Elecciones 14-F
Sánchez liga su futuro al PSC
La estabilidad de Moncloa depende de que Illa sea llave de la Generalitat. Los indultos: la baza para tirar de ERC hacia el tripartito.
Cataluña vuelve al centro de la política nacional. Cataluña es una pieza clave en la estrategia del equipo de Pedro Sánchez para apuntalarse en el poder más allá de esta Legislatura. Necesitan convertir al PSC en el resorte de la gobernabilidad catalana, y si la arriesgada jugada electoral sale bien, en ese equipo presidencial creen que habrán terminado de tejer la red de alianzas que mantendrá a la derecha alejada del poder durante muchos años. Pero la jugada también puede salirles mal después de haber descabezado al Ministerio de Sanidad ante la amenaza de una tercera ola de la pandemia. Y salir mal quiere decir que el PSC no sea llave de la gobernabilidad, que las elecciones no sirvan para seguir «destensando» Cataluña ni para atar a ERC en el Congreso, lo que dificultaría que Pedro Sánchez pudiese seguir contando con la mayoría de los Presupuestos para gestionar la crisis económica y las impopulares decisiones que puedan derivarse de ella en el futuro.
La «operación Cataluña» necesita, para llegar a buen término, que el PSC consiga un buen resultado en estas elecciones. Y que también lo tenga ERC. El PSOE de Pedro Sánchez aspira a devorar a Podemos desde el poder y a sacar del lado oscuro a ERC y a Bildu, para sostener en un tripartito no ya en Cataluña, sino a nivel nacional, un nuevo proyecto de izquierdas –con nacionalistas e independentistas. En Cataluña se lo juegan casi todo para garantizarse la estabilidad presente y futura, pero la primera condición, y esto explica el relevo de Miquel Iceta, es que el socialismo mejore de manera sustancial su posición actual por la vía de recuperar el voto que les quitó Ciudadanos en las últimas elecciones autonómicas de 2017.
Sánchez necesita que el PSC crezca tanto como que ERC se imponga con claridad al JxCat de Carles Puigdemont para que así haya posibilidad para ese tripartito con los comunes de Ada Colau, que todas las partes niegan oficialmente que entre dentro de sus planes. La pieza más peligrosa de esta estrategia es la capacidad desestabilizadora de Podemos, como Pablo Iglesias ha puesto de manifiesto durante la negociación de los Presupuestos, y por eso a Moncloa no le ha quedado más alternativa que jugársela con la «carta» del ministro Salvador Illa, con la confianza puesta en que el independentismo se contrarreste en su competencia y no llegue al 50 por ciento del voto, Puigdemont pierda y los comunes se descalabren igual que ya les ocurrió en el País Vasco y en Galicia.
Los barones socialistas de «pata negra» esperan que con los Presupuestos en la mano Sánchez se modere y afloje la presión que ejerce Iglesias sobre su Gobierno. Hasta defienden que una vez se controle la crisis sanitaria, afronte una remodelación de su Gabinete con la justificación ejemplarizante de «un recorte de gasto en un Gobierno sobredimensionado», y que esto sirva, a la vez, para reducir el espacio del incómodo socio morado.
Si Cataluña no le sale bien a Sánchez, Iglesias estará más fuerte y tendrá mucha más capacidad para desestabilizar al PSOE en el Parlamento ante un nuevo curso político en el que las vacunas y los fondos europeos son los dos principales escudos del presidente del Gobierno para responder a la deshibernación del coste real de la crisis que deja la Covid-19.
La derecha también se la juega al todo o nada en Cataluña. Si Ciudadanos no aguanta en estas elecciones, dentro de la caída que le pronostican todas las encuestas, aumentarán las dificultades de Inés Arrimadas para sostener su posición a nivel nacional. Si bien, a pesar de las críticas internas, la dirección naranja no modificará su apuesta estratégica por mantener la puerta abierta a la negociación y al acuerdo con el PSOE.
En el PP, las expectativas se dirigen a confirmar un ascenso que les sirva para avalar la última revisión estratégica de Pablo Casado, que ahora apuesta por dejar a un lado el eslogan de España Suma para imponer sus siglas sobre las naranjas por la vía de los hechos. La doble zancadilla del PP a Cs en Cataluña –el «no» a concurrir juntos y el golpe de captar a Lorena Roldán– ha sido la última confirmación de que la cohabitación autonómica es un espejismo que se mantiene por interés mutuo. Pero Génova pasa al asalto y sobre el mantra de la unidad constitucionalista se impone la ruptura de relaciones justo en una comunidad como la catalana, símbolo principal del discurso que aboga por la acción conjunta del constitucionalismo.
La dirección popular ha antepuesto a todo el interés nacional de su marca y lo hace bajo la sombra de la posible irrupción de Vox en el Parlamento catalán y la amenaza de que el 14-F confirme una derrota de la derecha que evidencie que la debilidad de Cs no alivia los retos que Pablo Casado tiene por delante para conseguir llegar a La Moncloa.
De momento, los dos partidos han ofrecido, con Cataluña como telón de fondo, la imagen de dos fuerzas que juegan sucio entre ellas. Génova confía en que esto no tenga consecuencias sobre sus acuerdos autonómicos porque ve a Cs en una situación de tan extrema debilidad que cree que no tiene margen para romper esos pactos. La superioridad de quien se siente ganador de la partida antes de jugarla, en una estrategia que no ha sentado bien en el conjunto de la organización. Territorialmente hay dudas sobre el beneficio real del golpe a Cs en Cataluña y asumen que en el bloque de la derecha las elecciones también tendrán consecuencias nacionales. Aunque Casado y el líder de Vox, Santiago Abascal, mantendrán sus posiciones en el Congreso, igual que Arrimadas, con independencia de lo que ocurra en las catalanas.
En este contexto, los indultos, la reforma del Código Penal para rebajar el delito de sedición y lo que el ministro José Luis Ábalos bautizó como la obligación del Gobierno de «aliviar tensiones» entran en el paquete que Moncloa se guarda para utilizarlo como carta de negociación postelectoral y «convencer» a ERC de que le trae más a cuenta inclinarse por la vía del tripartito, si dan las cifras, que por el pacto con los de Puigdemont.
La «operación Cataluña» tiene una cara B. La victoria del JxCat o incluso una victoria de ERC con una diferencia mínima sobre Puigdemont. Entonces, el sacrificio de Illa, con lo que implica de uso de las instituciones en plena crisis sanitaria al servicio de intereses de partido, habría sido inútil para eliminar la crispación en Cataluña y para blindar el proyecto de «normalizar» a ERC en las negociaciones y acuerdos del PSOE en la política nacional.
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