Crispación política

¿Necesita España un nuevo Adolfo Suárez?

La crispación política actual provoca que muchos se pregunten por qué no emerge una figura como la del artífice de los Pactos de la Moncloa o las primeras elecciones democráticas en España

Adolfo Suárez, en la primera votación constitucional
Adolfo Suárez, en la primera votación constitucionalLa RazónLa Razón

Tal día como hoy, hace 89 años, nacía en Cebreros, un pequeño pueblecito de Ávila, Adolfo Suárez. Poco o nada hacía prever entonces que se convertiría en una figura clave en el devenir político e histórico de nuestro país. Un hombre de su tiempo, como tantas veces se ha repetido, que conocía bien cuál era el pulso de la calle y sus anhelos y supo poner a los ciudadanos por delante de los gobernantes. El que fuera primer presidente del Gobierno de la democracia, fallecía el 23 de marzo de 2014, tras una larga enfermedad degenerativa.

Y es precisamente ahora, cuando la crispación inunda y ahoga nuestra política, cuando cabe preguntarse dónde quedó aquella premisa de colocar al ciudadano por delante del gobernante. ¿Qué fue de los grandes consensos y acuerdos de Estado?, ¿cuándo se perdió la capacidad de entendimiento entre partidos?, en definitiva, ¿dónde quedó la política con mayúsculas?... la misma que llevó a Suárez y otros políticos de la época a sacar a nuestro país de una de sus etapas más convulsas de su historia.

Suárez fue determinante para una España que terminaba de salir de una dictadura y que tenía puestas todas sus esperanzas en un futuro incierto que pasaba por un cambio de régimen. Su carrera política fue tan corta como intensa y transcurre en el periodo de tiempo que se acepta como el de la Transición, entre la aprobación de la Ley para la Reforma Política en diciembre de 1976 –con la que se desmantela jurídicamente el franquismo– y la llegada al poder del PSOE, en octubre de 1982. Estos años estuvieron marcados por decisiones de gran trascendencia, algunas tomadas en solitario y otras sabiendo sumar al diálogo y al consenso a todas las fuerzas políticas, lo que tampoco le sirvió para aliviar la durísima oposición de la que fue objeto, y de manera especial por parte de los socialistas.

Quienes mejor le conocían alababan su coraje. El mismo que llevó a Adolfo Suárez a legalizar el Partido Comunista o forjar los Pactos de la Moncloa, ajuste económico imprescindible para la paz social. Durante estos cuatro años y medio, se sentaron las bases de nuestro sistema de partidos, se definió la nueva organización territorial del Estado y se aprobaron la Constitución y la Monarquía, como clave de bóveda de nuestro sistema. Sin embargo, en enero de 1981, Suárez presentaba su dimisión. Pero para conocer mejor su papel en la Transición española, hay que señalar los momentos más importantes de su carrera política.

Suárez jura su cargo

El 5 de julio de 1976 Adolfo Suárez juró la Presidencia del Gobierno ante el Rey Juan Carlos, que le había elegido contra todos los pronóstico. Hay que recordar que el abulense era ministro del Movimiento, partido único que representaba al franquismo, por lo que su nombramiento fue acogido con hostilidad por los sectores que luchaban por un cambio democrático y que interpretaban esta decisión como un paso atrás.

Una de sus primeras medidas fue la concesión de una amnistía para los delitos políticos, medida que abrió un nuevo hilo de esperanza en el proceso democratizador.

Junto con Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes, prepararon una norma que articulara la transformación del régimen desde su propia legalidad: la Ley de Reforma Política. La oposición, sin embargo, no admitía esa reforma y Suárez tuvo que tirar de su espíritu de diálogo y consenso, con encuentros discretos, para conseguir acercar posiciones.

Así, cuatro meses después de su toma de posesión, Suárez lograba que las Cortes del franquismo aprobasen la ley de Reforma Política, y con ella, su certificado de defunción. Y es que esta ley, entre otras cosas, incluía la celebración de elecciones democráticas.

Contactos con Carrillo

Unos comicios en los que Suárez quería lograr la máxima representación, por lo que debía garantizar que ningún partido quedara excluido, incluido el PCE, al que le ofreció presentarse como independientes.

El primer contacto de Suárez con el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, se produjo el 28 de febrero de 1977. En esa reunión, según relató Carrillo años después, el presidente del Gobierno decidió definitivamente legalizar el PCE. Para entonces, el PSOE ya aparecía ante la opinión pública como un partido legal, sin serlo, y Felipe González se alzaba como su secretario general.

