas, como es la de movimiento, o, incluso, la libertad de expresión, puesto que toda nuestra intimidad está hoy en manos de grandes empresas y de estados, a través, por ejemplo, de las plataformas digitales y los dispositivos móviles, sin los cuales ya no es posible vivir», recuerda el sociólogo Barbeito.
Consciente de este bloqueo de expectativas, Luis Patiño, de 22 años, pronostica que mientras que sus padres, a los 20 años, tenían más o menos resulta su vida, «mi generación empezará a hacerlo a partir de los treinta». Él, cuando termine sus estudios, pretende opositar a la Guardia Civil, «es muy vocacional, pese a que en mi familia ninguno pertenece a ese mundo, sé que no será sencillo porque una vez que pase todo saldrán menos plazas y habrá más competencia, eso sí, cuando consiga plaza tendré más seguridad en el futuro». Los fines de semana, Luis trabaja como acomodador en un teatro de la capital y también le preocupa que ese dinero extra que se sacaba para sus gastos personales esté también cuarentena.
«Me salva que vivo con mis padres, pero tengo compañeros de trabajo que son de fuera de Madrid y, claro, ahora siguen con sus mismos gastos, pero con cero ingresos», analiza. Él siente que su vida en sí no se ha parado porque sigue con sus estudios en versión virtual, «pero la calidad de vida y también la formativa ha bajado mucho. Todo esto nos va a dejar una huella importante».
Luz al final del túnel
Un «tatuaje» que ya nota Rebeca, que está finalizando sus estudios de Turismo y que, cuando comenzó la pandemia, había empezado sus prácticas: «Nos suprimieron el pago que recibíamos como estudiantes en prácticas, pero aun así continué. De hecho, en la empresa sí se nota que la gente, a pesar de la situación, ya está pensando en sus vacaciones de verano porque van llegando reservas». Aunque reconoce que su sector profesional será especialmente golpeado, también augura una reinvención del mismo, ya que es el motor de la economía española. «Soy optimista, la recuperación será lenta y habrá que adaptarse al nuevo comportamiento del turista. Aumentarán el movimiento nacional, sobre todo, la gente quiere seguir viajando», afirma.
Confiesa estar saturada con la nueva modalidad virtual de estudios, ya que exige una dedicación mayor y, pese a ilusión que deposita en la pronta recuperación, reconoce que sí existe entre sus coetáneos una alta dosis de frustración. «Son momentos difíciles, pero no podemos dejarnos vencer por la negatividad. Está claro que las cosas han cambiado, pero en esta nueva normalidad también pueden surgir otras oportunidades o descubrir nuevos caminos. Yo sí veo la luz al final del túnel», concluye.
Una luz que todavía es tenue, pero que sigue iluminando el talento y el empuje de los jóvenes, el futuro de nuestra sociedad que llega más preparado que nunca y dispuestos a no dejarse aplastar por el coronavirus.
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