Jorge Vilches
El mito del líder moderado
Pablo Casado tiene que construir su liderazgo a la contra. Un Gobierno desea unos opositores serenos, que no levanten la voz, pero la oposición tiene que ser incómoda al Ejecutivo
La política moderada no consiste en emular la vida franciscana, ofrecer la otra mejilla y permitir que te devoren los lobos. Es cierto que un jefe responsable debe ser moderado, pero un buen liderazgo debe contemplar la posibilidad de revolverse contra el adversario, de forma airada, sin que esa reacción chirríe al electorado. Un líder que desea conectar con la gente y ganarse su empatía debe parecer uno más, sin actuaciones impostadas. Nadie está permanentemente sosegado. Es lo que el politólogo Archie Brown aconseja para el liderazgo: «La conciencia de la propia falibilidad».
Esto es conveniente en candidatos de la oposición; en este caso, Pablo Casado. Me refiero a que es preciso acostumbrar a la prensa y a los electores a que el candidato es un ser humano. Esto no consiste en hacerse un book con posados en un bar o sacando al perro, sino en comportarse como el común de los mortales. Si hay un insulto personal, o la dejación del Gobierno ante la vulneración de los derechos fundamentales en Cataluña, o la ocultación de la violación de un niño de tres años, el líder opositor tiene que reaccionar con enfado.
Todo esto se refleja en las encuestas porque el proyecto político es un todo que contiene al equipo, la acción opositora, el discurso propositivo y la personalidad del líder que lo encarna. Hoy esas encuestas electorales son favorables al PP. Es normal que suban y bajen, que bailen los porcentajes, porque en el tablero hay muchas fichas. Sin embargo, hay constantes que merece la pena subrayar.
El PP constituye la oposición a un Gobierno autoritario que restringe la libertad, formado por muchos incompetentes –véase la campaña del ministerio de Consumo–, y que genera el desempleo más alto de Europa en la franja juvenil. No obstante, el PP no consigue el apoyo de los votantes entre 18 y 29 años. No llega al 7% de intención de voto. Vox saca menos, lo que demuestra que para esto no vale la milonga de la batalla de las ideas.
La dirección popular es joven pero no ha sabido conectar con esa franja de edad. Ocurre lo mismo entre los 30 y 44 años, donde llegan al 9,2% frente al 11,2% del PSOE. No logra el PP identificación ni cercanía, ni transmite una confianza suficiente. No está de más recordar que es preciso descender al barro y dejarse de peleas internas que no importan a nadie.
Casado tiene que construir su liderazgo a la contra. No es lo mismo liderar gobernando que desde la oposición. Un Gobierno desea unos opositores serenos, que no levanten la voz, y que crean que apoyar todas las políticas gubernamentales es tener sentido de Estado. La oposición, en cambio, tiene que ser incómoda al Ejecutivo. Si el discurso es que España tiene el peor presidente de la democracia no caben las medias tintas. No hay nada más destructivo que parecer el ministro de la oposición.
En la sesión de control del miércoles vimos a un Casado duro frente a un Gobierno negligente que oculta información y miente sobre otra, y que, según dice el PP, lleva al país a la ruina. Bien, porque es conveniente hacer coincidir las formas con el fondo, sobre todo cuando es una denuncia grave.
La moderación hay que dejarla para las propuestas de gobierno. Esto es crucial porque ganar ese voto joven supone cimentar las victorias futuras del PP dada la alta fidelidad del elector, que en su secuencia histórica está entre el 70% y el 90%. Una familia o un parado necesitan soluciones prácticas, no palabras de sosiego. Esa es la manera de hacerse con el votante desengañado de Cs y Vox, y el socialdemócrata que desprecia a Sánchez.
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