Pablo Casado

Condenados a entenderse

El electorado del centro-derecha, el consolidado y el que ha vuelto, no entiende de batallas internas ni desea oírla

Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado, durante un desayuno informativo del Fórum Europa, el pasado martes, 7 de septiembre
Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado, durante un desayuno informativo del Fórum Europa, el pasado martes, 7 de septiembreEduardo ParraEuropa Press

Están condenados a entenderse porque son dos políticos de éxito. Ayuso no estaría ahí si Casado no hubiera ganado el congreso del PP en 2018. Fue una apuesta particular suya, al igual que Almeida, que funcionó por la mínima en las elecciones autonómicas de 2019. Por otro lado, Casado debe a Ayuso parte del relanzamiento del PP a nivel nacional. La victoria aplastante del 4-M, desatada por la buena gestión de Ayuso en la pandemia y su antisanchismo militante, impulsó a los populares en las encuestas.

Ayuso atesora un estilo propio de comunicar que funciona. Está en estado de gracia, y eso en política es impagable. Ha logrado empatizar con los madrileños, y cualquier cosa que hace o dice cuenta con el aplauso de la concurrencia. No obstante, la popularidad es tan difícil de obtener como efímera, y no debe distraer de lo importante: aprovecharla para construir una alternativa sólida que cuente con el apoyo social.

La Presidenta de Madrid tiene iniciativa política y marca debate, lo que es más fácil cuando se gobierna y se maneja presupuesto que cuando se está en la oposición. Por tanto, Ayuso, casadista de toda la vida, es un ejemplo de cómo gobernará el PP de Pablo Casado. Su función es mostrar la alternativa al socialismo, como ha hecho hasta ahora, al igual que sucede con la Andalucía de Moreno Bonilla o la Galicia de Feijóo. Eso es lo que da sentido al PP.

El trabajo de Casado no ha sido tampoco desdeñable. Recogió un partido desahuciado y hoy, tres años después, apunta a ganar las próximas elecciones. Eso no lo hace cualquiera. Comenzó colocando donde pudo a los candidatos convenientes para regenerar el PP, como Ayuso. A eso se dedicó en el bienio 2018 y 2019. A partir de ahí se centró en dos labores: que su partido volviera a ser la casa común de la derecha, y en lograr el reconocimiento público, de todo el partido, a su liderazgo y proyecto. Sin estas dos condiciones el PP no tendrá alternativa, y Sánchez, con sus amigos comunistas e independentistas, seguirá en La Moncloa.

Casado supo interpretar la debilidad de Ciudadanos en 2019, entre abril y diciembre, cuyos votantes, a su entender, debían volver al PP. Lo logró en parte entonces, y hoy es un hecho. Su duro discurso en la moción de censura de Vox fue el puente para esos votantes decepcionados con Cs, y permitió la expansión del PP hacia el centro.

Queda esa estirada hacia la derecha, el regreso de Vox a «casa», pero ahora es un asunto complejo que no toca. La labor de oposición del PP de Casado, además, es la conveniente ante un Gobierno negligente con una deriva totalitaria. La responsabilidad de la oposición es evitar la mala gobernación y velar por la democracia, de ahí su postura ante la colonización del poder judicial o la «mesa bilateral» en Cataluña.

El PP vuelve con Casado, es un hecho, y queda rematar lo segundo: la consagración de su liderazgo con un proyecto aceptado por todos. Para esto es la Convención nacional y en eso deben estar volcados los afiliados en su totalidad si es que quieren que sus palabras –echar a Sánchez– sean una realidad cuanto antes.

El electorado del centro-derecha, el consolidado y el que ha vuelto, no entiende de batallas internas ni desea oírlas. Quiere ir a las urnas a votar a un partido en quien confíe. Eso pasa por generar esperanza y empatía, identidad entre la calle y un equipo político que muestre unidad y convicción en lo que presenta a la sociedad, no distraído en disputas de campanario.