España

Palabra de gánster

El secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, interviene durante una sesión de Control al Gobierno celebrada en el Congreso de los Diputados, en Madrid
El secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, interviene durante una sesión de Control al Gobierno celebrada en el Congreso de los Diputados, en MadridEUROPA PRESS/E. Parra. POOLEuropa Press

Las palabras de Pablo Iglesias contra la prensa, su mensaje conspiratorio, sus nostalgias de un gobierno robusto, duro, que controle a los díscolos, son las de todos los autócratas. Sueñan con embridar las redacciones, controlar los editoriales, firmar las columnas, nombrar y cesar a los contertulios, abrir/cerrar el flujo publicitario y delimitar qué va en portada y qué demonios acaba en la papelera.

Ajusticiar la libertad de prensa es una novela propia de gorilas educados en las virtudes de la política agonística y en el ordeno y mando de los patriarcas con guayabera. ¿Quién responde y cómo por las fake news? ¿Quién decide qué son fake news, y que sale, y por qué? Son preguntas de un vicepresidente con vara en el BOE, sueldazo, escoltas y chofer. En su impostura todavía juega a que vive en las catacumbas mientras desprecia a unos plumillas que resisten frente a los vientos salvajes del precariato y los afanes absolutistas de un déspota vestido de agente contracultural.

Sus reflexiones, lamentos, consejos y aullidos recuerdan poderosamente los de Donald Trump, un tipo que jugaba al victimismo, como buen sociópata. Trump encajaría maravillosamente en Podemos. La doctrina Iglesias respecto a los periódicos resulta indistinguible de la de Vladimir Putin o Rafael Correa. Los demócratas encomendamos la protección del honor a los tribunales y hemos dejado en manos del capital privado y de los profesionales el ejercicio de un periodismo que sólo tiene sentido como contrapoder. Los sujetos como Iglesias sostienen que lo del cuarto poder no es metáfora sino verdad irrompible.

Toca por tanto someter las redacciones a los mismos controles del gobierno, la judicatura y el legislativo. Llegaron a vicepresidentes los que ayer no más hablaban de quemar las calles, los de la garrafa iliberal, los que lloran orinocos de lágrimas a la muerte de unos mandarines a los que anteayer asesoraban. Ahora que tienen mando en plaza quieren rematar la obra traficando con una idea desdichada del periodismo.

Les gustaría atar al reportero al mástil... y después azotarlo hasta que sangre.  Para algunos libertad de prensa rima con apología del terrorismo y es indistinguible de sostener que en España hay presos políticos. La prensa libre también ocultará las peripecias de los amados líderes en el Cono Sur, donde hicieron carrera como arquitectos de febles proyectos cesaristas. Sus palabras caen como caricias en el invierno de la profesión, cuando sultanes con coleta aspiran a que seamos letristas de sus particulares delirios. Que Iglesias, que pedía la televisión pública como si fuera un cromo, trate a los periódicos de veneno ennoblece a este oficio como sólo pueden lograrlo los ataques de un gánster.