Pablo Iglesias

El choque Iglesias-Vox dinamita la campaña

Iglesias abandona un debate tras una dura bronca con Monasterio. Génova teme que la «radicalidad» movilice a la izquierda

La campaña de Madrid puede acabar siendo otra campaña en la semana que queda hasta el 4-M por las interferencias de Podemos y Vox. Los dos extremos se necesitan para autoalimentarse y dar la vuelta a las encuestas que no soplan a su favor: el camino es la radicalización, a derecha y a izquierda, en una estrategia que ha encendido las alarmas en Génova.

«Monasterio puede darle el Gobierno a la izquierda como siga así. Esto ya no va de tomar cervezas o no, es otra cosa». La reflexión la hacían ayer en la dirección nacional del PP después del espectáculo en el que Rocío Monasterio, la candidata de Vox, y Pablo Iglesias, candidato de Podemos, convirtieron el debate electoral organizado en la Cadena Ser.

Entre los dos lo reventaron. La iniciativa puede atribuírsele a Monasterio, pero Iglesias venía preparado para aprovechar la ocasión después de que la candidata de Vox cuestionara la amenaza del sobre con balas denunciado por el líder morado.

El cabeza de lista de Podemos abandonó el programa y la presentadora tuvo que darlo por terminado una hora después, cuando Ángel Gabilondo (PSOE) y Mónica García (Más Madrid) decidieron también irse. Antes de que Iglesias se levantara de la silla, Monasterio se había reído del envío con las balas y había exigido a Iglesias que se marchase, pero no sólo del debate, sino de España.

La estrategia de Vox está estudiada al milímetro y busca acentuar la polarización para encontrar espacio en una campaña en la que el discurso y la gestión de Isabel Díaz Ayuso les ha dejado sin mensaje.

El camino de Vox para buscar ese espacio es el mismo que necesita andar Iglesias, el de agitar la confrontación radical, el del ruido y el de exagerar los mensajes para sus nichos electorales. En el caso de Vox, en cuestiones como la inmigración, la seguridad o la igualdad de género.

Vox le hizo ayer un favor a Iglesias porque ha dado relato a un discurso que, como se vio en el debate electoral, flojea si se sale del estricto combate ideológico. El ex vicepresidente es un «paracaidista» en estas elecciones madrileñas. Puede salvar la presencia de Podemos en la Asamblea regional, pero tiene lejos, según la realidad demoscópica del momento, el objetivo de igualar posiciones con Más Madrid, con Íñigo Errejón.

Y los temas de Madrid no se los sabe, no puede confrontar sin perder dialécticamente con la candidata de Más Madrid, que lleva dos años peleándolos en la Asamblea regional. Y tampoco puede exhibir su gestión en el Gobierno de coalición.

Por tanto, Vox le dio ayer el «arma» para que pueda intentar jugar la partida en su terreno. Si esta vuelta de tuerca a la polarización suma a la derecha, está por ver, pero Iglesias tiene la excusa para apropiarse de la campaña y convertirla en un supuesto plebiscito sobre la democracia.

En los cuarteles generales de derecha e izquierda se escuchaba ayer la misma expresión. «Esto puede ser un punto de inflexión». El marco ha volado, hasta el límite de que los demás debates electorales previstos, el de La Sexta y el de RTVE, han tenido que ser anulados.

Y los parámetros sobre los que se canalizaba la confrontación electoral han dado un giro de 180 grados. Vox se queda solo en su posición frente a las misivas con balas de Cetme enviadas al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, al ex vicepresidente Iglesias y a la directora de la Guardia Civil, María Gámez. Monasterio puso en duda la veracidad de esas amenazas, «del Gobierno no nos creemos nada», y la izquierda ya tiene el carril para presentar los comicios como el examen en el que hay que «parar los pies a la ultraderecha en defensa de la democracia».

El pasado de Iglesias está ahí: su estrategia de señalar a medios de comunicación críticos o de deshacerse del disidente interno. Y su doble vara de medir ante la violencia, según venga de la extrema derecha o de grupos de la izquierda radical, satélites que giran en la órbita de Podemos. Pero todo eso da igual cuando desde la plataforma de Vox le han puesto en bandeja apagar todos los demás debates para presentarse como el líder del cordón sanitario a la ultra derecha. Las consecuencias electorales de este giro de campaña están por ver, pero no hay duda de que ha empezado otra campaña que obliga a todos los candidatos a cambiar también sus agendas.

PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos sintonizarán todavía más sus mensajes para activar ese voto de izquierdas menos movilizado en estas elecciones frente al votante del centro derecha, que como decían esta semana en Génova, «los nuestros están preparados para votar a dos manos».

A partir de ahora la izquierda se envuelve en el eslogan de que son «la barricada frente al fascismo» para ver si consiguen el marco en el que el CIS justificaba esta misma semana unos resultados a su favor negados hasta ahora por todas las encuestas: una participación masiva el próximo 4 de mayo cuando abran los colegios.

La candidata de los populares continuará con su estrategia, pero los excesos de Vox la obligan a desmarcarse del partido del que puede tener que depender para gobernar en la Comunidad de Madrid. Véase el cártel sobre los menores inmigrantes no acompañados o las amenazas recibidas por cargos del Ministerio del Interior y por Iglesias.

«Vox está pensando en sus intereses, y a la vez está ayudando a llevar el marco de confrontación justo donde necesitaba Iglesias para poder salir del agujero», comentaban ayer en el equipo electoral de la presidenta madrileña.