10 años del cese
En el pueblo de los «ocho apellidos vascos» no se habla de ETA. El municipio navarro de Leiza es un lugar turístico donde se hacen rutas para ver el caserío donde se rodó la película, pero nadie se para a recordar el camino de sangre que marcaron las bombas y la metralla; las que asesinaron a Gregorio Hernández Corchete, calderero de 27 años, a José Javier Múgica Astibia, concejal de UPN de 52 años o a Juan Carlos Beiro Montes, guardia civil de 32 años, un crimen que además está sin resolver.
Pasear por Leitza, Etxarri Aranaz, Arbizu, bastiones de la izquierda abertzale en la Comunidad Foral, diez años después del «cese definitivo» de la «actividad armada» es haber interiorizado que unos mandan en el territorio y otros sobran; es «normalizar» los mapas del fin de la dispersión, que las caras de los etarras luzcan en los callejones como «ofrenda» a quien sembró una trayectoria de dolor y que los colegios o las guarderías recuerden que «los presos tienen que volver a casa».
«Durante gran parte de tu vida vives como si todo estuviese bien en tu entorno, como si todo fuera correcto», cuenta un joven del norte de Navarra que cuando ETA asesinaba «yo era un niño». Fue hace un año cuando en el barrio de Chantrea (Pamplona) una imagen de la «vergüenza» le removió: la pancarta del etarra Patxi Ruiz –autor del asesinato del concejal pamplonés Tomás Caballero, entre otros atentados y quien lidera el ala más radical-. Ese día «me fijé que había gente que conocía y que lo apoyaba. Me sorprendió, además, que la APYMA –asociación de padres– de un colegio público se posicionara a favor del etarra». Y, ahí, pensó: «¿Qué se está haciendo mal para que los jóvenes defiendan esta barbaridad?» «Es muy triste ver cómo, personas que han contribuido de cierta forma positiva en tu vida, defienden cosas indefendibles, como los homenajes».
En las terrazas de los bastiones del norte de Navarra afirman que allí «se conoce más a Franco que a Miguel Ángel Blanco». Otros aseguran que no solo no saben quién es Otegi, si no que es un tema del que no se habla. «Entre los amigos hablamos de fútbol, de música, de nada más». Pero no todos los jóvenes viven ajenos a lo que pasó hace más de diez años y hay quien no tiene respuestas, pero sí muchas preguntas. «Soy hijo, nieto y bisnieto de euskaldunes. En mi casa siempre se ha hablado en euskera», destaca un joven. Estudió en el modelo «D», ese en el que solo se imparten unas horas lectivas de lengua en castellano y subraya que no se puede «criminalizar» a los que eligen un modelo u otro porque «el problema no es la lengua», si no la utilización que se hace de ella. “Yo estudié el modelo D, en euskera y no comparto el apoyo con los terroristas”.
Este joven advierte de que la importancia de hacer «pedagogía», intentar prevenir la radicalización en ciertos ambientes como en el más euskaldún en Navarra «para que lo que ha pasado no vuelva a ocurrir nunca más». «Creo que, desgraciadamente, entre los jóvenes no se sabe correctamente todo lo que ha pasado», especialmente en los sectores de alumnos que han estudiado en euskera. Y es que, tampoco les llegan ni las series ni los documentales que se hacen para no tergiversar la verdad. «Es como si la memoria no llegara a ese sector», apunta sin querer generalizar. Eso sí, asegura que lo que sí llega a esos jóvenes es la contrapropaganda de la GKS, organización juvenil incardinada en el sector disidente de la izquierda abertzale, simpatizando con la causa de Amnistía Ta Askatasuna (ATA)» o los postulados que dicta la izquierda abertzale. “Ellos sí que hacen pedagogía” y colocan sus pancartas en Villaba, al lado de la Chantrea donde se puede leer “los jóvenes con vosotros”.
Apunta este navarro que a él nunca le «adoctrinaron» porque «mis profesores jamás dijeron una palabra de política en clase». Pero, sí que existe un «problema» y como tal hay que enfrentarlo, dice. «Yo he sentido muchas veces miedo por pensar de otra manera» y por ello, reconoce que nadie va a denunciar las pintadas que se hacen en el pueblo, ni quitar un solo cartel.
Odio subliminal
Y es que la inoculación del odio no se hace ya directamente en las aulas, sino que se opta por incorporarlas en actividades de entretenimiento donde así, sumar al mayor número de jóvenes: macroconciertos musicales en los que tocan los «grandes grupos» de euskera, con entradas agotadas y un guiño final por los presos ya que la recaudación va a parar ellos; campamentos para adolescentes donde se habla de los presos y donde sí que algunos profesores «han llegado a colaborar», actividades en el recreo, al salir de clase...
Ekain es también de un pueblo del norte de Navarra y asegura que «la convivencia es buena siempre que no saques la bandera de España o critiques cosas que ellos valoran muchísimo como son el acercamiento de presos o los Ongi Etorri». Afirma que en lo pueblos si que persiste la idea de anexionar Navarra al País Vasco y que él, que también estudió en el modelo «D», ha tenido que discutir con amigos sobre lo que ha significado ETA «muchísimas veces». «Se escudan en que era una guerra como la civil. Pero en absoluto es lo mismo. En la Guerra Civil mataban ambos bandos, aquí solo mataba ETA». Cree que hay un sector «muy adoctrinado», crecido y «blanqueado»: «Han dejado en los adolescentes el trabajo muy bien hecho y creo que eso no va a cambiar». Además, recuerda que ha tenido problemas alguna vez por Pamplona cuando ha subido algún amigo de Madrid que llevaba alguna pulsera con la bandera de España: primero le zarandearon, “se lo iban pasando de uno a otro mientras se reían y uno, al final, casi le quema la bandera”, recuerda.