Memoria Histórica
La tumba perdida de Leoncio, sargento de la República
El sobrino nieto de un combatiente que murió en Teruel durante la Guerra Civil ha dedicado años al rastreo de su final
Hace años que Andrés Díaz Prados empezó a buscar una pista del paradero del hermano de su abuela materna, Leoncio Jiménez Carrera, cuyo rastro se pierde en los días de la batalla de Teruel, durante la Guerra Civil. El Ejército Popular de la República lo da por muerto y emite su certificado de baja con fecha de 27 de diciembre de 1937, pero nada sabe la familia sobre el destino de sus restos.
Al estallar la guerra, Leoncio se enrola voluntario en el batallón Pueblo Nuevo-Ventas de la Columna Mangada, una formación de milicias, Guardia de Asalto, Guardia Civil y del Ejército al mando del teniente coronel Julio Mangada, que tiene su centro de operaciones en Navalperal de Pinares (Ávila). Su unidad se convertirá en el 128 batallón de la 32 Brigada Mixta, donde se integra al completo la fuerza republicana de primera hora.
Andrés guarda una carta, fechada el 29 de septiembre de 1936 en Navalperal, enviada por Leoncio a sus padres y hermanos. El texto trasluce un hombre con carácter –«se conoce que tienen mucho que hacer en casa, cuando mandan sólo cuatro letras que no hay quien las entienda»; «pues como no me escriban tampoco me voy a molestar yo»–, que reclama una muda «todas las semanas» y confirma que ha recibido «cinco pesetas y un bocadillo», puesto que las latas de sardinas no son de su agrado: «No como casi nada». Y tampoco parece mucho su quehacer entre la milicia. «No me tocan guardias nada más que cuatro días, dos horas; porque somos muchos hombres. Aquí no hacemos casi nada». [Por esas fechas, Mangada cuenta con unos 6.000 efectivos que están a punto de replegarse hacia El Escorial].
Díaz Prados cuenta además con una fotografía que «no tiene fecha, pero debe ser de sus últimos días, pues lleva una estrella, creo que correspondiente al rango de alférez [en realidad es el emblema de una unidad o las siglas EPR, del Ejército Popular de la República], aunque de él sólo tenemos el ascenso por heridas de guerra en la batalla de Brunete y la confirmación del ascenso a sargento por méritos. Suponemos que si ocupaba el rango de alférez lo hacía de modo interino en la 32 Brigada Mixta».
Andrés Díaz y los suyos creen que hay otro testimonio gráfico sobre Leoncio. Se trata de una imagen de la visita de los «soldados de la 3ª compañía de la Columna Mangada» al diario «Ahora», que se publicó el 18 de septiembre de 1936. La familia, «con todas las dudas y la mayor de las precauciones posibles», le reconoce como «el primer soldado por la izquierda».
En su búsqueda de información, Andrés publicó la historia del hermano de su abuela en una página de desaparecidos de la Guerra Civil. Allí hizo constar que tras tomar parte en la batalla de Belchite, la unidad de su tío-abuelo pasó a ser fuerza de reserva de la 35 División en Teruel.
Los días de Leoncio Jiménez terminaron por «fuego amigo». La familia cuenta que otro voluntario y vecino de su mismo pueblo –«ahora barrio de Madrid»–, le «pegó un tiro por envidia de su trayectoria durante la guerra». Otras versiones «menos influidas por el tema familiar dicen que lo que pasó fue fortuito y debido a un disparo perdido».
«El paso de los años y la pérdida de familiares directos hacen que los hechos pierdan su sinsentido y nos dejen únicamente con el hecho de su muerte», narra Andrés, cuya meta se convirtió en saber qué fue de su antepasado. La inteligencia militar «nacional» ubica su unidad en una zona comprendida en el triángulo que tendría como vértices los pueblos turolenses de Jorcas, Allepuz y Villarroya de los Pinares (según consta en el Archivo de Ávila), cubriendo además la posible retirada en caso de fracaso y salvaguardando el paso natural desde Teruel hacia la provincia de Castellón.
Explica Andrés que dedica las vacaciones de un par de años «a investigar sobre el tema», y comienza «la visita de estos pueblos, y alguno más, en la provincia de Teruel, sintiéndome observado y rechazado por los lugareños en el mismo momento de empezar a hacer preguntas. Ni el Ayuntamiento de Jorcas, ni el de Allepuz, tienen constancia en los libros de enterramiento de ninguna entrada con el nombre de mi tío-abuelo, y allí no tienen una fosa común» de esa época. «Por lo tanto, me dirijo a Villarroya de los Pinares, el pueblo más alejado y geográficamente la zona más defendible (desde mi punto de vista) de los tres pueblos debido a su orografía». Sus «pesquisas» le llevan al ayuntamiento, donde solicita el libro de defunciones, pero «casualidad, el funcionario que nos recibió, al abrir el archivador se da cuenta de que no existe» el libro que comprende las habidas entre «principios del 36 y finales del 37». Quien le atiende se queda con su número de teléfono para avisarle en caso de encontrar algo, lo mismo que en los otros dos pueblos, «aunque me advirtieron de que sería muy difícil, pues allí apenas hubo guerra».
Sin embargo, Andrés Díaz insiste y «haciendo indagaciones» con los mayores de Villarroya de los Pinares le indican «la existencia de un par de tumbas de esa época en un camino –en la actualidad, la carretera TE-8008– a la entrada del pueblo, en una huerta entre el Barranco de las Pavías y el río Guadalope». Se trata de «dos sepulturas, una con dos hombres enterrados juntos y la otra, una tumba individual», pero sin la certeza de que allí pueda estar el ansiado objetivo.
Y hasta ahí llegó Andrés, que, «con todos los datos pero ninguna prueba, siempre con el máximo temor de haber equivocado» sus «averiguaciones», quedó «en un punto muerto» en el rastreo y sin haber podido poner punto final al misterio sobre el paradero de Leoncio. Pero «orgulloso» de haberlo intentado.
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