Obituario

Seguiremos hablando, Mariví

Con Victoria Cinto aprendí a manejarme en eso que se llama negociar y pactar. Era una persona que cedía, pero que nunca renunciaba, que distinguía lo prescindible de los principios irrenunciables

José María Macías, abogado y vocal del Consejo General del Poder Judicial

Escribo estas líneas desde el coche, camino de San Sebastián, para despedirme de mi amiga Victoria Cinto, de Mariví. Esta mañana, cuando he llegado al Consejo y me he ido a ver al presidente para hablar del tema estrella que debía ocuparnos en el Pleno, lo he encontrado mudo y con una sombra de tristeza cruzándole la frente que también me ha enmudecido: todo ha cambiado, me ha dicho, Victoria ha fallecido esta mañana a las ocho y media.

Mi primera relación con Mariví fue, hasta cierto punto, de prevención. Esas simplificaciones de periodistas pero que tienen su fondo de verdad: ella de la izquierda, yo de la derecha. Además, Mariví demostraba siempre un carácter fuerte. No sé si es correcto decirlo así, aunque sé que a ella no le hubiera molestado lo más mínimo porque estaba orgullosa de su condición: era muy vasca, muy contundente, parca y recia en la expresión.

Luego, las cosas de la vida, tuvimos que hablar muchas y muchas horas, cuando nos tocó asumir el papel de interlocutores de las conversaciones (negociaciones, dirían algunos) para consensuar los nombramientos que debían votarse en el Pleno del Consejo. Es difícil imaginar lo que eso supone cuando se toma en serio, y ella se lo tomaba muy en serio. Poner en conexión veintiuna opiniones diferentes es algo que exige paciencia, mucha paciencia, y sobre todo tiempo, mucho tiempo. Y hablar, hablar mucho, de día, a deshora, en fin de semana o cuando toque.

Su expresión, que a mí me hacía siempre mucha gracia, recemos un ave maría por la paz y a por el siguiente, era la confirmación de que había acuerdo. Pero para hablar y llegar a acuerdos había que dejar de lado los nombramientos el día que veíamos que el otro no estaba de humor o había tenido un problema o estaba simplemente distraído. Y entonces es cuando nace una amistad. Yo me di cuenta de que éramos amigos porque ella me lo dijo: un día, hablando de algo (un nombramiento, seguro) le dije venga, Mariví, no entremos en eso que nos conocemos. La cara se le ensanchó en una sonrisa franca y me dijo: me has llamado Mariví, ya no soy Victoria, eso es que somos amigos. Mariví era de las pocas personas en el Consejo con la que me cruzaba mensajes personales.

Conocer a Mariví ha sido una experiencia extraordinaria. Íbamos a comer a menudo a una tasquita vasca de la calle Santa Teresa de Madrid. También nuestro presidente, y así nos poníamos al día y le poníamos al día de cómo iban las conversaciones para los nombramientos. En esas comidas supe de una persona que había tenido una vida intensa.

Me contó como falleció Fernando Múgica, asesinado por ETA apenas unos minutos después de tomarse juntos un café. Murió de su mano mientras llegaba la ambulancia. También me contó cómo fue el levantamiento del cadáver de Miguel Ángel Blanco, su familia en el hospital, la despedida. Me contó el día que la policía la fue a buscar cuando iba a dar una conferencia para llevársela con un familiar fuera del País Vasco porque sabían que ETA la iba a asesinar. Me contó cómo un abogado del entorno de ETA que había ido con ella a la escuela primaria le advirtió de que iban a por ella. Me contó lo que le contestó. Me contó…

Y con ella aprendí a manejarme en eso que se llama negociar y pactar. Era una persona que cedía, pero que nunca renunciaba, que distinguía lo prescindible de los principios irrenunciables. Con ella me deshice de las etiquetas de izquierda y derecha, cuando me dio más de una y de dos y de tres lecciones de lo que supone ser una persona independiente y con criterio propio, a la que era mejor no intentar forzar, y menos aún comprar, para no recibir una lección de carácter. Hoy he perdido una buena amiga, una extraordinaria compañera. Y quizás muchos jueces no lo sepan, pero hoy han perdido a una persona que ha sido muy importante en sus vidas.

Hasta pronto, Mariví, seguiremos hablando.