Sin embargo a ojos de la extrema derecha, estos movimientos no son aceptables y tachan de “traidor” a Suárez. Tampoco contribuyen a la unidad y la paz social los atentados de ETA, los secuestros del GRAPO o los asesinatos de los Guerrilleros de Cristo Rey. Es entonces, cuando Suárez confiesa a sus allegados su miedo a que algunos preparen un golpe de Estado.

Así, decide dar uno de los pasos políticos más importantes en la política española y el 9 de abril, en plenas vacaciones de Semana Santa, legaliza el PCE y garantiza que todos estén en las elecciones.

Mientras, el que fuera presidente del Gobierno, también accedió a suprimir el Movimiento, legalizar los sindicatos de clase, preparar una nueva legislación laboral, disolver la Organización Sindical franquista y distribuir su patrimonio, suprimir el Tribunal de Orden Público y ampliar la amnistía de 1976 a los presos con delitos por terrorismo.

Los Pactos de la Moncloa

Unión de Centro Democrático (UCD), el partido que lidera Adolfo Suárez, gana las elecciones convocadas para elegir Cortes, aunque sin mayoría absoluta. Y de aquí surgirán los llamados Pactos de la Moncloa.

El objetivo era poner remedio a una situación económica descontrolada, con una inflación superior al 30 por ciento y un paro que crecía incontenible. Los Pactos de la Moncloa fueron una buena muestra del espíritu de integración que acompañó el modo de gobernar de Suárez. Ese espíritu integrador tendrá su formulación definitiva en el “consenso”, que presidió la negociación de la nueva Constitución y que simbolizaron las maratonianas reuniones de UCD y el PSOE.

Suárez había renunciado a imponer un texto, para el que tenía mayoría suficiente con los votos de UCD y AP, a fin de lograr que la mayoría de las fuerzas políticas se sintieran comprometidas con la nueva Constitución. Imposible olvidar sus “puedo prometer y prometo” tan característicos en sus discursos: “Puedo prometer, y prometo, intentar elaborar una Constitución en colaboración con todos los grupos representados en las Cortes, cualquiera que sea su número de escaños”.

Golpe de Estado de Tejero

La dimisión de Suárez abre el camino a un hombre de consenso entre la dividida UCD: Leopoldo Calvo Sotelo es el candidato a sustituir a Suárez al frente de la presidencia del Gobierno. La sesión de investidura se celebra el 23 de febrero y, en su transcurso, Antonio Tejero, un guardia civil uniformado con su tricornio irrumpe en el Congreso al grito de “¡Quieto todo el mundo, al suelo!”.

El vicepresidente y amigo personal de Suárez, Gutiérrez Mellado, se levanta para increpar a los sublevados y estos intentan derribarle. Suárez hace un amago de acudir en su ayuda pero el tiroteo que sigue le hace volver a sentarse en su escaño, erguido, mientras los diputados buscan amparo agachándose detrás de los asientos. Todos excepto Santiago Carrillo, que emula a Suárez y permanece sentado.

Ya sin cámaras, Suárez fue sacado del hemiciclo y llevado por los golpistas a una habitación aparte. Pese a la preocupación, no le sucedió nada. El rey intervino por televisión para condenar el intento de golpe de Estado y, desde ese momento, todo el mundo confío en que se pondría fin, como así sucedió.

Un adiós... a medias

Si bien Suárez dijo adiós a la presidencia del Gobierno, no fue un adiós definitivo de la política. En julio de 1982 presentó el Centro Democrático y Social, un partido hecho con muchos leales pero pocos medios.

La fuerza del partido se centra en la figura del expresidente, reforzada por su papel el 23-F, pero no es suficiente. En las elecciones de octubre, el PSOE consigue aglutinar la mayor parte del voto progresista de España y obtiene mayoría absoluta. Suárez y su partido logran sólo 2 escaños.

Conforme pasaban los años, CDS se situó como partido bisagra para garantizar la estabilidad de los gobiernos, pero la enfermedad de su mujer, Amparo, y su hija Mariam, le empujan a abandonar definitivamente la política. Su esposa fallecía en 2001, y Mariam lo hacía apenas tres años después, a consecuencia del cáncer.

Desde 2003, Suárez ya no aparecía en público, por razones de salud. Dos años más tarde, el 31 de mayo de 2005, su propio hijo, Adolfo Suárez Illana, confirmaba en una entrevista en televisión, que su padre padecía una enfermedad neurológica degenerativa. El 23 de marzo de 2014 fallecía y recibía un adiós con honores de Estado.